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-¿Sabes lo peor de todo? -le pregunto a Sam por la noche. 

Sam asoma la cabeza por la puerta del baño mientras mantiene el cepillo en la boca y con espuma blanca en los labios. Es una imagen bastante cómica. Tenemos a algunos de los chicos y chicas de clase en un pedestal porque parece que nunca tienen un pelo fuera de lugar y un día te los encuentras en chandal por la calle o con un enorme grano en la frente. La idílica imagen que teníamos de ellos se desmorona rápidamente y comenzamos a verlos como personas normales. 

-Esta sociedad es homofobica -señalo con severidad-. ¡No hay ni una pareja del mismo sexo! ¡Ni una! 

-A ver -balbucea Sam con el cepillo de dientes a un lado de la boca-. Tiene su lógica. Para ellos somos como los Adam y Eva de esta isla. Los tíos con tíos y las tías con tías... suman cero bebés. 

-Todo el mundo puede tener un desliz -suelto de repente-. Imagina que fueran bisexuales. 

Sam se queda pensando unos segundos. Sonríe y me mira con picardía. 

-¿Quién dice que alguno de los chicos o chicas de aquí no sean bisexuales? -pregunta. 

Abro los ojos y voy a darle la razón justo cuando desaparece de nuevo para terminar de lavarse los dientes. 

Dormir con Sam en la misma cama es como tratar de tener una fiesta de pijamas con una amiga nueva. Sam se pone en una esquina, yo en la otra y hablamos durante un rato antes de dormirnos. 

-¿Cuándo vamos a salir de aquí?-pregunta Sam mientras mira al techo. 

Me encojo de hombros bajo las impolutas sábanas blancas. 

-Hoy no... y puede que tampoco mañana -susurro con desanimo. 

-Seguro que nuestros padres no están buscando como locos -asegura Sam, apoyándose sobre un codo para mirarme. 

Sonrío apenada. Echo tanto de menos a mi familia que hasta duele. Papá soltando palabrotas en portugués para que Madison no se entere, mamá echándonos la bronca a mi hermana y a mí en alemán porque es más amenazador... Son esos pequeños momentos los que más echo de menos. 

Puedo imaginarme a mis padres pidiendo explicaciones a el colegio y a todos. Está claro, al menos esta vez, que nosotros no nos hemos escapado de casa como dos locos adolescentes. Fuimos secuestrados frente a nuestros compañeros. Frente a mi mejor amiga, la que imaginé por un segundo que recibiría un balazo en la cabeza... Cuando al final resultó que a quien buscaban era a mí. 

Da igual las veces que me repita la misma pregunta en la cabeza. Sam y yo teníamos tantas posibilidades de estar aquí como cualquier otro. Tal vez, si hubiese sacado peores notas, no estaría aquí ahora mismo y otro de mis compañeros o vecinos estaría en mi lugar. Sé que pensar esto es tremendamente egoísta. No puedo ir por ahí deseando que las cosas malas les pasen sólo a los que están a mi alrededor y, así, convertirme yo en una mera espectadora de sus desgracias. 

-Será mejor que por ahora intentemos únicamente observar -propongo. 

-Sí -concuerda Sam-. Hacer amigos y tal para ser más fuertes. 

Niego con la cabeza. No es a eso a lo que me refería. ¿Sabes lo que pasa cuando haces amigos en circunstancias como estás? Acabas ganando más responsabilidades. Ya no te preocupas únicamente por tu bienestar sino que también te preocupas por el de tus amigos y sufres cuando ellos sufren. No quiero hacer amigos y que dentro de dos días estén castigados en medio de la plaza. 

-Tú ya eres muy popular -apunto para tranquilizar a Sam. 

-Ellos sólo quieren usarme -bufa-. Y no se dan cuenta de que soy tan inútil como ellos. Mi trabajo aquí es mera fachada. 

-Mira, Sam... No debes preocuparte por eso ahora. Vamos a actuar como ellos quieren durante un tiempo, ¿vale? Dejemos a los adultos hacer su trabajo. 

Sam frunce fuertemente el ceño. 

-¿A Douglass Owen?

-¡No! -exclamo con horror-. A nuestros padres. A las familias de todos nosotros. Son veinte familias, Sam. 

-Sí, por una vez tienes razón, seguro que los adultos nos salvan -acuerda. 

-¡Sam! -me quejo-. Casi siempre tengo razón. 

-Lo cierto es que siempre pintas el futuro muy negro... -comenta-. Para ti todo lo que puede salir mal, saldrá mal. 

Suelto una carcajada, aunque me molesta un poco que me recuerde ese aspecto de mi personalidad. 

-No todo es arcoíris y purpurina, Sam. Sólo tienes que darte una vuelta por esta ciudad de mentira en este país de mentira con ciudadanos de mentira... 

-¡País! -exclama Sam, interrumpiendo uno de los discursos más poéticos que jamás pronunciaré en mi vida-. Esta isla está en algún lugar. Las islas, aunque puedan ser compradas y vendidas, tienen que seguir las leyes del gobierno del país al que la isla pertenece. ¿Me explico? 

Asiento atónita. 

-Creo que no vas del todo mal encaminado, Sam. Pero las autoridades de dicho país tendrían que enterarse de lo que hacen aquí. ¿Cómo se supone que vamos a hacer eso? 

Sam se lleva una mano a la barbilla y se queda pensando durante unos segundos. 

-No lo sé -admite sin ningún reparo-. Estoy seguro de que se nos ocurrirá algo dentro de poco. 

Apoyo una mano sobre el hombro de Sam para captar su atención. 

-No hagas ninguna tontería, por favor -le pido. 

Sam es demasiado positivo y eso a veces lo hace actuar sin pensar demasiado. Se deja llevar pensando que todo va a salir genial y, al final, la caga. 

Ya ha iniciado el curso para mí y estos dos de vacaciones en una isla paradisiaca... ¡FELIZ LUNES! 

LA NUEVA SOCIEDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora