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Epílogo

Las cosas marchaban bien. Pude abrir mi propio museo de pinturas y era un éxito. Realmente me sentía muy feliz por mis logros. Trabajaba como profesor de arte en la universidad por las mañanas y a la tarde abría el museo. Connor resultó ser un gran experto en la ingeniería industrial. Le encantaba su trabajo, siempre le dije que eso era lo principal. Amar lo que haces.

Vivíamos cerca del centro de la ciudad la primera vez que vinimos. Cuando comenzamos a ahorrar pudimos comprar una casa bastante lejos de la ciudad. Era un lugar tranquilo que a ambos nos recordaba al viejo pueblo que no habíamos ido jamás.

Resulta que mis padres se quedaron allí a vivir. No quisieron volver. No íbamos a visitar a nuestros padres, ellos venían. A veces extrañaba el bosque, la playa y la soledad. Todavía miraba las estrellas y ahora lo hacia con Connor. También hacíamos picnic los fines de semanas. Supongo que las costumbres no se van así de fácil, por más de que hayan pasado nueve años.
Parecía que el tiempo iba muy rápido. Pero puedo decir con tranquilidad que el tiempo, Connor y yo, lo estábamos  disfrutando al máximo. Cada día de nuestras vidas, siempre y para siempre. Disfrutar de la vida.

Teníamos un nuevo perro en casa. Más bien perra. Se llamaba Rosita. Una mascota adorable que le siguió a Connor de camino a casa. Primero dije no. Luego aquellos ojos y su cara repleta de mugre de alguna forma me cautivó. Cedí y ahora me atrevo a decir que pasamos más tiempo juntos que Connor con ella.

Cuando estábamos acostados Connor me susurró algo al oído.

–¿Puedo volver a mi costumbre de dormir sin nada de ropa?

Odiaba el cosquilleo cuando me hablaban al oído. Pero también me gustaba. Soy un tipo raro.

–¿Incluye sólo que puedas dormir?

Sonrió.

–Bueno no, si quieres puede pasar más que solo dormír –otra sonrisa. Lo hacía todo el tiempo, me encantaba –.

14 de abril

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14 de abril.

Cuando estaba desocupado compré un lienzo. Compré solo pocas latas de pinturas de distintos matices. Solo un color para representar lo mejor en el mundo.

Coloqué las pinturas y el lienzo en el patio de atrás. Rosita jugaba y me ladraba.

–Ahora no,  luego jugamos –mis ojos se concentraban en la pintura. Trazaba, pintaba y volví a trazar.

Pasé dos horas pintando. El sol casi se ponía cuando Connor llegó.

–Es el cuadro más hermoso que hayas pintado – sentí sus brazos rodeando mi cintura.

–Quizá porque es el cuadro que lleva todo mi amor plasmado allí– toqué la superficie y luego se me ocurrió una idea.

Entré a casa y busqué entre mis pinturas dos tonos de azules. Bañe nuestros dedos índices en la lata y luego a un margen derecho colocamos nuestros dedos pintados. Nos alejamos y sonreímos cuando vimos la pintura terminada.

–Creo que deberías llevarlo –me propuso –.

–Tenemos que dar una visita a nuestro antiguo hogar.

Lo besé.

Nada había cambiado en este lugar

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Nada había cambiado en este lugar. Todo parecía congelado y, por un instante me sentí como un adolescente. Me sentí atrás en el tiempo.

Era 15 de abril. Un nublado 15 de abril en el pueblo muerto. Caminamos, Connor y yo hasta su tumba. Me aferraba tan fuerte de sus manos. Sentía que me iba a caer en cualquier momento. Reconocí el lugar, reconocí aquél ramo de flores rosadas. Reconocí aquél lugar como si fuese mi Emma. De algún modo, tomé mis viejas pinturas y la dibujé allí, de pie con una sonrisa, sentada en el banco con su hermoso cabello rubio y su pomposo vestido rosa.

Miramos su lápida. Claro que las lágrimas se resbalan aún por nuestros rostros, aún después de tanto tiempo. No podíamos superar el dolor.

–Creo que me pediste uno de esto para tu cumpleaños – saqué la pintura de la manzana rosada–.

Tomé la pintura con fuerzas. Me iba a caer. No podía. Volví a sentir el abrazo de Connor, todavía mi sostenía. Todavía era un gran amigo.

Coloqué la pintura cerca de su lápida y la decoré con las flores rosadas.

–Feliz cumpleaños, Emma–dijo Connor.

Volví a llorar como lo hacía antes. Todavía me dolía. Maldición, cuánto dolía.

–F-Feliz... –mi lengua no me dejaba hablar y tuve que tragar mis lágrimas para terminar – Feliz cumpleaños mi Emma.

Quedamos allí abrazados. Escondí mi rostro en su hombro y lloré por todos esos años que no lo hice. Connor también lloró conmigo. Y Emma, sin embargo, nos regaló un largo viento relajante que, de alguna manera secó nuestras lágrimas. No quería vernos llorar.

Mis niños tontos

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Mis niños tontos . Tontos niños que pintaron un mundo más azul que antes...

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