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Una noche le pedí el auto a papá. Me miraron sin mucha confianza, pero aceptaron dármelo. Todavía sentía el vacío en mi pecho. Dolía. Dolía sin haberme lastimado, simplemente era eso lo que me atormentaba siempre. Dolor.

Conducía hasta el pueblo, era una noche hermosa. Despejada y con una brillante luna amarillenta por el horizonte. Preguntándose si salir o no. Los negocios del pueblo estaban cerrando. Todos, menos un negocio algo precario. Compré un paquetes de cigarrillos y volví a casa. No entré. Solo estacioné, caminé y me acosté en el césped del patio trasero. Encendí un cigarrillo. Lo fumé o, al menos lo intenté.

Los cigarros no eran lo mio. Lo había comprobado esa noche. Arrojé el paquete a la mierda y me volví a acostar a mirar las estrellas. Brillaban, lo hacían y yo me sentía miserable. No quería que brillaran, no quería sentirme así. Pero pasaba y dolía. Dolía y volvía a pasar. Y, también... Pensaba. Pensaba en lo que me gustaba.

Mierda.

Matices De AzulesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora