Capítulo 2 | Rescate, lucha y suicidio

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Ya es el atardecer. Las calles principales tienen mucha actividad vehicular. Las tiendas ya comienzan a encender sus luces para las horas nocturnas. La gente circula por las banquetas y cruza entre las calles. Amigos, familias y desconocidos se encuentran entre todos ellos. Entran a restaurantes, otras salen de los mismos. Varias gentes se hayan en los balcones de los edificios departamentales, apreciando la belleza de la ciudad en el atardecer. Mi par de tenis tapea contra el suelo durante cada paso, generando sonidos que se mezclaban con el ruido de la multitud. La música en mis auriculares suena muy fuerte, me ayuda a ignorar el estruendo de gente y vehículos. Me siento tranquilo mientras avanzaba por el concreto. Me dirijo al lugar de encuentro que ella me había indicado. Solo me faltan unas cuantas cuadras. Me pongo ansioso, hasta que me detengo. La música en mis oídos deja de retumbar, el sonido de la ciudad también. Aspiro una bocanada de aire y me tallo los ojos con los puños cerrados. Las calles se tornan vacías, el cielo comienza a tomar un tono oscuro, los edificios enfrente de mí están comenzando a derrumbarse, hasta dejar una nube de humo sobre la superficie. Avanza lentamente hasta donde estoy yo. Doy media vuelta bruscamente y veo sus piernas.

Son de mi altura, están ligeramente dobladas y junto a las rodillas están esas enormes manos, con garras largas y unos dedos gruesos. Mi mirada comienza a ascender y veo el torso ancho y frondoso, los brazos fornidos, el amplio cuello, hasta llegar a la monstruosa cabeza. Todo de eso era un color marrón negro. Su boca está llena de colmillos, pero dos de los inferiores sobresalen mucho, tomando una forma un poco curveada hacia los lados. Su nariz es amplia y chata, de un color rojizo. Sus orejas tienen el mismo tono, son largas y puntiagudas y el interior es como la de una oreja humana. Tiene una larga cabellera grisácea que llega al final de su ancha espalda, donde comienza una cola de cincuenta centímetros, aproximadamente. Y sus ojos, esos penetrantes ojos verdes fosforescentes. Su mirada podría hipnotizar a cualquier persona en menos de un segundo. Su rugido desgarrador me paraliza, haciendo que apriete mis manos contra mis oídos fuertemente. No puedo mover mis pies. El bramido logra atravesar mis manos, me ensordecía. Veo como su boca se abre de forma inmensa. Me va a devorar. Siento su oscuridad interior acercándose hacia mí, hasta que me envuelve en ella. Pero logro ver una pequeña luz.

Mis ojos logran abrirse, viendo el destello de luz pasando por la ventana. Me levanto de forma brusca, con mi respiración agitada y mi corazón extremadamente latente. Todo fue un sueño. Me siento tranquilo sabiendo que fue solo eso. Pero solo eso.

Llevo mi mano derecha a mi frente. La siento rara. Estoy sujetando la foto que he llevado durante esta travesía. Alejo mi mano para apreciarla mejor. Estoy sonriendo en ella. Hace tiempo que no siento una en mi rostro. No estoy solo en la imagen, pero no me siento cómodo al verla y la guardo de nuevo a la mochila, que está abierta de algún modo. Me pregunto cómo es que llegó a mi mano, tal vez soy sonámbulo y no estoy enterado, pero dejare esos pensamientos para después. Salgo de la camioneta, y estiro mi cuerpo; hace tiempo que no me sentía tan descansado. Tomo mi mochila que se encontraba debajo del asiento del copiloto. Me doy cuenta que debajo de esta, está el machete enfundado y lo tomo también. Parece que tiene para amarrarse a la cintura de mi pantalón; no es tan difícil, solo es como poner un cinturón.

Me coloco la mochila sobre mi espinazo, sintiéndome listo para volver a emprender el viaje que durara años hasta que encuentre una civilización. Salgo del edificio, tomando el mismo camino que tome al llegar a este sitio. El sol no está en un punto muy alto, solo es de mañana. Comienza a sentirse el calor mañanero y decido quitarme la chamarra y me la amarro a la cintura, pero queda sobre el machete. No le tomo importancia porque no creo que lo vaya a necesitar.

Comienzo mi caminata de ahora. Recuerdo que mis provisiones ya se están acabando y busco alguna tienda que haya cerca. No pasan diez segundos y a unas cuadras veo un pequeño mercado, ni siquiera estoy seguro de que no haya sido saqueado pero voy a un paso apurado, para no cansarme tan rápido, hasta que llego. No tardé mucho en llegar. La puerta está sellada a tablas de madera y en el centro esta encadenado, además tiene unas cuantas hojas en las ventanas y se ve lleno de tierra. Las cadenas están llenas de herrumbre, con solo moverlas se agrietan haciéndolas parecer de tierra. Las jalo fuertemente y se rompen, dejándolas caer. Los clavos de las tablas se encontraban en un mismo estado, la madera se encontraba toda quebradiza. No se me dificulta quitarlas. Las puertas se abren. Se escuchaba fuertemente ese chirrido típico de las bisagras de una historia de terror. Todo está oscuro por dentro.

Tormenta escarlata Vol. 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora