Capítulo 4.

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A la mañana siguiente, me despierto con sueño. Más bien es un "no he conseguido dormir más de una hora del tirón y por tanto no me despierto, sino que simplemente me levanto de la cama". Y es que no he dejado de soñar con Aaron, sus ojos azules, sus finos labios y... Su camiseta de fútbol.

Lo sé, es un poco extraño. Porque, en mi sueño, Aaron celebra algo quitándose la camiseta y regalándomela para que la lleve a todos sus partidos. Algo que, sin duda, no pasará jamás... Porque no suelo ir en primer lugar.

Prefiero ver los entrenamientos y disfrutar tanto de las vistas como de la soledad que se siente en las gradas vacías. Mis padres siempre han creído que soy autista, pero un psicólogo llegó a la conclusión de que mostraba ciertos rasgos, pero que no me podía diagnosticar como tal. Como si un libro tuviera la verdad absoluta en cuanto a algo tan personal y "emocional" como es el carácter humano.

En cualquier caso, maldigo el día en el que le escribí la primera carta y maldigo el día en el que escribí la segunda. Porque, sin duda, saber que he expuesto mis sentimientos de esa manera me ha quitado el sueño.

Desganado, decido darme una ducha y tomarme un café para poder despejarme de una vez por todas. Mientras lo preparo, el timbre de mi casa suena, haciendo que mi hermano pequeño corra a abrir, completamente emocionado de la visita de los viernes. Mis padres aparecen en la cocina, dándome un beso en la frente.

– ¿No eres demasiado joven para volverte un adicto al café? —Pregunta mi madre, tomando una taza para echarse después de mí.

– No he pasado una buena noche.

– ¡Clary! —Exclama Brent, saltando frente a mi mejor amiga— ¡Buenos días!

– Buenos días, Brent. ¡Ya está aquí la mejor vecina y la mejor amiga del mundo! —Grita la pelirroja, entrando a la cocina— ¡Sí! ¡Viernes de tortitas! ¡Si es que no falla!

– Ya sabes que es tradición, Clary. —Alega mi padre, dándole la vuelta a la tortita.

– Creí que venías por mí, no por nuestras tortitas con sirope... Me rompes el corazón. —Le digo, ofreciéndole una taza de café que acepta gratamente.

– Ya... No vas a poder hacerme chantaje emocional, lo siento. Son tortitas, ¿sabes? Solo la pizza y el helado vencen a las tortitas.

Todos los que estamos en la cocina reímos a carcajadas, haciendo que mi hermano pregunte el motivo por el que lo hacemos, algo que nos hace reír más todavía. Finalmente, Clarice y yo salimos de casa y nos enfrentamos al último día de la semana. Cuando entramos al instituto, observamos otro corralito frente a la taquilla de Aaron. Esta vez, pero, con más gente que ayer.

– ¿Qué crees que pasa? No creerás...

– Seguramente sea por el partido de mañana. —Digo, tratando de convencerme a mi mismo— Llevan desde el martes hablando de ello...

Pero, estoy equivocado. Cuando llegamos al círculo de alumnos, nos damos cuenta de inmediato de lo que sucede. Y es que Ashley sujeta mi sobre con ambas manos, evitando que Aaron pueda recuperarlo. Ashley está leyendo la carta en voz alta para todos los presentes, burlándose de ella e, indirectamente, de mí.

– Oh, pero eso no es lo mejor... «quizás jamás pueda tenerte entre mis brazos y jamás pueda saber qué es besar tus labios, pero al menos sabré que no eres el chico que todos piensan que eres.»

– Ashley, para. No tiene gracia.

– Oh, vamos... —Dice, riendo— Es desternillante. Hasta usa una metáfora en la que tú eres Romeo y el Mercucio... ¿Significa eso que yo soy Julieta? Que le gustas a un chico, cielo. Es, simplemente, divertidísimo.

– Uy, sí... Me estoy riendo mucho. —Responde Aaron, cruzándose de brazos, cabreado.

Por más que lo diga para seguirle la corriente y poder recuperar la carta de una vez por todas, el simple hecho de que haya decidido decirlo clava una daga en mi pecho, forzando una lágrima que cae por mi mejilla. Y detrás parece ir otra. Y otra más. Un sonoro sollozo cae de mis labios, llamando la atención de todos los alumnos, acallando cualquier risa o susurro que se había formado hace un segundo.

– ¿¡Thomas!? —Pregunta Aaron, mirándome fijamente a los ojos.

De repente, veo como Clarice le quita la carta a la chica de cabellos chocolate y le da una fuerte bofetada, dejándome completamente boquiabierto.

– ¡Perra! ¡Pagarás por esto! —Exclama la animadora, en shock,

– ¡Quién va a pagar eres tú! ¿¡Te parece divertido de mofarte de mi carta así! ¡Así es! ¡Yo soy Mercucio! ¡Firmé como un chico porque no quería que nadie supiera que se trataba de mí! ¡Pero después de verte hacer esto, no podía quedarme callada!

Sin poder hablar, salgo corriendo de allí, llamando la atención de todo el mundo. Aaron grita mi nombre mientras que los cuchicheos de los demás comienzan a arremeter contra mis orejas. Nadie la está creyendo y es cuestión de tiempo que todos descubran que yo soy el verdadero Mercucio. Y que la razón por la que me he ido corriendo y llorando es que no he podido aguantar ver a Ashley humillarme de esa forma.

– ¡Tom, espera! —Grita Aaron, corriendo detrás de mí.

Escuchar ese apodo en sus labios sacude mi cuerpo, desestabilizándome. A pesar de todo, sigo corriendo a medida que escucho sus pasos más cerca. Nadie entiende qué está pasando. Solo ven a un llorica dejar un camino de lágrimas en el suelo. Finalmente, consigo despistar al capitán del equipo de fútbol, escondiéndome entre unos arbustos.

– ¡Tom! ¿¡Dónde estás!? —Lloro en silencio, intentando con todas mis ganas que no me pille— ¡Maldita sea! ¡Tom!

Tras varios intentos, finalmente acaba rindiéndose y vuelve al interior del instituto, justo para escuchar el timbre que da inicio a las clases. Pero soy incapaz de enfrentarme a lo que me espera en el aula, por lo que decido seguir llorando entre los arbustos que han sido testigos de como Aaron dejaba atrás a su novia para ir tras de mí.

Segundos más tarde, alguien se sienta a mi lado. No necesito decir nada, pues sé que se trata de Clarice. La abrazo y dejo que la tristeza me envuelva el corazón.

– Lo sé... Ha sido horrible. Pero ya ha pasado...

– Le ha seguido el rollo... En vez de imponerse, le ha seguido el rollo...

No sé cuánto tiempo ha pasado pero siento que ya he llorado por varios años. Los alumnos empiezan a salir al exterior por lo que sospecho que es la hora del recreo. Con el estómago vacío y los ojos hinchados, recorro el pasillo junto a la pelirroja hasta llegar a la Cafetería. Antes de abrir la puerta, dejo caer un largo suspiro. Y, al hacerlo, todas las miradas se mueven automáticamente hacia mi mejor amiga... Y hacia mi.

– He oído que ella le escribió una carta de amor a Aaron pero él salió corriendo mientras lloraba. —Comenta una chica, a sus amigas.

– Yo creo que él es quien realmente escribió la carta y ella lo ha protegido. —Comenta un chico popular, a su grupo de amigos.

– Mira, mira, Aaron está caminando hacia él... —Comenta una chica, haciéndome mirar al frente.

Los ojos de Aaron quedan fijados en los míos, haciendo que sea incapaz de apartar la mirada. Mi mejor amiga da un paso hacia delante, pero coloco mi mano frente a ella, parándola.

– ¿Podemos hablar? —Me pregunta, con un toque de culpa en su voz.

– ¿No crees que ya has hablado demasiado? Al fin y al cabo, sigues siendo igual que siempre. Y yo que creí que habías cambiado cuando hablamos ayer... Adiós, Aaron.

Y, dicho eso, lo aparto con el hombro, dirigiéndome a la barra de la cafetería mientras todos comentan lo que acaba de ocurrir.

Sí, compañeros, Aaron me ha roto el corazón.

Sí, compañeros, yo soy el verdadero Mercucio.

El chico que está enamorado del capitán de las Águilas Reales.

Cartas para Romeo [Remastered]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora