Décima octava parte.

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Bien, estaba harto.

Muy, muy harto.

¿Cuánto tiempo había estado así? Cuatro semanas. ¿Qué cosa positiva había pasado desde entonces? Remus le había hecho un pastel de chocolate. ¿Otra cosa? Para nada.

De nada le servía estar deprimido, ¡era aburrido! Hasta ya extrañaba los constantes regalos de su querido profesor de pociones, quien, al final de todo, terminaba perdonando la atrocidad que hubiera hecho. Extrañaba el dramatismo de Draco, las quejas de Weasley, las bromas de Zabini, sus horas de estudio con Theo, ¡Merlín! Hasta extrañaba los días que tenía que sacar a alguno de sus amigos del baño porque él realmente necesitaba entrar a ese preciado lugar todas las mañanas, pero, sobre todo, extrañaba las sonrisas que le dedicaba Tom cada vez que algún profesor los separaba por armar escándalos, las caricias que le daba cada vez que le decía lo maravilloso de su presencia, los abrazos que le rodeaban todas las noches, los besos posesivos que le daba cada vez que alguna de sus antiguas conquistas los miraban, y las que no eran sus conquistas también.

Extrañaba a Tom.

Pero, lo más estresante de todo era que no sabía cómo verlo, siempre había sido ese chico que le perseguía a todos lado como si adorara su existencia. Ahora era Tom Riddle -recordó amargamente-, era Tom Riddle, quien hizo cosas atroces hasta llegar a ser Lord Voldemort. Era Tom Riddle, el mismo del diario, diario mismo que le ayudó en muchas tareas. Tom Riddle, el chico apuesto que tenía una gran visión del mundo, chico apuesto con mentalidad emprendedora, dispuesto a dar todo por sus objetivos.

Y lo hizo.

Dio hasta a su pareja por seguir sus ideología, y eso era lo que más le deprimía, ¿por qué no podía olvidarlo con facilidad? Ya tenía la idea en la mente, ¿por qué no la aceptaba?

Sollozó ligeramente, escondiendo su rostro entre sus piernas. No quería seguir así, le dolía el pecho, su hermoso rostro se encontraba manchado por dos ojeras, su apetito se había ido. Su vida se había ido.

Sirius Black abrió la puerta de su habitación y entró rápidamente, cerrándola tras él momentos antes de abrazar a su hijo.

—Ya, cachorro —susurró en su oído acariciando su cabello con cariño—. Todo está bien.

—¡Nada está bien! —corrigió de forma estrangulada— ¡Si estuviera bien yo estaría bien!

—Estoy seguro que Thomas tenía sus razones, ¿no? —preguntó tratando de animarlo.

—Macabras razones.

—Orión...

—No —siseó callando al mayor—, estoy completamente seguro que, si realmente me hubiera querido, ya estuviera aquí —afirmó sacando su cabeza de sus piernas para recargar su mejilla en sus rodillas, mirando la ventana de forma pérdida.

—¿Por qué tendría que estar aquí? —preguntó Sirius poniendo los ojos en blanco— ¿Por qué él tendría que venir? ¿Fue él quién te dejó? —sí, definitivamente, Sirius Black no tenía tacto. No se diga paciencia.

—No, pero...

—Cuando Regulus y yo discutíamos, el primero en irse era el primero en regresar —explicó encogiéndose de hombros, ganando una mirada de su hijo—. Muchas veces no sabíamos si el otro seguía molesto, así que simplemente esperábamos, siempre en el mismo lugar donde nos separamos —hizo una pequeña pausa antes de sonreír con nostalgia—. Después de todo, sabíamos que nuestro destino era estar juntos. No nos preocupaba lo demás.

—¿Y cuándo Regulus decidió irse todos estos años? —cuestionó tratando de encontrar alguna ruptura a esa promesa no formulada.

—Grimmauld place fue el lugar donde nos separamos —respondió—, mismo lugar donde nos volvimos a encontrar.

Nuestros destinos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora