Cenicienta 2

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El día de la fiesta, las hermanastras de Cenicienta, ya vestidas adecuadamente, salieron muy contentas de su hogar junto a su madre.
Cenicienta, Sam y el Lobo estaban en la cocina, lavando platos y cocinando para las princesas y compañía.

–Esto es repugnante -suspiro ella-, yo debería estar ahí... Bailando, riendo, comunicandome... Pero estoy aquí, haciendo la comida para tres cretinas egocéntricas.

–No eres la única, ¿sabes? -dijo el Lobo.

-Oh... Perdon, -rió un poco y siguió con lo suyo.

Sam estaba fregando como nunca, hasta que se hartó y tiró el plato al piso.

–¡¡SAM!! -gritaron Cenicienta y el Lobo al unísono.

–¡NO SE LOGRA QUITAR LA MANCHA, NO SIRVE! -dijo en su defensa.

–¡AHORA VOY A TENER MÁS TRABAJO, GRACIAS, SAM! -dijo Cenicienta.

–¿¡PUEDES DEJAR DE PENSAR EN TI MISMA!? ¡HAY MÁS PERSONAS EN ESTA HABITACIÓN!

–¡SÍ! ¡UN NIÑO CON VESTIDO Y UN LOBO ANTROPOMORFICO!

–Oye, no me metas en esto -dijo el Lobo.
–Antes de hablar quitate esas pulgas, amigo -dijo ella.

–¡YA BASTA! ¡NO TE METAS CON ÉL! ¡BRUJA!

–¡ERES UN BASTARDO, NIÑO MALCRIADO!

–¡Paren los tres! -dijo una anciana con abrijo y alas.

–Hola -la saludó el Lobo.

–Hola, Lobo, ¿cómo te va?

–Pues... Ya ves -rió.

–¿Quién eres? -pregunta Cenicienta.

–Yo soy tu hada madrina. Dime, ¿hay algo que desees?

–¡Quiero un vestido muy bonito para ir al baile!

La hada madrina la toco suavemente con la varita, y luces de censura cubrieron su cuerpo, para luego desaparecer, mostrando un vestido largo de color azul.

–Es hermoso -susurró ella.

–Y sí que lo es, ah, ten cuidado al caminar, tus zapatos son de cristal. No queremos accidentes, ¿no? -rió.

–Que peligro -murmuró Sam.

–Oh, casi me olvido de ustedes dos -con su varita y el poder de la censura, a Sam le dió un bonito vestido rojo, y al Lobo un traje de vestir.

–¿En serio? -suspiró Sam.

–Te queda bonito -le sonrió el Lobo.

–Muy bien, pero, hada, ¿cómo llegaremos al baile si no tenemos un medio de transporte?

–Diría que camines... Pero los zapatos... ¿quieres un carruaje de calabaza?

–¿Qué?

–¿Sí? ¡bueno! -agarró una calabaza que había convenientemente en la nevera, los llevó fuera y la convirtió en un carruaje-. Suban, pero recuerden, antes de la medianoche tienen que estar aquí.

–¿Por qué? -preguntó Cenicienta.

–Porque el hechizo se esfumara. Ahora, vayan y diviértanse.

El carruaje comenzó a moverse y, luego de unos minutos, llegaron al castillo y entraron. Los ojos fascinados de Sam captaron a hombres y mujeres con vestidos y trajes de vestir.

–Allí está el príncipe, Cenicienta, clávale tus garras -apuntó Sam.

–¿Qué?

–Que vayas a bailar con él.

Y así fue, bailaron, hablaron, rieron. El Lobo, por supuesto, no quedó atras.

–Sam -extendió su brazo hacia él-, ¿me permites?

–Claro -sonrió él.

El Lobo aprovechó que la canción era lenta, y agarró a Sam del hombro, y Sam de la cintura (por el problema de la altura). Y bailaron toda la noche, pegados.

Hasta que marcaron las 11:57. Y Cenicienta, el Lobo y Sam salieron corriendo.

–¡Espera! -dijo el príncipe mientras agarraba la mano de Cenicienta-. Dime tu nombre.

–No tengo tiempo, lo siento -salió corriendo y subió al carruaje, sin darse cuenta que dejó su zapato allí.

–¿Te divertiste? -preguntó Caperucito.

–¿Que si me divertí? -rió aliviada- fue lo más bello que viví en mi vida.

–Yo también -dijo el Lobo mirando por la ventanilla.

Caperucito Rojo (Yaoi/Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora