Epílogo.

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Aaron siente un gran vacío en la cama. Al levantarse, ve como un sobre blanco brilla sobre el oscuro color de la funda de su almohada. Ignorando ese hecho, busca a Thomas con la mirada, pero es como si ya se hubiera ido. No, esa sensación es diferente. Es como si hubiera desaparecido sin dejar rastro.

Esperando encontrar respuestas en la carta que le ha escrito su Mercucio, coge el sobre y lee las palabras que hay escritas en él, encontrándose un mensaje distinto al habitual: «léeme, guárdame, recuérdame.». Sorprendido, lo abre con una mezcla de miedo y suspicacia. No entiende el significado de esas palabras, pero supone que al leer la carta todo cobrará sentido.

Así pues, extrae el papel con sumo cuidado y lo desdobla para leer su contenido. Al terminar, recoge rápidamente su ropa, vistiéndose mientras baja por las escaleras. Con prisa, toma las llaves de casa y sale descalzo a la calle, protegiéndose únicamente con los calcetines. Corre y corre con miedo de que sea demasiado tarde. Corre deseando que lo que Thomas ha escrito sea mentira. Que todo sea una pesadilla.

Pero lo ve. El coche del señor Marshall y al hombre cerrando el maletero, y entiende que no se trata de una mentira. Que no es ni una ilusión ni una pesadilla.

– ¡Thomas! —Grita, con todas sus fuerzas, haciendo que el padre del susodicho se dé la vuelta y el castaño salga del coche.

– ¡Aaron! ¡Lo siento mucho!

El capitán de las Águilas Reales corre a los brazos de Thomas, besándolo en los labios.

– ¡Dime que no es verdad! ¡Por favor! ¡Dime que es mentira! ¡No te vayas! ¡No me dejes!

– Aaron, lo siento... Ya es tarde. Quería habértelo dicho tantas veces...

– ¡No, por favor! ¿¡No puede quedarse!? —Aaron mira al señor y la señora Mashall, suplicando para que entren en razón— ¡Se puede quedar en mi casa! ¡O con Clarice! ¡Apenas quedan meses para fin de curso! ¡Le prometí que iríamos juntos al baile de graduación!

– Lo siento mucho, Aaron... —Responde el padre, bajando la mirada— Lo siento de veras.

– Aaron, mírame. Mírame. Prométeme que, pase lo que pase, seguirás siendo el chico del que me enamoré. Te graduarás, irás a una facultad de Economía o Derecho con una beca futbolística y te convertirás en el mejor quarterback del equipo para dedicarte profesionalmente al fútbol. Prométemelo.

– Tom, yo...

– Te quiero, Romeo.

– Yo también te quiero, Mercucio.

Aaron besa a Thomas una vez más, antes de que el muchacho escape del agarre del capitán del equipo y vuelva a subirse al coche. Una vez se aparta lo suficiente para dejar que el coche se aleje sin atropellarlo, el rubio observa, entre lágrimas, como el escritor que le enseñó a amarse tal y como es, a ser lo suficientemente valiente como para aceptar los sentimientos que tiene y a amar a otros con intensidad, desaparece de su vista para siempre.

Con la carta en la mano, sigue llorando mientras la estrecha contra su pecho, esperando que su corazón la lea para evitar romperse en mil pedazos. Porque, esa carta, esa despedida, representaba el amor y los sentimientos que Thomas sentía en cada centímetro de su cuerpo. Y la carta se resbala de sus manos, cayendo delicadamente contra el frío cemento. Al agacharse para recogerla, ve que ha caído boca arriba, pudiendo leer su contenido una vez más. Como si su corazón le hubiera dejado a los ojos la tarea de hacerlo. Y lo hace, recogiéndola con delicadeza.

Mi estimado Romeo,

No. Mi amado Aaron. Ante todo, lo siento. No sé qué pasará entre nosotros desde el momento en el que te dé la carta y el momento en el que... Bueno, en el que tenga que alejarme de ti.

De estos casi cuatro años de instituto, sin duda me quedo con este último en el que decidí escribirte una carta con todo lo que siento por ti. Gracioso, ¿no? Yo, tras beber algunas copas de más y despotricar sobre los celos que sentía por Ashley al estar a tu lado, decidí escribirte una carta de amor que nos ha cambiado la vida a ambos.

Lo mejor de todo es que, gracias a eso, pude conocerte de verdad. Pude ver más allá del quarterback que todos creen que eres. Porque te lo dije y te lo diré mil veces, no eres tan solo ese chico. Eres mucho más.

Así que, ahí va: Mi padre ha conseguido un ascenso en Australia y tengo que irme unas horas después de entregar nuestro trabajo de literatura. Es más, seguramente esté yéndome mientras lees estas líneas. Aunque no pondremos excusas, ¿vale? Te quiero, tú me quieres y nadie tuvo la culpa de nuestra separación. Pero, siendo incapaz de verbalizarlo, solo me queda esperar que la distancia corte nuestra unión por sí sola.

Con todo mi amor,

Tu amado Mercucio, Thomas Marshall.

Diez años después...

Han pasado diez años desde que dejé a Clarice y a Aaron y me mudé a Australia. Todo este tiempo, he mantenido contacto con mi mejor amigo, quien me explicó que Aaron fue escogido por los cinco ojeadores y que tuvo que decidir a cual se iba por el que tuviera el mejor programa de Derecho.

Con el rubio, las cosas fueron diferentes. Aunque pudimos haber mantenido el contacto, ninguno de los dos quiso hacerlo hasta estar completamente seguro de que nuestra unión se había roto y no nos dolía estar lejos el uno del otro, pero eso nunca pasó. Al menos, no desde mi parte. Porque he sido incapaz de pasar página y enamorarme de otro chico.

Aunque ahora puedo verlo cada semana a lo largo de seis meses si me apetece ver un partido de los Cardinals de Arizona porque, efectivamente, consiguió su sueño de dedicarse profesionalmente al fútbol americano. Actualmente, Aaron es uno de los primeros jugadores de la liga nacional abiertamente homosexual antes de llegar a lo más alto y, además, con una profesión secundaria, la cual es abogacía en una firma reconocida a nivel nacional.

Mientras tanto, Clarice se metió de lleno en el mundo de la publicidad editorial. Editorial que, actualmente, ha lanzado al mercado mi primera novela Cartas para Romeo. Una historia basada en Aaron y en mí. Aunque exactamente no supe lo qué ocurrió desde que yo me fui de su casa hasta que él vino a la mía para despedirse, escribí una versión de lo que pude imaginar por el estado en el que vino a verme —pues, efectivamente, iba en calcetines por la calle—.

De hecho, en este momento me encuentro en los Estados Unidos, sentado frente a una larga cola de gente que ha venido para que le firme el libro y nos hagamos una foto. Algo que, desde pequeño he soñado con hacer y ahora soy incapaz de creer que lo estoy haciendo.

– ¿Cuál es tu nombre? —Pregunto una vez más, al recibir otro libro.

– Romeo Montesco, también conocido como Aaron Collins.

Elevo la mirada, encontrándome con un hombre de ojos azules y cabello dorado, peinado hacia atrás con los lados rapados. Y su perfilada barba de tres días que rodea los labios carnosos que tanto amé besar hace diez años. Mi corazón se detiene por un segundo y la gente a mi alrededor grita entusiasmada al identificar a mi visitante. No puede ser él. No puede estar frente a mí. ¿O sí?

– Aaron.

– Hola, mi amado Mercucio. —Dice, acercándose a mí para besarme en los labios.

Cartas para Romeo [Remastered]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora