Capitulo 23

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Mia recordaba las peleas con sus padres de una manera aislada; es más, hasta hacía nada, podía haber asegurado que las contaba con los dedos de las manos, pero era obvio que ya no podía contar las veces ni añadiendo los dedos de los pies.

            Ahora era capaz de tener dos peleas distintas en menos de una hora, lo justo que duraba una cena o comida compartida alrededor de la mesa; siempre la estaban recordando su escapada a Maryland, la reprochaban que se hubiera ido sin permiso, que hubiera estado tan loca como para desaparecer de esa manera y que era una irresponsable, que comenzaban a conocerla, que ya sabían cómo era... Los primeros días, Mia se había callado, esperando, tal vez con la esperanza de que olvidaran el tema, que no volvieran a mencionar lo ocurrido, pero era como si sus padres no fueran capaces de cerrar la llave de lo ocurrido, como si con un sólo error en su impecable vida prefabricada la hubieran etiquetado y marcado para el resto de su existencia. Parecían incapaces de ver todo lo bueno que había ido cosechando a lo largo de su vida, como si sólo existiera lo ocurrido aquel día que se fue con Hyden... y Mia, por más que intentó pensar en algo que sus padres le hubieran repetido con tantas insistencia como lo hacían sobre eso, no logró dar con nada. Por lo visto —y para su suficientemente patética vida encerrada en una cárcel—, no había nada digno de mención en su vida que hubiera hecho que sus padres le recordaran con las mismas ganas.

            "Estoy harta"

            Mia se había obligado a prometerse y mantener la promesa —eso último era lo más complicado—, de mantener un número razonable de mensajes diarios y seleccionar lo menos interesante de su vida para evitar dar detalles indecorosos de su ya bastante mediocre existencia.

            Vale, sí. Desde que el ambiente en su casa había pasado de ser asfixiantemente rosa a tomar un tono mucho más oscuro, prácticamente rondando el negro y sin dejar de ser asfixiante, Mia veía el día a día como una pesadilla durante la vigilia.

            Básicamente prefería no verse obligada a levantarse, algo imposible —en todos los significados posibles que había encontrado para esa palabra—, ya que los casi diecisiete años de vida se había acostumbrado a llevar un estricto modo de vida y Mia estaba comprobando que era difícil desprenderse de ciertas manías y costumbres.

            No esperó una respuesta. Guardó el móvil en el bolsillo de la chaqueta gris que había escogido esa mañana, lo más accesible posible por si lo necesitaba, y agarró el i-pod de la mesa de estudio antes de salir hacia el instituto, buscando en la lista de reproducción la canción que había estado rondando toda la noche en la cabeza.

            Hyden no solía responder de inmediato; por lo general ni respondía. Y desde el momento que ella enviaba el primer mensaje hasta que al fin recibía una respuesta, Mia notaba las crecientes oleadas de ansiedad que le subían por la garganta.

            Y ese era otro concepto al que le estaba sacando más de una forma de definición. Noviazgo. Si es que Hyden a salir lo llamaba ser novios; algo que Mia no había tenido el valor de preguntárselo. Por ahora había decidido seguir viviendo en ese trocito de felicidad, ya que por muy pequeño que fuera, seguía siendo felicidad, algo de lo que solía escasear bastante en ese lugar llamado planeta.

            Mia aceptaba que su relación con Hyden estaba destinada a ser a distancia, con todos los contras que tenía una relación así y ninguna ventaja e, incluso, con alguien como él, podía encontrarle más inconvenientes de los normales... y no sólo por ser un cantante famoso perseguido por miles de fans... Hyden era... especial —por no detenerse a buscar una palabra menos agradable—.

            Suspiró resignada y esperó en el andén a que llegara el tren, apoyada en la pared mientras permitía que cientos de caras —espaldas— desconocidas fueran anteponiéndose entre ella y la vía.

Noche OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora