Cenicienta 4

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–¿¡Qué!? -preguntó con voz desesperada.

–Él se quedó allí -susurro mientras bajaba la mirada y se cruzaba de brazos-, Sam lo decidió. Me obligó a bajar sin él.

–¡No tienes que hacer caso a lo que dice! -a cada palabra que decía sus gestos eran más exagerados-, bien, bien. Mejor me calmo. Seguramente tiene un plan -suspiró y agarró a Cenicienta del hombro-. Vamos al castillo. Tendremos que ir caminando, ¿si?

–Está bien -le sonrió.

La tomó de la muñeca y, a pasos apresurados, la llevó al castillo del príncipe.

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Sam abrió lentamente los ojos, toda su vista estaba nublada. Cuando se dio cuenta de su situación, se sentó inmediatamente, lanzó un gemido de dolor y se tocó la cabeza.

–¿Dónde estoy? -se susurró a él mismo.

–Estás en el sótano -dijo Anastasia mientras bajaba por unas escaleras. En sus manos llevaba una bandeja con un poco de comida-, estuviste varios minutos desmayado, debes de tener hambre ¿no?

–Eh... Sí -se levantó e intentó dar un paso, pero algo no lo dejaba avanzar. Estaba encadenado.

–Lo siento por eso -suspiró-, mi madre creía que era muy fácil escaparse, así que te encadenó.

–Dios... Está loca -se sentó bruscamente y cruzó sus brazos.

Anastasia se sentó frente a él, dejó la bandeja a un lado y se quedaron unos largos segundos en silencio.

–¿Puedo irme? -murmuró Sam.

–¿Qué? -se acercó un poco más a él.

–Que si puedo irme.

–Lo siento, Sam. Pero no tengo la llave, además, mi madre me mataría.

–Está bien -frunció el entrecejo-, yo tampoco querría lidiar con ella.

–Tus amigos, el Lobo y Cenicienta... ¿a dónde fueron?

–¡Es verdad! Tengo que salir... ¡tengo que salir de aquí! Tengo que terminar este cuento.

–¿Cuento?

–Eh... Nada. Sólo, déjame, por favor.

–Sam... Yo... –dejó caer su cabeza-. En serio no puedo, perdón.

Él la agarró de los hombros y la obligó a mirarlo a la cara.

–¿Por qué?

–Mi madre no quiere, Sam. Se ocupará de hacer que el príncipe se rinda, va a obligarlo a casarse con alguna de nosotras dos... -suspiró.

–¿Tú estás a favor de eso?

–¡No! -gritó-, ¡yo quiero que el príncipe sea feliz! Y... Sólo lo sería con Cenicienta. Ella es bonita, no como yo -sus ojos se cristalizaron.

–Oye... -él sonrió de lado-, tal vez no seas bonita, pero tú eres mucho mejor que Cenicienta. Si él no se preocupa por la personalidad será su problema. Y si lo único que quiere es una chica de físico bonito -rio un poco-, te mereces un mejor candidato.

Ella sonrió y lo abrazó. Estuvo así por unos segundos, hasta que lo soltó, le hizo una reverencia y subió las escaleras.

–Hey, ¿a dónde vas?

Sin contestar a la pregunta de Sam ella desapareció.
Unos eternos minutos después ella volvió a aparecer, traía consigo una llave.

–Tómala -se la lanzó-, apúrate, mi madre nos descubrirá.

Sam, con torpeza, logró agarrar la llave; con la misma torpeza de antes, él logró abrir la cadena.

–¡Vamos! -dijo Sam-, el Lobo y Cenicienta seguramente ya llegaron al palacio del príncipe.

–Está bien -sonrió, lo tomó de la mano y con cautela subieron.

Revisaron el perímetro, al ver que no había nadie, salieron rápidamente.

–¿Tienes la llave de la puerta principal? -susurró Sam.

–No...

Sam suspiró y, ésta vez, él la guió a ella.
–¿A dónde vamos? -preguntó ella.

–Haremos lo mismo que el Lobo y Cenicienta... Escapar por la ventana.

–¿Eh?

El niño rompió la ventana que estaba cerca de la puerta.

–¡Rápido! -gritó él.

Se escucharon pasos apurados, y ahí estaba Drizella, mirando a Anastasia.

–¿Qué haces, hermanita? -bajó lentamente las escaleras.

Sam empujó a Anastasia por la ventana, lastimandola un poco.

–Lo siento -sonrió nervioso, miró a Drizella y, con voz seria, le dijo-. Será mejor que no te metas en ésto, Drizella. Sigue con lo que estabas y no digas una sóla palabra a tu madre.

–¿Y si no te hago caso, niño?

–Lo harás. Eres dependiente.

–Tsk, idiota -se dio la vuelta y volvió a subir las escaleras.

Sam salió por la ventana y nuevamente agarró la mano de Anastasia.

–Vamos al palacio -dijo mirándola a los ojos.

Caperucito Rojo (Yaoi/Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora