S i e t e

47 14 2
                                        

Mis ojos ardían. No dejaba de llorar. No podía. Cuando leía la carta temblaba, lloraba, reía, me emocionaba y me ponía triste. Era una lucha desatada de emociones que no sabía controlar. que cuando la terminé de leer me agarré de los cabellos y lloré toda la tarde. Ahí, en el suelo, muy cerca de mis pinturas, me senté y lloré con la carta sobre mi regazo. No podía vivir con esto. Quería, quería yo... No sé qué quería. Me faltaba el aire en los pulmones cuando había suficiente en el ambiente. Necesitaba de Emma, la quería aquí conmigo. Pero me tuve que conformar por abrazar la bufanda, con la único que me quedaba de ella. Abracé aquella prenda como si se fuese a caer al vacío. Lloré y abracé lo que más odiaba y, ahora, lo que más amo. 

Mis manos, todavía temblorosas, tomaron la carta nuevamente. La volví a leer y luego, me detuve. De detuve porque tenía algo que hacer. Tenía que buscarlos, a los dos. Si dejaba a Connor, también la dejaría a ella. No iba a volver a dejarla irse. No esta vez.

Cuando dejé la carta sobre la cama

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cuando dejé la carta sobre la cama. Corrí. Corrí y corrí por la ruta que iba al pueblo. No me detuve un solo momento. No podía. Sentía que si lo hacía, si me quedaba, estaría no solo matando a Connor sino también a mi destino. Una vez una chica me dijo que estábamos conectados con hilos infinitos del destino. Era ahí donde me dirigía: a un hilo infinito que me mostraba a la perfección el camino. Un camino que lo sabía de memoria pero que jamás me hubiera visto corriendo por el. Corriendo por el hilo de mi destino. Eso sonaba interesante.

El cartel del pueblo estaba más nítido que hace unos minutos. Estaba llegando. Estaba dando con mi destino  y tan solo faltaba muy poco. Era un día perfecto. Recuerdo que odiaba los días perfectos. Pero, no pasaría nada. Ya no pasaría más nada nunca más. Al menos eso creía.

Cuando llegué a la ferretería me detuve en seco. Estaba agitado y mis piernas querían un descanso. La campana sonó cuando entré con brusquedad. El padre de Connor atendía a una anciana y ambos se voltearon para verme.

–¿Está Connor en casa? – pregunté luego de dar una bocanada de aire.

–No,  está en la playa... ¿Quieres un poco de agua, pareces muy...

Me salí de la tienda. Volví a correr y volví a llorar. No podía ver mucho mi camino pero eso no me importaba ahora. Necesitaba encontrar a Connor y sabía dónde podía estar. Corrí cerca del centro comercial, pase la plaza que, junto con Emma, habíamos recorrido. Mi cabeza ayudaba de alguna manera con un mapa improvisado de dónde era aquél lugar bonito que quería pintar. Resulta que lo encontré pero no me detuve a ver qué tan lindo se veía todo. Ya que, necesitaba tiempo y además las nubes grises y negras sobre el cielo no ayudaban mucho.

Cuando mis pies tocaron la arena se me hizo más difícil correr. Me quité las zapatillas y  las agarré con mis manos para seguir corriendo. Mis pies se dirigían al muelle. La playa estaba desierta, todos se habían ido por el mal tiempo. Yo era el único loco que corría por allí. Yo y otro chico tonto que debía estar por aquí. Caminé por las maderas oscuras del muelle. Mis ojos todavía derramaba lágrimas. Supongo que los recuerdos me hacían ponerme triste y necesitaba sacar lo triste que me atormentaba por dentro.

No estaba Connor aquí. Resignado, me senté sobre el final del muelle. Allí donde caímos los tres al mar. Podía ver a Emma protestando justo en el lugar que antes estaba. Me la imaginaba riendo cuando nos tiramos agua. Me la imaginaba secando su cabello rubio. No quería imaginarla, la quería allí sonriendo de verdad. Disfrutando de vivir. Mis manos tomaron mis rodillas con fuerzas. El azul del mar me acariciaba los pies. La Extrañaba tanto. No podía superar jamás a una muchacha como Emma.

Me levanté un poco, quizá por miedo cuando del agua emergió alguien. El ruido de espuma y agua. El sonido de su respiración entrecortada. Connor, empapado, salió del mar y luego me miró. Me volví a sentar en la orilla.

–Hola–dijo.

–Hola–respondí.

Se fue hasta al muelle y se impulsó para salir. Su remera blanca se pegaba sobe su piel, así que se quitó y la dejó sobre uno de los troncos que sostenían al muelle...

–Tu padre me dijo que estabas aquí.

–Quería venir para recordar.

Estábamos tristes. Y nuestra tristeza estaba poniendo más gris las nubes.

–Yo también quiero recordar.

Sonrió. Por fin, después de tanto, volvió a sonreír como antes.

–Recuerdas a Emma con su... –hizo un ademán con las manos – ropa toda rosada hecha un desastre.

–Sí– reí y luego señalé – estaba allí y nosotros por allá. Fue muy gracioso verla...

–No.

La sonrisa dejó su rostro casi por completo. No dije nada, no pregunté pero él aclaró.

–Nosotros no estamos por allá. Estamos acá.

–Me refería a aquél día.

–Me refiero a ahora – me miró. Sus ojos azules ya no estaban oscuros. Volvía a tomar ese color vivo de antes–.

Volvimos a ver el mar. Las nubes no aguantaron más y comenzó a llover. Yo, por instinto me iba a incorporar, pero la mano de Connor se aferró a mi antebrazo.

–Es solo lluvia –dijo y yo volví a sentarme.

Cerré los ojos y dejé que el agua fría me despertara. Se sentía bien. Mirar el cielo con los ojos cerrados mientras la lluvia te acaricia la piel. Era genial.

–Hace mucho no me quedaba debajo de la lluvia.

Connor no dijo nada. Continuaba viendo el mar. Parecía que él sí se quedaba debajo de la lluvia muy a menudo.

–Recuerdas... –captó mi atención y luego dio una pausa –recuerdas cuando te metí bajo el mar– iba a responder pero se adelantó – te dije que me quedaba sin aire– sonrió y bajó la vista – fue mentira. Realmente quería besarte.

No sabía que responder. Buscaba el agua y el cielo para que me ayudaran, pero todo estaba en silencio. La lluvia seguía e incluso más fuerte.

–Una vez te pregunté qué pensaba tu cabeza cuando quedabas en silencio.

Medité un segundo la respuesta.

–¿Te estás quedando sin oxígeno de nuevo?

Me miró.

–¿Disculpa?

–Si te falta oxígeno –volví a decir y luego lo quedé mirando un rato – quiero compartir mi poco de oxígeno ahora contigo.

Sonrió y luego se acercó. Yo también me acerqué más y luego más. Su mano en mi nuca, su respiración y la mía, su labios y los míos tan cercas hasta transformarlo en un beso. Lo besé y lo besé. Él también lo hizo. Fue largo, sin dudas compartimos mucho oxígeno con aquél beso. Lo seguía besando y él me seguía besando. Lo tenía acá, conmigo y de alguna manera también sentía que teníamos a Emma, a nuestra querida Emma en nuestros corazones. Una sola lágrima bañaba mi mejilla, pero se camufló con la lluvia. Los labios de Connor saben bien, pero un beso con la lluvia mojando los labios saben aún mejor.

Supongo que todo en la vida es bueno. Supongo también que por primera vez me volví a sentí vivo y también sentía a Emma con vida. Nuestro amor la hacía revivir de alguna manera.

Cuando nos alejamos, no pudimos evitar reírnos. Todo fue perfecto y lo mejor era que nada arruinó el momento. Nos acostamos y miramos el cielo nublado, que nos mojaba con la lluvia. No había un cielo de estrellas como cuando mirábamos con Emma. Pero igual fue hermoso. Todo era hermoso, el azul del mar era hermoso. El gris que tanto me persiguió estas últimas semanas también ahora me parecía hermoso, Connor me parecía hermoso y todos los Matices no solo de azules, sino todos los colores eran ahora mismo hermoso.

Cerré los ojos y escuché las historias que me contaba Connor. Quería escucharlo por siempre.

Matices De AzulesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora