2. Secuestrado

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El agua me corrió por el cuerpo y me sentó tan bien como si hubiera estado en ese sitio imaginario de mi cabeza lleno de polvo. Nate me había permitido asearme en el cuarto de baño de aquel apartamento. No era para nada el hogar de unos secuestradores, era de lo más corriente. La habitación donde me tenían estaba al final del pasillo. El pasillo por donde Nate me había conducido era ancho y con dos puertas a la izquierda y dos a la derecha. Tenía fotos de paisajes colgadas en las paredes y al fondo el pasillo se veía un salón amplio. Estaba equivocado, aquello no tenía doble planta. El chico me metió por la primera puerta a la derecha. Supuse que el resto eran cuartos. Una vez dentro me dio un albornoz y me dijo que dejara mi ropa sucia en el cesto de mimbre junto al lavabo.

Lo primero que hice en cuanto cerró la puerta fue mirarme al espejo. Estaba horrible, me había salido un moretón entre la comisura derecha del labio y la mejilla. Me lo toqué y volvió a dolerme. Lo demás parecía seguir bien. Tenía el pelo rubio un poco alborotado y el flequillo pegado a la frente con sudor reseco. Y mis ojos azules, parecían haber perdido el brillo.

El cuarto de baño no era muy grande. Había una ducha en un rincón rodeada de una cortina de plástico con dibujos de la rana Gustavo. Un lavabo con un espejo pequeño encima, el inodoro, el cesto de mimbre y dos baldas con gel y los utensilios de baño. También había una ventana pequeña, pero también tenía rejas.

Ahora que el agua pareció llevarse gran parte del pavor que sentía, me sequé con una toalla y me abrigué con el albornoz, suspiré y abrí la puerta del cuarto de baño. Nate estaba en la pared de enfrente del pasillo haciendo guardia. Tenía la mirada perdida en la nada hasta que me vio asomarme por la puerta y me miró con expectación. Aquella mirada me ponía nervioso, por que no sabía lo que significaba. No me miraba con indiferencia, ni tampoco con rencor por el dinero que le debía mi hermano, era como una mezcla de pena y emoción por tenerme allí. Como si el secuestro le hubiera producido una especie de subida de adrenalina. Tenía la expresión de un niño pequeño el día de Navidad al abrir un regalo nuevo.

— ¿Has terminado?—preguntó por cortesía ya que era evidente que sí.

Asentí y luego me condujo de nuevo hacia el cuarto. Una vez dentro cerró tras de si de nuevo. La cama estaba echa para mi sorpresa, y encima de esta había unas cuantas prendas de invierno.

—No creo que te vengan—dijo en cuanto se percató de que las estaba mirando—. Probablemente te estén grandes, pero es lo único que tengo.

— ¿Es tuya?—pregunté echándole un vistazo por encima del hombro.

—Sí—contestó con un deje de humor—. Pero esta limpia, no soy un guarro.

—No, solo un matón de barrio y...

—Estoy intentando ser amable—me interrumpió—. Quizás deberías mostrarte un poco menos borde.

—Tú y tu hermano me habéis secuestrado para extorsionar a mi hermano—dije de mal humor—. Creo que tengo derecho a estar borde.

—Pues entonces no te pongas la ropa si no quieres—me gritó enfadado con mi respuesta—. Por mi puedes quedarte en albornoz hasta que se te ponga la piel morada de frío.

Cerré lo ojos totalmente frustrado y suspiré. Luego agarré la ropa y la desdoblé para ponérmela. Había una camiseta de manga larga de color verde, unos vaqueros y una chaqueta también verde. También había unos boxer con la etiqueta puesta.

— ¿Vas a quedarte ahí mirando?—inquirí mirando fijamente a Nate que parecía no tener la intención de moverse de en medio del cuarto.

— ¿Te da vergüenza que te vean desnudo?—el chico dibujó media sonrisa en la cara.

El DisfrazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora