22. Funeral

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Ryan iba a mi lado en el tren. Jugueteaba con el móvil mientras y miraba por la ventana. Me había puesto unas viejas Ray-bank, para intentar ocultar a los viandantes que había estado llorando toda la noche y tenía los ojos rojos e irritados. El tren que Ryan y yo habíamos cogido en Queens tardaría unas cuatro horas en llegar a Nassau, por lo que me había llevado un libro para distraerme del camino. Cosa que hasta ahora me había sido imposible, no pude prestar ni la más mínima atención a las palabras que estaba leyendo.

— ¿Has hablado con tus padres?—me preguntó mi amigo sin apartar la vista de su teléfono.

—No desde que les di la noticia.

Habían pasado dos días desde la muerte de Adam en el hospital. Había llamado a mis padres y ambos habían roto a llorar desconsolados, pese a sospechar que debido al estilo de vida que llevaba Adam, aquello iba a pasar de un modo u otro. Pero aquello no lo había echo menos doloroso. Luego se habían puesto en contacto con la aseguradora fúnebre para trasladar el cuerpo de mi hermano hasta Nassau, donde aquella tarde se iba a celebrar el funeral en su memoria. Nate había estado en mi casa todos esos días desde que me había llevado desde el hospital hasta mi casa. Me había encerrado en mi cuarto y no había salido desde entonces, pese a saber por los ruidos de la tele y de los trastos de la cocina, que él y Ryan estaban abajo por si en algún momento quería bajar. Aquella mañana solo Ryan estaba en el salón. No le pregunté por el paradero de Nate por que sabía que el chico jamás le habría dado a Ryan explicación alguna.

—Mis padres me han pedido que les de las condolencias a los tuyos y que los disculpe por no poder asistir—añadió de nuevo.

—Gracias—susurré—. Son muy amables.

—Si prefieres que mantenga la boca cerrada durante el viaje, lo entenderé—añadió levantando la vista del teléfono.

—No, me distrae que me hables, pero prefiero que hablemos de otra cosa, ¿vale?—le dije agarrando su mano.

Él asintió y me entretuvo hablando de juegos, música, cine y demás entretenimiento durante todo el rato que tardó el tren en llegar a la estación de Nassau.

Entrar en casa fue como una puñalada. Todo estaba en completo silencio cuando cerré la puerta y dejé mi mochila en el recibidor. La casa de Nassau estaba en un barrio céntrico y transitado. Era un barrio moderno de casas de ladrillo rojo pintado, todas eran iguales, pero yo había vivido allí durante dieciocho años, por lo que conocía perfectamente cual era mi casa.

— ¡Papá!—llamé.

Ryan me siguió a paso lento mientras cruzábamos el recibidor pintado de blanco hacia la sala de estar. Ver las fotografías de Adam y mías colgadas en las paredes fue un nuevo latigazo que hizo que se me agolparan las lágrimas en la comisura de los ojos.

— ¡Mamá!

Llegamos al salón. Un salón grande pintando de gris. Había dos sofás de terciopelo beige frente a un hogar de leña que siempre había estado fuera de utilidad. Había un gran ventanal que daba a la acera principal del barrio y unas cortinas grises que arrastraban por el suelo y que estaban extrañamente corridas dando a aquel sitio un estilo demasiado lúgubre.

—Oh, Dios—me giré en redondo y me abracé al cuerpo de Ryan.

Estaba claro que no estaba preparado para ver el ataúd con el féretro de Adam en el centro de aquel salón. Me había dado cuenta en el par de segundos que me había fijado en él, en que le habían puesto un traje de color gris y una camisa blanca que le hacía parecer mayor de lo que en realidad había sido. Le habían repeinado demasiado y parecía un monaguillo. El pelo rubio se le había oscurecido como por arte de mágica. Era un Adam desconocido, mucho más inocente de lo que en realidad era, un Adam de una época muy lejana, el Adam que mis padres habían conocido.

El DisfrazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora