Tercera parte.

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Los días habían pasado de una manera dolorosamente lenta. Sus padres no dejaban de discutir todo el tiempo y el único que podía detenerlos era su castaño padrino, que parecía ser el padre de la familia mientras que el ojiverde la madre. Un día, la honorable y humilde casa Black se convirtió en un centro de guerra cuando Sirius y Regulus decidieron lanzarse hechizos. Odiaba ver a sus padres pelear.

Había veces que Harry dudaba en hablar con sus padres, cualquier palabra dicha iba a ser utilizada para herir al otro, era algo frustrante. Sólo podía hablar con su padrino Remus, quien era el único que lo acompañaba a la hora de comer y le daba las buenas noches sin matar a alguien en el camino.

—No quiero que te vayas —se quejó el mayor de los Black abrazando a su hijo por la espalda.

—Cierto, podríamos enseñarte todo en casa —concordó un Regulus disfrazado con ojos y cabello castaños y test más oscura que la suya—. No necesitas ir a Hogwarts —el castaño bufó mientras cambiaba el baúl a su mano derecha—. Pulgoso, ¿por qué no dejas a Armus y me ayudas con su baúl?

—Yo puedo hacerlo —murmuró Harry acercándose a su papá, queriendo agarrar sus cosas.

—No, deja que Sirius haga algo productivo.

—¿Productivo? ¡Yo puedo hacer mucha cosas productivas! —dijo dentro de la plataforma recién cruzada, los magos que pasaban al lado de la disfuncional familia Black se alejaba como si la locura se les fuera a contagiar— Dame eso —gruñó quitándole el baúl y cargándolo.

Regulus sonrió y se abalanzó hacia Harry, abrazándolo con cariño.

—¡Hey!

Harry y Remus rodaron los ojos al ver el comportamiento infantil de los dos hombres.

—¿Cuándo se empezaran a comportar como adultos? —preguntó su hijo molesto. 

—Yo siempre me comporto como un adulto —se quejó el animago—. Es Regulus quien se comporta como un niño de dos años...

—¿Yo? ¡Si eres tú quién siempre se anda quejando de cualquier cosa!—contestó el castaño cruzándose de brazos.

—Claro, ¿quién fue el qu...?

—Mínimo déjenme unos minutos en paz, por favor —pidió el menor mirando a sus dos padres con reproche, quienes se callaron con rapidez mientras se mataban con la mirada—. Merlín, ¿cómo pudieron hacerme si se odian tanto?

Los dos adultos abrieron la boca para reprochar, pero la pequeña risa del único ojimiel en el lugar calló cualquier queja que hubiera salido de sus labios.

—Antes se amaban—informó el licántropo a su ahijado —, hubieras visto a Sirius cuando pensó que Regulus había muerto. Ni James lo aguantaba.

—¿En serio? —preguntó el menor interesado.

Regulus miró a su hermano con curiosidad, pero Sirius sólo miró al piso con un fuerte rubor en sus mejillas.

—Sólo pensé que ya me había salvado del demonio...

—¿Por eso estuviste en depresión por más de nueve meses? —preguntó Remus burlesco.

—¡No fue por eso! —replicó.

—Pero Sirius no fue en único deprimido —murmuró Remus sonriendo, ignorando los balbuceos de su amigo—. Nuestro pequeño Regulus también estaba triste, aunque eso fue antes que Sirius, cuando me dijo que se iba a ir...

—No quería dejar a Armus —se defendió el nombrado.

—¿Por eso lloraste en mi hombro por todo un día repitiendo el nombre de Sirius todo el tiempo?

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