Capitulo 2

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Capitulo 2

—Día 5—


   Apenas habían pasado cinco días desde la llegada del pequeño inquilino, y ya estaba acabando con la paciencia del mercenario, al igual que con sus muebles.

   Shizuo llegaba del trabajo a las 6:00 de la tarde, con notable cansancio y un pésimo humor, y en cuanto entró a su hogar, todo el lugar estaba en perfecto desorden, cosa que empeoró sus ánimos e hizo que volviese de sus manos, un par de puños.


—¿Qué carajos...?— Preguntó a regañadientes, una pregunta al aire que fue interrumpida rápidamente. Un agudo maullar, que provenía de la habitación principal, llamó la ateción del mercenario, cosa que le preocupó por un breve momento. Apresuró su paso hacia la alcoba, todo estaba oscuro, y fue cuando vio que la sábana de su cama se movía despavorida, teniendo en su interior algo atrapado.


   El guardaespaldas bufó antes de quitarse los lentes y sobar el puente de su nariz, hasta que por fin decidió alzar la sábana. Se encontró al asustado felino todo despeinado y con mala cara, el cual había luchado contra la tela para escapar durante un buen rato, y en cuanto le vio, el minino le dedicó una mirada inocente en agradecimiento.


—Sabes que estás en problemas— recordó el rubio con fría mirada. Su rostro inexpresivo y oscuro daba miedo, e Izaya, ante la feroz mirada, se apresuró a esconderse entre las almohadas, maullando como si no hubiese hecho nada y dejando su cola a la vista.


   ¿Por qué se llamaba Izaya? Era un raro nombre, pero Shizuo no lo había elegido.

   El día anterior exactamente, el guardaespaldas le había dado unos colores y unas cuantas hojas al felino, así lo distraería mientras cocinaba el almuerzo. El azabache le devolvió el papel, teniendo en él un cómico dibujo de gatos junto a su nombre, el cual era "Izaya". Para el mercenario, era una clara presentación por parte del menor, y por ello decidió llamarle por su nombre. Era lo poco que Shizuo sabía de la criatura, lo poco que éste le había dado a conocer.


—¡Ven aquí!— El molesto hombre de ceño fruncido, con rápidos movimientos se deshizo de las almohadas, encontrando un pequeño ovillo negro entre las sábanas blancas—. Eres nuevo aquí, no puedes hacer este desastre— regañó fuertemente antes de agarrar al felino por la chaqueta, capturando su mirada con notoria furia.


   Izaya nuevamente soltó un maullido y se tapó los ojos con las manos, su cola se movía de lado a lado y aparentemente se estaba burlando del rostro del mercenario, el cual bufó y chaqueó la lengua antes de volver a su postura. Entonces el azabache dejó de tapar sus ojos y miró con alegría a su dueño, como era usual en él, y se columpió hacia el rostro del guardaspaldas hasta estar lo suficientemente cerca para darle un beso en la nariz.


—Eso no ayudará en nada, enano— replicó aún con el ceño fruncido, como si despreciara el cariño que el otro le quería dar. Izaya, tras ese gesto, cruzó sus brazos y sacó la lengua como parte de su berrinche, pues no podía hacer más que eso en dicho momento.


   Shizuo se ingenió entonces un castigo para su nueva mascota, y ello fue el encerrarle en una caja con una bola de estambre y algunas telas. Fue lo único que el gran mercenario pensó de castigo para una criatura tan pequeña, y aun así, el minino se divertía en esa caja, jugaba amenamente con el estambre y maullaba de vez en cuando para recordarle que seguía allí.

   Pronto, la hora de dormir se allegó junto al frío de cada atardecer. Shizuo, tras terminar de arreglar el desorden que Izaya había hecho, se preparaba para darse una relajante ducha fría, algo rápido. Terminado esto, se vistió con un holgado pantalón y una franela delgada, luego se tiró a la cama, la cual estaba igualmente acomodada.


—¡Buenas noches, Izaya!— Gritó el mayor desde la comodidad de su cuarto hacia la caja que estaba en la sala de estar; se estaba burlando del travieso minino.


   Sin embargo, Shizuo recordó que a Izaya no le gustaba la oscuridad. Ese era otro pequeño dato que tenía de la criatura que tenía cuatro días con él, ese pequeño que se mostraba juguetón y alegre cada día, pero que en la noche no le gustaba separarse de su dueño, menos a la hora de dormir.

   Izaya, por algún motivo, le tenía pánico a la oscuridad y esta vez, el mercenario le estaba dando una hora de castigo por destrozar sus caras sábanas blancas. Aun así, el rubio no podía estar tranquilo mientras escuchaba los sollozos del felino, el cual estaba en plena soledad.

   Por primera vez, Shizuo no disfrutaba de ver a alguien más sufriendo.


—Ey...— Expresó con cierto remordimiento el mayor mientras se acercaba a la caja que se estaba moviendo. Al estar frente a esta, evitando que avanzara, Izaya alzó su mirada carmín e inmediatamente alzó los brazos en dirección al rubio, en clara señal de que quería salir de allí.


   El guardaespaldas suspiró irritado, arrepentido, y cuidadosamente adentró su mano a la caja para sacar al felino, éste rápidamente se guindó de sus dedos y aprovechó para eliminar las lagrimillas de su rostro. Una rápida punzada rozó el pecho del mercenario, esa punzada de culpa por haber provocado que Izaya llorase, pero instintivamente se obligó a ignorarlo en cuanto estuvo nuevamente en su cama.

   Izaya, quién seguía en la mano del mayor, se acercó a su dueño para acomodarse junto a su cuello y envolverse en su cola, dispuesto a dormir. Shizuo sabía que los gatos reaccionaban ante las venas del cuello, que las confundían con serpientes y las atacaban, pero el tibio espacio entre el cuello y hombro de Shizuo, era el lugar favorito del felino para dormir.


—Que descanses— susurró desganado el rubio, aparentando su enfado hacia la gatuna criatura, pero sintiendo como esta se acurrucaba mejor luego de maullar suavemente en forma de despedida.


   Shizuo apenas se estaba acostumbrando a las cosquillas que las orejas de Izaya causaban en su quijada, esas cosquillas que le ayudaban a dormir, aunque sonara extraño, le relajaban. Igualmente, el aroma del felino era dulce y tranquilizador para un hombre tan malhumorado como el mercenario. Y sobre todo, agradecía que el chico felino no dejará pelos a donde fuera que fuese, un problema menor.

   Con miles de pensamientos en mente, el rubio recobró el sueño que había perdido. Sus ojos lentamente se cerraban mientras escuchaba como Izaya ronroneaba, y por fin cayó ante los poderes del sueño, esperando que el día nuevamente iniciara junto al destroza-sofás.

Un Gatuno AmanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora