┋CAPÍTULO XXVII┋

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Max

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Max

02 de abril de 2022

—Quiero que la encuentren, carajo. ¿Cómo es posible que la tierra se la haya tragado así de la nada? —bramo al celular, completamente furioso, y cuelgo.

No me interesan sus estúpidas excusas sobre por qué Ara Rojo lleva desaparecida más de setenta y dos horas, sin responder a ningún mensaje, llamada o señal de humo por mi parte. No ha vuelto a su departamento, ni al mío, no está en ningún hospital; internada e inconsciente, y tampoco está arrestada o bajo interrogación policial. Incluso me atreví a enviar a alguien de confianza para recorrer las morgues de Mortwood, Montive, Castelmor, Rushmor, Nox Port y Francox, pero nada, ni un maldito rastro de ella.

Su último mensaje decía que aceptaría casarse conmigo y firmaría el contrato una vez tuviera los ajustes que ella considerara oportunos. Nada de eso me hacía pensar que desaparecería de la nada. Que huiría de mí, si es que ese fue el caso.

«¡Puf! Así, como si fuera el pececito de Harry Potter».

—Señor... Yo... Lo siento mucho, no debí dejarla en ese lugar. —Jaime continua de pie frente a mi escritorio.

Es la quinta vez en estos días que lo llamo para que me relate, paso a paso, lo que hizo, lo que vio y dónde dejó a Ara Rojo.

—Su última localización con vida.

Al menos eso dijeron dicho los policías cuando, a las veinticuatro horas de su desaparición, se les informó del suceso. Expresión que me hizo enojar más de lo que ya estaba y terminé con una multa por agredir a un oficial de la ley y dos falanges rotas al golpearlo justo por debajo de la mandíbula.

—No, no debiste Jaime. —Lo reprendo—. Pero ahora vuelve a decirme todo cuanto recuerdas una vez más.

El viejo Jaime Tagumi toma el mayor aire posible, veo su pecho inflarse incluso el doble de su tamaño original y a continuación comienza a relatar una historia que, al parecer, ya me sé de memoria.

—La señorita Rojo llamó a la recepción para pedirme que estuviera listo en cinco minutos porque quería irse a su casa lo antes posible. La escuché un poco alterada, pero en cuanto la vi bajar del ascensor me di cuenta de que solo habían sido ideas mías. Desde ese punto hasta el automóvil, estuvo mirando su teléfono en todo momento. Mientras avanzábamos por la avenida Principal de los Pingüinos, la señorita Rojo revisaba sus mensajes y sonreía de lo más normal, hasta que, una vez salimos de Castelmor, profirió una maldición y pude ver, por el espejo retrovisor, cómo sus ojos saltaban de sus cuencas, se ponía completamente pálida y comenzó a temblar un poco de las manos. —Jaime imita a Ara sentándose en la silla frente a él, con el teléfono en su mano y cada paso lentamente para hacerme comprender mejor la situación—. Estaba asustada, señor, o al menos eso me lo pareció a mí. Cuando le pregunté si se encontraba bien, vi cambiar su semblante a algo más... tranquilo, pero falso. Minutos después me pidió que cambiáramos la ruta y en lugar de dejarla en su departamento debía llevarla a la vieja estación de tren a las afueras de Mortwood. —Jaime hace una pequeña pausa solo para mirarse las manos y arrancar alguno que otro cuerito que por los nervios ha estado jalando desde que ingresó en mi oficina—. Debí esperarla, regresarla a su hogar como en un inicio se me indicó, pero ella me dijo que su amiga no tardaría en pasar a recogerla y así fue. Aunque antes la vi ingresar a la estación y salir con una maleta pequeña que, en un inicio, puedo jurar, no llevaba. Después vi llegar un coche rojo Atvio Z6. Aunque no puedo afirmar que quien conducía era mujer. En cuanto vi al carro irse de ahí me dispuse a marcharme para recogerlo a usted de su cita.

Al Límite de ti. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora