Entro en casa llorando y corriendo, por lo que mis padres no tardan en hacerme sentar en el sofá mientras me traen una bebida caliente para tranquilizarme. Mi madre me acerca un paquete de pañuelos y yo trato de secarme las lágrimas que no dejan de caer.
– ¿Qué ha pasado hijo? —Pregunta mi padre, colocando su mano en mi rodilla. El recuerdo de Aaron haciendo lo mismo me hace llorar más— ¿Ese chico te ha hecho algo?
– Él, y-yo... Biblioteca y entonces... Hamlet y él... Dios. —Apenas consigo organizar mis pensamientos. Mi madre me acaricia las mejillas, secando mis lágrimas. Respiro hondo y los miro fijamente— Me ha dicho que se enamoró de mí el día que nos conocimos en la biblioteca del instituto, cuando nuestras manos cogieron el libro de Hamlet.
– Eso es fantástico, ¿no? —Pregunta mi padre, incapaz de entender mi ataque de angustia— Quiero decir, si te quiere, siempre hay una posibilidad de que salgáis juntos.
– Pero, si me quería desde entonces... Podía habérmelo dicho. Todo lo ocurrido con Ashley jamás habría ocurrido y mi vida en el instituto hubiera sido mejor.
– O no, Tommy. —Dice mi madre, haciendo que la mire a ella directamente— No puedes saberlo con seguridad. Quizás, si su decisión hubiese sido contártelo, ambos habríais terminado siendo etiquetados como empollones gays y alguien podría haberos hecho la vida imposible por amar a quienes amáis. O, quizás, seríais populares vosotros y haríais la vida imposible a alguien.
– Además, si no te lo contó entonces, alguna razón tendría. —Añade mi padre, dejándome boquiabierto al darme cuenta de la razón.
– Oh, mierda, ¿¡qué he hecho!? ¡Su padre! ¡Su padre fue la razón por la que no me lo dijo y me lo había explicado antes de confesármelo! ¡Y yo he salido corriendo llorando mientras él me gritaba que me quería!
– ¿Quieres que te lleve a su casa? ¿O puedes llamarlo para hablarlo?
– Haré algo mejor... —Respondo, abrazando a mis padres— Gracias, papá. Gracias, mamá. Ahora ya sé que es lo que tengo que hacer.
– No hay de qué, Tommy. Siempre estaremos aquí para ti.
Subo a mi habitación y decido usar una cartulina para escribir en el centro con diferentes colores la frase «¡Vamos Aaron!» y añadir fotografías que tengo de los anuarios y algún que otro fragmento de mis cartas, todas firmadas por Mercucio. Me coloco la alarma temprano y me dejo caer en la cama, dispuesto a ir al partido de mañana.
La mañana del sábado llega y el despertador me levanta como si tuviera un resorte en la espalda. Me adentro al baño y rápidamente me visto para la ocasión. Llevo un chándal con la chaqueta del equipo y es que hace tres años, para recaudar dinero para el instituto, los del equipo de fútbol hicieron una campaña, regalando chaquetas si asistían al partido benéfico que organizaron. Fue en ese mismo partido en el que descubrí mi afición de escribir mientras veía a Aaron y al equipo jugar —aunque por aquella época, Aaron fuera un jugador más— con esos uniformes tan sexys.
Entro en la cocina y cojo una manzana a la vez que le doy un beso en la mejilla a mi madre. Mi móvil vibra, indicándome que Clarice me ha mandado un mensaje diciéndome que está llegando a dónde hemos quedado.
– ¿Quieres que te llevemos al campo?
– No hace falta, gracias... Clarice y yo iremos caminando.
– ¡Mucho ánimo, Tommy! ¡A por todas!
– Mamá, los que juegan son Aaron y su equipo, no yo...
– Ya, pero tú tienes más que ganar que ellos. Bueno, no más que Aaron, que tiene que ganar el partido y ganarte a ti, pero, ya me entiendes. —Río incapaz de aguantarme.
– Oído cocina. No volveré a casa hasta que haya obtenido mi objetivo, aunque tarde años en hacerlo...
Salgo de casa y me encamino al campo de fútbol. De camino, me encuentro con Clarice, quien ríe al ver lo que pone en la pancarta. Yo la empujo en broma, liderando el paso al instituto. Y a Aaron.
Al llegar, nos colocamos en primera fila, cerca de la banqueta del equipo local, es decir, el nuestro. Las gradas se van llenando lentamente y, de repente, mis ojos se fijan en un hombre trajeado que está conversando con un pequeño grupo de hombres y mujeres con libretas en las manos.
– Maldición. De todos los días, ¿tenía que ser hoy? —Susurro, aunque Clarice me oye.
– ¿Qué pasa? —Pregunta, mirando en la misma dirección en la que lo estoy haciendo yo.
– Ese hombre es el padre de Aaron... Y ese grupo de personas son los ojeadores que se rumorean que vienen a ver a Aaron jugar. No puedo hacerlo, Clary. No hoy.
Me dispongo a irme, cuando la banda del instituto comienza a salir al campo. La gente se levanta de sus asientos, imposibilitando mi huida, mientras gritan entusiasmado por el comienzo del partido. Veo al señor Collins sentarse a media altura.
– ¡Señoras y señores! ¡Bienvenido al campo de vuelo de las Águilas Reales del Columbus High! ¿¡Estáis listo para un partido emocionante, lleno de touchdowns y lucha por la victoria!? —La gente comienza a chillar, fuera de control— ¡Con todos vosotros, los Caballeros de la Mesa Redonda del Trafalgar High! —Algunos fans del equipo rival comienzan a animar a su equipo— ¡Y, nuestros favoritos, las Águilas Reales!
El campo entero parece temblar emocionado. La gente grita, aplaude y silba como si les fuera la vida en ello. De repente, me siento embriagado por el entusiasmo, dejando que la adrenalina recorra mis venas, haciéndome gritar también.
– ¡Vamos, Aaron! ¡Demuestra de qué pasta estás hecho capitán! —El rubio se da la vuelta y me mira fijamente.
En ese instante, todo ruido parece desvanecerse. De hecho, es como si todos a nuestro alrededor hubieran desaparecido y tan solo quedásemos él, con su uniforme negro y su casto marrón amarillento, y yo, con la chaqueta de los mismos colores. Sin previo aviso, me señala con ambas manos y corre con sus compañeros.
Los gritos vuelven a mis oídos, los cuales no parecen reducirse en ningún momento. Veo a Ashley y a su séquito mirarme con mala cara desde un lateral del campo, pero nada ni nadie va a impedirme disfrutar del partido.
Porque, incluso si no voy a conseguir lo que me he propuesto hacer por la presencia del señor Collins y de los ojeadores, lo cierto es que estoy cogiéndole el gusto a esto de asistir a los partidos. Pues ahora comprendo porque la gente viene y porque se habla tanto de ello en los pasillos los lunes al regresar a clases.
Es como si un mismo sentimiento poseyera a todo el que viene, jugador o asistente, en un deseo imperioso de vencer y de ser mejor que otro con el uso del esfuerzo y el trabajo en equipo. Es un espíritu embriagador en forma de gritos y silbidos que te acompaña y te da fuerzas para continuar jugando.
Es por eso que, a pesar de todo, voy a quedarme. Porque Aaron se merece mi apoyo y mi entusiasmo embriagador. Porque ni Ashley, ni su padre ni los ojeadores van a impedirme darle mi apoyo. Porque estoy enamorado de él y él lo está de mí. Y, después de cuatro años, ambos sabemos los sentimientos del otro.
Y el silbato del árbitro indica el inicio del partido.
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Cartas para Romeo [Remastered]
Humor¿No te cansas de los clichés de siempre? ¿De la pareja más popular entre el capitán del equipo de fútbol americano y la capitana de las animadoras? ¿De que te etiqueten como un nerd por sacar buenas notas y ser físicamente del montón, humillándote t...