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Sam y yo hemos encontrado los manuales en el piso de abajo. Son dos libros con anillas no demasiado gordos. Es una bonita forma de poner en papel las reglas que van a dictar nuestra vida a partir de ahora. 

Sam niega con la cabeza mientras pasa las páginas y lee por encima. 

-¿Hay toque de queda? -pregunto con intriga, sin mirar el libro que me corresponde. 

El lema de La Nueva Sociedad destaca en letras negritas en la portada, por debajo de la palabra «Leyes para el ciudadano de L.N.S».Creo que lo dejan bien claro. Incluso hay un apartado para incumplimiento de leyes aunque es muy poco específico.... y eso es quedarse cortos en realidad.

-¿Dónde crees que estamos del planeta? -le pregunto a Sam. 

-Tengo la sensación de que estamos en algún lugar del pacífico -responde, sin apartar la mirada del cuaderno. 

-Lo dices por las flores y palmeras que crecen aquí, ¿verdad? -pregunto. 

Hace un sonido de afirmación y frunce el entrecejo. 

-Nos vamos esta noche -declara, tirando el cuadernillo sobre la mesa y provocando el sonido del golpe seco. 

Doy un salto en el sitio y lo sigo cuando lo veo desaparecer en la cocina. 

-¿Se te ha ido la cabeza? -le pregunto sorprendida-. ¿Pero tú has visto esas vallas de metal? ¿Y el agua? 

-Sí, y también he oído sobre los trabajos de pescador que han asignado -responde alterado mientras saca todos los paquetes de comida de reserva-. Eso significa que hay un muelle y un barco como mínimo. 

Bufo. 

-Por todo lo que sabemos podría ser una barca con remos de esas que hay en el lago del parque... 

Sam me dedica una mirada de odio. 

-Eres una gafe, Washington. 

-Tú eres el optimista de los dos, Sam -señalo con tristeza. 

-Por eso soy el que se va a encargar de esta operación -apunta con una media sonrisa.

-¿Operación? -pregunto extrañada-. Esto no es una película de espías. 

Sam hace un saludo militar.

 En menos que canta un gallo se ha hecho de noche y tenemos todo lo que vamos a llevarnos preparado. Incluso unos alicates que hemos encontrado en una caja de herramientas básica. 

Abro los ojos de par en par cuando recuerdo lo único que puede atarnos aquí con más fuerza que nada. 

-Las pulseras -le digo a Sam mientras levanto mi brazo para mostrársela. 

-Las forzaremos -asegura mientras saca la caja de herramientas. 

Niego con la cabeza. 

-Sabrán que nos las hemos quitado en cuanto lo hagamos. Lo mejor será esperar a estar en el barco... y deshacernos de ellas en alta mar. Con suerte, no tendrán tiempo ni ganas de ir a buscarnos. 

-¡Buen plan! -declara Sam, chasqueando la lengua. 

-¿Estás listo? -pregunto titubeante mientras me echo la sábana llena de comida al hombro. 

Sam asiente rapidamente. 

-¿Y tú? -pregunta. 

Suspiro pesadamente. 

-No -admito-. Pero no creo estarlo nunca. Así que... cualquier momento será tan bueno como este para huir. 

Toda nuestra calle está en silencio. No hay farolas en la rudimentaria calle, si quieres salir de noche has de apañártelas con las linternas que encuentras en casa para los casos de emergencia. 

Sam y yo nos miramos mutuamente esperando a que alguno de los dos se anime a cruzar la puerta principal de la casa primero. Niego con la cabeza y me encojo de hombros. Es su idea, yo paso de ser el conejillo de indias de esta falsa aventura de espías. 

Sam pone los ojos en blanco y da un paso firme hacia el exterior de la casa. No sé si sabe fingir excepcionalmente bien o sus piernas no están realmente temblando tanto como las mías. 

El aire de la noche es fresco, pero no lo suficiente como para necesitar ropa de abrigo. El olor a mar flota en el aire mientras sigo a Sam por el borde de la calle y tratando de ocultarnos entre las sombras. Ninguno de los dos nos hemos atrevido a encender las linternas por miedo a que nos pillen. En este momento demasiados pensamientos rondan una cabeza tan pequeña como la mía. 

Sam y yo lo tendríamos todo, ¿sabes? Buenas notas, becas, amigos de verdad... Ahora tenemos que usar esas cosas que nos han quitado como la gasolina de nuestros motores. Esas cosas eran nuestras hace unas horas y puede que ya nunca más volvamos a tenerlas si seguimos secuestrados. 

Secuestrados. 

El secuestro es un delito que consiste en privar de libertad a una o varias personas durante un tiempo determinado con el fin de obtener algo. En nuestro caso quieren que pasemos el resto de nuestra vida secuestrados. ¿Podemos considerar el «tanto como duren nuestras vidas» un tiempo determinado? 

Algunos pensaran que en una situación como ésta tendremos suerte si morimos jóvenes. 

Mis ojos se abren de par en par cuando divisamos la primera vaya entre la maleza y los árboles que la cubren para que los que vivimos tras ellas no estemos continuamente atormentados pensando en que estamos encerrados como bestias de circo. Es algo que tiene que ver con la psicología. 

Ya puedo sentir la anticipación en mi estómago y la aceleración de mi paso. Sam reacciona de la misma forma que yo. Las posibilidades de salir de aquí son cada vez más reales. Quizás nuestro cuerpo se esté adelantando demasiado a los acontecimientos porque, antes de que incluso lleguemos a la vaya, una horrible sirena suena por todos lados. 

La sirena es tan estruendosa que necesitas taparte los oídos inmediatamente por el dolor que te produce escucharla. Es tan ruidosa que te entran ganas de llorar del malestar que este produce en tu sistema. 

Miro a Sam con los ojos entornados. Pero únicamente encuentro a un Sam que sufre tanto como yo. Un Sam que ha dejado de ser tan positivo como hace sólo unos minutos. 

Entramos de nuevo en el terror psicológico; la contaminación acústica. 

Le doy un pequeño puntapié a Sam con la puntera de mi deportiva y le indico con un gesto de mi cabeza que corra de vuelta a la casa. Estoy casi segura de que ninguno de los dos hemos provocado que salte la horrenda alarma. O eso espero. 

Tardamos segundos en llegar a la casa y por el camino vemos que las luces de las demás casas de la calle están encendidas. 

-Me duele la cabeza un montón -se queja Sam mientras se deja caer en el sofá y se masajea las sienes. 

-¿Por qué ha saltado la alarma? -pregunto mientras me dedico, de la forma más esmerada posible, a ocultar las pruebas de nuestro intento de fuga. 

Mi cabeza palpita al igual que la de Sam pero tengo que ocuparme de esto antes que de cualquier otra cosa. Lo último que necesitamos es que hagan una redada y encuentren un montón de pruebas contra nosotros. 

-Nunca más intentaré hacer esto -murmuro mientras me observo en el espejo antes de irme a dormir. 

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