O n c e

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No me gustaba ir al colegio. Digo, a quién le gustaría. Mi problema no era que tenía que ir y estudiar, copiar y aprender. El problema conmigo era despertar tan temprano. Lo odiaba. Odiaba muchas cosas a estas alturas que mi lista tendría que ser la mitad de larga que la muralla china.

Las clases compartía con Emma y Connor. Solo que los jueves eran días de "descanso". En realidad eran días de actividades. Connor estaba en el equipo de basketball y Emma en el equipo de fútbol femenino. Yo era él nuevo, tenía que buscar algo y lo único que me llamó la atención fue la clase de arte.

La profesora se llamaba linda. Era joven y llena de vida. La odiaba por eso. Pero nos trataba bien y le apasionaba el arte. En mi cabeza la imaginé como una solterona con tres gatos en un departamento repleto de pinturas de autores famosos y novelas  poco conocidas.

Emma y Connor fueron al lugar. Ambos estaban sudando, cansados y sus lenguas secas. Les quedaba bien el uniforme, Emma lo había retocado con algo de rosado. Miraron el salón de artes y los alumnos los miraron como bichos raros. Bichos raros y con transpiración. Emma se acercó hasta mí y me susurró que le gustaría que le pintara una manzana rosada. La quedé viendo unos minutos.

–Para mi cumpleaños –murmuró y apartó sus manos de mis hombros.

Me esperaron fuera hasta que mi clase terminó. Les pregunté si en el colegio no teníamos duchas para los que hacían deporte.

–Querido esto no es la ciudad. Vives en el campo ahora– dijo Emma y reímos al unísono –.

El sol continuaba estático en el cielo azul. Nubes esponjosas. Nubes blancas, grandes y esponjosas sobre nosotros. Era el día perfecto. Para pasarla perfecto. Y yo, no quería que el día fuera perfecto. Simplemente los días perfectos tenían muchos problemas consigo. Ese día no fue la excepción.

Habíamos ido para comprar helado. Lo hicimos, e incluso llegamos a sentarnos en unos bancos de parque que estaban en forma de decoración. Miramos a las personas cruzar, y hablábamos por ellos. O sea, si los tipos empezaban a mover sus labios, nosotros hablábamos por ellos. Un hombre que parecía alguien culto, comenzó a entablar una conversación con una señora. Obviamente estaban lejos. Pero Emma decía cosas como : <<¿Cómo anda señora cara de excremento? >> o <<Es usted todo un caballero al notar mi rostro hecho de popo>>.  No sé, la pasamos bien. Ridículos e inmaduros quizá, pero bien. Nos hizo reír más de una vez y aunque yo era él que menos gracia tenía para inventar una conversación, siempre terminábamos con una sonrisa.

Paramos de hacerlo cuando Emma se quejó de un fuerte dolor de cabeza. Quizá fue el calor, o el helado estaba muy frío, no sé. Nunca fui bueno para esas cosas de enfermedades. La acompañamos hasta su casa y ella nos pidió disculpas. No quería arruinar el día con un dolor de cabeza. Le saludamos y nos despedimos.

–Nada de disculpas. Niña tonta.

–Tonta. tonta niña con fuerte dolor de cabeza.

Reímos y luego nos marchamos caminando Connor y yo.

El sol se escondía casi por completo. Mierda. Ir hasta casa sin el coche era una mala idea. Pero, digo, qué me podría pasar de camino a casa en un campo desolado. después de todo, era un pueblo muerto. No tenía que castigarme con  preguntas.

–Linda noche, para emborracharse.

–Nunca lo hice.

–Yo sí, bueno creo que ya me viste.

–Sí, lo justo y necesario– ¿Estaba molesto por eso? Creo que él se estaba sintiendo atacado. Le sonreí, para calmar las cosas.

–No sabia que te gustaba pintar. No sabía muchas cosas de ti hace pocos días. Y tú sabes tanto de mi.

–Soy algo reservado con mis temas privados. No sé, soy el tipo con la caja de sorpresa escondida dentro.

–Tonto.

Sonreí.

–Sí, soy un verdadero tonto– cuando lo miré, mis ojos se quedaron en los suyos. Eran tan azules como la noche que se acercaba a pasos agigantados. Baje la vista a sus labios: carnosos y rojos. La luz de algunas farolas lo alumbraban. Podía ver sus labios con mayor nitidez ¿le pregunto? ¿Le digo sobre lo que intentó hacer ese día bajo el mar. Lo que intentó hacer con los labios que ahora miro?

–Me encantaría saber lo que tu pequeña cabeza de niño tonto, está pensado cuando te quedas en silencio.

–A veces ni yo puedo saber lo que estoy pensando. ¿Tú piensas? Digo, claro que piensas pero, ¿sabes lo que estás pensando?

La calle estaba algo sola. Solo la luz amarillenta y nosotros. La noche oscura y nosotros. Nosotros y nuestros pensamientos.

–últimamente pienso. Pienso en lo que me gusta– lo miré. Mi rostro decía: <<¿y qué te gusta? >>. Una sonrisa nerviosa se dibujó en él – lo que más me gusta es pensar en ti.







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