C i n c o

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Dicen que las noticias tristes, rompen corazones en mil pedazos. Jamás pensé en aquello como tal, creía que las noticias, buenas o malas, no siempre son tomadas a la ligera. Pero, por más noticia que fuera, aquello había cortado mi corazón; no lo rompió. El mundo era silencio. Realmente, si deseabas, el mundo podía ser el lugar más solitario y callado de todo. El silencio si rompía mi corazón. Era doloroso. Dolía y dolía y dolía. Aquella mano, aquél suspiro, su voz. Su hermosa voz diciendo algo espantoso. Algo que me perforaba por completo. No quería creerlo, no quería hacerlo. Necesitaba ser un ignorante. Necesitaba morir.

Me abracé de Connor. Mis manos se aferraron a su espalda. Me agarré tan fuerte, tan bruscamente que dio un traspié, pero me sostuvo. Me contuvo y me sostuvo. Como un amigo, como lo haría también Emma. Emma. Emma y Emma. Las lágrimas me salían de los ojos al recordar su hermoso nombre.

-¿Por qué? - mi cabeza todavía se escondía en su hombro. Mis lágrimas me mojaban el rostro por completo. Y él también lloraba.

-Fue ésta mañana- dijo. Podía notar cuánto le dolía hablar. Sus lágrimas también se derramaban a cántaros. Estaba realmente mal- la encontraron en su cuarto, ya sin vida... -esta vez fue él quien me abrazó con más fuerza. Se quebró y no pudo seguir -.

-No puede ser verdad esto. La vi hace un par de noches... Yo... La vi, hablamos y no, no no.

Me solté de él y me caí de rodillas sobre la arena. Un grito desgarrador casi como el de un animal rasgó mi garganta. Uno tras otro. Gritaba como si me estuvieran matando. Gritaba como si estuviera sufriendo. Gritaba como si estuviera muriendo. Emma, me estaba matando, me hacía sufrir y me estaba muriendo. No podía ser verdad. Ella estaba viva. La muerte es cruel, pero jamás la vi de esa manera. ¿Cuánto más debía gritar para liberar el dolor? Ayudaba, pero recordaba que eso no me traería a mi amiga de vuelta. Mis manos cubrieron mi rostro, y los sollozos no paraban. Connor se sentó a mi lado. Ambos lloramos. Pensé que nos quedaríamos sin lágrimas, pero las lágrimas no son el problema. El problema con mi vida era verdaderamente el dolor. Maldición! Cómo dolía tanto. Dolía más que cuando necesitaba respuestas.

Connor se aferró a sus rodillas y escondió su rostro. El viento nos sopló tan fuerte y tan delicadamente. Lo quedé mirando un rato. Podía sentirlo vulnerable y destrozado. No podía ver al chico de la ferretería de antes. Él era el fuerte. Nosotros los débiles, siempre fue así. Mis manos temblaban y mis ojos no cesaban de llorar pero tuve el valor de colocar mi mano sobre su cabello. Quedé en silencio al principio, pero luego lo acaricié. Alzó su cabeza poco a poco. Sus ojos estaban manchados de rojos, de tanto llorar. Aquél azul de sus ojos era más oscuro que el fondo del mar. Era un azul triste. Nos miramos un poco más, y luego me abrazó.

A veces, en momentos tan oscuros, las sombras te abrazan para mantenerte allí por siempre. Su abrazo fue la mejor sombra.

–La voy a extrañar tanto –murmuré, pero él me calló.

–Ella... –una sonrisa adolorida en sus labios – ella te diría, no me extrañes niño tonto.

Sonreí al recordar su voz en mi cabeza. Te amo Emma, pensé. Acaricié la bufanda que adornaba mi cuello. Miré más allá de todo, en el hilo del mundo, por arriba del azul del mar y por debajo del celeste del cielo.

–Te amo, Emma– volví a gritar. Y luego sonreí.

Lloré cuando regresé a casa

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Lloré cuando regresé a casa. Todo el camino. Lloré cuando les conté a mis padres. Mi madre me acompañó en las lágrimas. Volví a llorar mientras me duchaba y me ponía el traje. La ropa negra se apoderó de mi. Me miré un rato en el espejo de cuerpo entero que teníamos en la sala. Me tuve que sostener de él cuando me vi así vestido. Aquella ropa que representaba a la muerte. Jamás pensé que tenía que ponerme por el entierro de una amiga. Volví a llorar nuevamente. Esta vez me senté en el suelo y los sollozos, suspiros y lágrimas me acompañaron. Me faltaba el aire. Quería romper la ropa, quería romper el mundo. Pero rompí mi mano sobre la pared. No me importó la sangre ni el dolor. Yo, continuaba llorando. Necesitaba que Emma volviera, la necesitaba para hablar de cosas raras y para mirar las estrellas.

Me destrozó el alma cuando la madre de Emma se aferró del ataúd

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Me destrozó el alma cuando la madre de Emma se aferró del ataúd. Un ataúd rosa. Quería sonreír, pero la tristeza me impedía. Mis lágrimas salían sin pedirme permiso. Connor estaba a mi lado. Había muchas personas, pero poca de ellas reconocía. Estaban las del equipo de fútbol femenino, familiares, mi familia y la de Connor. Sostenía una rosa en mis manos. El padre apartó a su mujer con cuidado y me quedaron viendo. Miré los ojos de su madre, rojos como sangre mientras asentía. Coloqué la rosa sobre el ataúd. Me costó sacar mi mano, pero lo hice. Me quedé de pie un rato y luego bese la superficie. Un beso largo y tembloroso. Volví a derramar lágrimas, más que antes. Acaricié. la acaricié y luego mis ojos fueron a los de sus papás. Su madre se mordía el labio para no romperse en lágrimas. Esta vez yo asentí y volví a mi lugar. Connor hizo lo mismo, pero él ya no lloraba. Pero por dentro si lo hacía. Lo abracé cuando volvió con una sola lágrima en su mejilla.

–No llores niño tonto– le susurré–.

El cementerio era un lugar relajante. Había sauces llorones y un sendero de mármol. Era elegante. Era propio de alguien que descansara en paz. Pero no quería conocer el cementerio de esta forma. Quería, de algún modo, me hubiera gustado que Emma y Connor me mostraran el lugar, como lo hicieron cuando llegué aquí. Pero eso no volvería a pasar, aquello eran pensamientos. Ahora me decía a mí mismo, amo pensar, quiero pensar en Emma el resto de mi vida. Recordé aquella noche, cuando me sentía agobiado, tuve que ir tras de ella. Si supiera que en pocos días no la volvería a ver nunca más en mi vida, aquella noche hubiera corrido atrás de ella, la abrazaría eternamente. Lloraría y le pediría que me acariciara. Le contaría lo que no podía. Le diría lo que no podía evitar. Sí, amo a Connor.  Tenía que habérselo dicho aquella noche. Fui un estúpido y la dejé ir sin más. No me perdonaría aquello. Pero estoy seguro que ella sí lo haría. Ella si perdonaba.

Cuando terminó el entierro no me fui. Me quedé arrodillado junto a su lápida. Seguía llorando y jugaba con mi bufanda. La extrañaba, la necesitaba.

–¿Lloras?

Una voz femenina, aquella frase, esa frase me dijo la primera vez que nos conocimos. Me volteé con una sonrisa en mi rostro.

–¿Tú eres Shawn?

No era ella. Era otra muchacha con un vestido negro. Asentí a su pregunta y me incorporé del césped.

–Ten, esto es para ti –un sobre blanco con encajes en rosado – mi nombre es Jocelyn, la amiga de Emma. Ella me entregó eso hace unos días. Al principio no entendí, pero, ahora todo... –su voz tembló y luego dejó de hablar para llorar. Alzó su mano para que la esperara unos segundos – ella quería..., quería que te entregara esto.

Tomé el sobre y le agradecí. Luego, sin pensarlo, me acerqué a ella y la abracé. Dejé que llorara en mi hombro. Necesitaba desahogarse. Necesitaba llorar.

Las personas tristes lloraban para desahogarse. Ella lloraba porque se sentía culpable. Culpable por dejar a Emma sola todos esos años.

Matices De AzulesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora