┋CAPÍTULO I┋

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Max

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Max.

19 de marzo de 2022.

— Logan Nox ha fallecido —, exclama Xavier Pritz, el médico de confianza de la familia, comunicando la noticia que todos ya sospechábamos desde que escuchamos los desgarradores gritos de mi abuela momentos atrás en la habitación contigua.

Sin embargo, no puedo evitar notar cómo el frío del invierno recorre mi cuerpo al oír esas dos palabras tan simples.

Por un momento, me siento transportado lejos de la habitación, sumergido en el ruidoso golpeteo de la lluvia en los cristales y en el constante tic-tac del imponente reloj de cedro a punto de dar las seis de la tarde con su inconfundible cucú. En ese breve instante, casi podría jurar que oigo el eco de los golpes del bastón del patriarca resonando en el pasillo de mármol antes de que entre al espacioso salón.

—Mis más sinceras condolencias para la familia Nox —dice Antonio, el mayordomo que ha servido en la mansión durante más de cuarenta años, inclinando respetuosamente la cabeza ante todos en la sala principal. Su rostro refleja seriedad y solemnidad, y se puede notar una auténtica tristeza en su mirada. Antes de retirarse, susurra: — Joven Max —, inclinando la cabeza cuando pasa a mi lado.

Observo cómo todos a mi alrededor se abrazan con lágrimas en los ojos, pero nadie se acerca para consolarme. A ninguno de los miembros de mi familia le caía tan bien como a mi abuelo, y ahora ya no está. De repente, siento que Nathaniel, el sobrino más joven con apenas tres años, tira de mi pantalón. Al mirar hacia abajo, me encuentro con su bello rostro angelical, muy parecido al de su madre debido a la genética. Entre balbuceos, logra decir:

—¿Estás triste, tío Mas? —Esbozo una sonrisa y me agacho para estar a su altura, o al menos lo más cerca que puedo.

—Sí, pequeño.

—¿Por qué? —Arruga el ceño y su sonrisa me hace sentir culpable.

—Porque el abuelo se ha ido.

—¿Y no va a volver? —Cruza los brazos y trata de mantenerse erguido hasta que empieza a tambalearse, y yo lo sostengo antes de que se caiga de bruces.

—No, porque el lugar al que fue no tiene un boleto de regreso. —Estoy a punto de derramar lágrimas, pero me contengo.

—Podemos ir a visitarlo. —Afirma de forma convincente y palmea suavemente mi hombro con su pequeña mano para luego dirigirse hacia donde se encuentran sus otros hermanos.

—Algún día —respondo al aire mientras me levanto nuevamente.

No tengo una fe inquebrantable en el cielo o el infierno, pero estoy convencido de que, si el cielo fuera real, el anciano estaría allí, quizás causando un poco de revuelo o simplemente siendo tan especial como siempre.

El anciano era obstinado y terco en los asuntos comerciales, pero excepcional en su vida personal. Era de aquellos individuos que ya no se encuentran y que resultan imposibles de igualar. A pesar de mis intentos por emularlo, jamás logré hacerlo de manera adecuada. Carezco de la valentía necesaria para sacrificarme por aquellos a quienes quiero, y mucho menos he combatido en lugares sombríos junto a algún adversario. Únicamente contra mi propio hermano.

Al Límite de ti. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora