Capitulo 9

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Capitulo 9

—Día 121—


   El reloj digital de la habitación marcaba las 3:05 a.m. El cielo seguía oscuro y la alcoba fría, y fue cuando Shizuo se despertó por el insesante temblor del cuerpo de Izaya, quien se aferraba a su cuerpo y apretaba con fuerza sus ojos.

   El rubio se sentía mejor, pero un leve dolor de cabeza aún le atormentaba. Bajó entonces la mirada al chico azabache que ahora dormía acurrucado a su pecho, y se dio cuenta de que el joven no estaba bien. Vio como Izaya, en medio de su sueño, se aferraba con mayor fuerza a su camisa y, teniendo poca visibilidad del rostro ajeno, Shizuo pudo notar las lágrimas que recorrían la pálida tez del felino.

   Shizuo pensó en la posibilidad de que Izaya estuviese pasando por una atroz pesadilla, y con el ceño fruncido, se dispuso a despertarle para que pudiese calmarse un poco. Sin embargo, en cuanto el mercenario tocó el hombro, el felino tembló y empezó a hablar cosas raras que crisparon la piel del mayor, provocando que alejara su mano lentamente.


—No...— se escucho un mísero murmuro—, no se atrevan...— sollozó esta vez, y de pronto sus uñas crecieron tales como las garras de un gato y éstas se clavaron en el pecho de Shizuo, sacando sangre de la piel casi de inmendiato.


   Un bajo gruñdo nació de la garganta del mercenario, aquel daño imprevisto le había dolido momenténeamente, pero algo en su interior le pedía que prestara atención a lo que Izaya murmuraba, a cada sollozo y gesto que el menor hiciese.


—No las toquen...— Izaya dobló su espalda contra su dueño, como intentando zafarse de algún agarre inexistente, y fue que su ceño se frunció y Shizuo notó como los colmillos le brillaban, esos característicos colmillos gatunos—. Malditos...— insultó brevemente, pero su ceño cambió a un gesto de claro sufrimiento y preocupación—. No, Shizuo no, no— sollozó con mayor esmero, pero su voz se partía y Shizuo supo que era hora de despertarle.


   Las garras del felino se enterraron profundamente en la piel del rubio, sus orejas temblaron y su cola estaba tiesa alrededor de su cintura, crispada y tensa. Shizuo, ignorando la inquietud que provocaban las garras clavadas en su pecho, se sentó en la cama y obligó a Izaya a que hiciera lo mismo, aunque siguiese dormido. Con fuerza le abrazó a su pecho, sintió allí la humedad de la sangre, y empezó a gritarle, llamarle, para que despertara de aquel profundo abismo.


—Izaya, ¡despierta malditasea!— Gruñó finalmente el rubio estando a pocos centímetros del rosto ajeno y, agradeciendo a los cielos, vio los orbes abiertos de su mascota, esos hermosos ojos carmesí que estaban sumidos en tristeza y desesperación, que le miraban atentos y sin pestañear. Izaya había abierto sus ojos.


   Pronto el minino volvió en sí. Su garganta se atoró y hippeó, tratando de recuperar el aire, y terminó por toser mientras tapaba su boca, intentando salir de su pesadilla aún clara en su mente. Sin embargo, las lágrimas se agolparon en su bella mirada y no dudaron en caer por las mejillas del azabache, le dificultaron la respiración por segunda vez pero esta vez Shizuo podía aclara que el menor estaba despierto.

   Una ola de alivio recorrió el cuerpo del rubio por un momento, algo corto, pues Izaya seguía temblando y con miedo, el mayor lo podía notar. Lo único que Shizuo podía admitir era que su mascota, el travieso chico azabache, escondía algo que aún le atormentaba y no hallaba la forma de sacarle la verdad.

Un Gatuno AmanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora