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Todos seguimos a los Vigilantes que llevan a Sam, agarrado por los dos brazos, hasta la Plaza Principal. Sam no se resiste, aun así, la tensión se palpa en el ambiente. 

Suben junto a Sam al escenario, donde se encuentra Douglass Owen, el cabecilla de los ricachones locos. O, al menos, quien parece ser su cabecilla. Se acerca al micrófono mientras carraspea y le da una mirada triste a Sam. 

-Para demostrar que toda la sociedad se encuentra en igualdad de condiciones, Sam Garret será condenado, como cualquier otro ciudadano, a dos días de encarcelamiento por atacar a otro ciudadano. 

Todos los chicos y chicas se miran nerviosamente entre ellos y a mí. De momento, nadie había sido condenado a dos días enteros dentro de la jaula. 

Tengo ganas de gritar algo. De defender a Sam y de decirles que él no es realmente así, que seguro que ha tenido sus razones, que nunca ha sido un chico tan idiota como lo está siendo en esta puta isla y que él nunca estaría del lado de los imbéciles. 

Además, ¿a qué ha venido lo que Sam me ha dicho al odio? 

Y, tan rápido como el pensamiento ha venido, se va. La gente cambia. Sam ya no es quien era en el instituto. Yo no soy quien era en el instituto. Todos los que estamos aquí dejamos de ser nosotros mismos el día en el que pisamos esta isla del demonio. Nos despojaron de nosotros mismos y nos convirtieron en sus prisioneros. 

-Todo aquel que atente contra la integridad de otro ciudadano, pagará por ello -advierte Douglass-. ¡Que el futuro de la sociedad sea próspero!

Y, sea como sea como ha venido, se va. Desaparece en dirección a las puertas de la valla. Intocable. Ese hombre es intocable. 

Arrastran a Sam hacia la jaula. La abren con un chirrido con sabor a óxido que penetra en los tímpanos de todos los presentes. Un sonido que parece suplicar por algo de aceite, tanto como lo hacemos nosotros para volver a nuestros hogares. 

-¿Y ahora qué? -pregunta Remi a mis espaldas. 

-¿Ahora? -pregunta con ironía Tessa a mi lado-. Ahora esperamos a que se pudra -escupe. 

Me giro hacia ella y levanto un puño frente a su cara mientras aprieto los dientes con tanta fuerza que podría dislocarme la mandíbula. 

-Ahora te callas y te largas a tu casa -suelto con rabia-. ¡De hecho, que todo el mundo vuelva a sus casa!- grito hacia la multitud. 

Los chicos y las chicas me miran extrañados. Confundidos por este cambio de actitud y, sin embargo, ninguno se queja y todos hacen lo que les digo. Supongo que no dejamos de ser chicos y chicas que necesitan que alguien los guíe. 

-Tú también deberías irte, Kate- me aconseja Remi con tranquilidad-. Quedarte aquí tan solo lo hará más duro. 

-Mira, puede que Sam sea ahora un gilipollas y una marioneta de su falso gobierno de mierda. Pero es de casa, ¿sabes? Por muy tonto que se haya vuelto... es lo más cerca que estoy de casa -le recuerdo con enfado. 

-¡Hace unas semanas Sam y tú apenas habíais cruzado unas palabras en vuestro instituto! -suelta con frustración-. ¡Por muy de casa que sea Sam no va a hacer que den antes con nosotros! -me reprocha-. Al contrario, hoy casi te mata y lo sigues defendiendo. Estás enferma... 

Agacha la mirada con pesar antes de largarse, y yo me quedo en silencio sin defender a Sam o decir cualquier otra cosa, lo que sea. 

-No estoy enferma, ¿sabes? -grito a sus espaldas-. ¡De hecho, parece que soy la única normal por aquí! Es decir, ¿has visto a algunos de estos chicos? ¡Están felices de estar aquí! ¡Estamos secuestrados y ellos juegan a las casitas! 

LA NUEVA SOCIEDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora