Capítulo 4 | Los Ocho Generales

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La cama es muy cómoda. No sentía algo así en mucho tiempo. La almohada tan esponjosa. Las sabanas tan suaves. Y el colchón tan confortable. Siento como si estuviera en una nube en el paraíso. Mis dolores de las piernas han desaparecido. Mi cuerpo está totalmente relajado. No quiero levantarme. Quiero estar en esta nubecita tan suave. Quisiera casarme con ella. Pero un dolor punzante empieza a despertarme a la fuerza.

Intento abrir mis ojos lentamente. Veo todo borroso. No estoy en mi cama. No estoy acostado. Me encuentro sentado, en una silla de madera con apoyo metálico. Mi vista comienza a aclararse. No estoy en el cuarto de mi hermana, es un cuarto más pequeño. La única pared está detrás de mí. Comienzo a ver con más nitidez. Al frente a y mis lados no hay paredes. Solo unas cortinas opacas. Frente a mi hay una mesa que parece de plástico. Es larga y gris. Siento algo en mi brazo derecho. Cuando lo veo me comienzo a asustar. Justo encima de mi antebrazo hay una aguja, unida a un pequeño cable color rojo, que a su vez se conecta a una bolsa roja. Me están sacando sangre. O eso creó.

En mi pecho hay otros tres cables amarillentos, pero van pegados debido a algún tipo de ventosas plásticas. Están conectadas a un monitor que está a mi izquierda. Lanza pequeños sonidos agudos. Duran menos de un segundo. Es mi ritmo cardiaco. Mi corazón late a ciento treinta seis por minuto. Supongo que es por ver toda esta maquinaria médica que llevo puesto. Comienzo a escuchar pasos acercándose. Alguien se coloca frente a las cortinas que tengo delante. Puedo ver su silueta algo opacada.

—¿Cómo está el paciente? —Abrió las cortinas en un parpadeo. Es una mujer algo alta. Tal vez igual que yo. Su cabello es castaño y ondulado. Lo tiene recogido en cola de caballo. Tiene unos lentes que parecen para natación. Tiene puesta una bata blanca que le llega a sus rodillas. Su piel es clara, un poco más que la mía. Tiene una tablilla en su mano. En el bolsillo de su bata tiene una lamparilla, y un bisturí. Su mirada y su sonrisa la hacen parecer una asesina macabra—. Veo que ya despertaste. Espero que hayas despertado bien—¿Es una maldita broma?—. Tengo tus resultados.

—¿Qué resultados?

—Déjame ver. Tienes cincuenta de glucosa. Veinte de urea. Setenta de colesterol. Treinta y seis de triglicéridos. Cuatro de albumina. Dos punto siete de globulinas. Cuatro de proteínas totales. Tus eritrocitos están debajo del límite mínimo. Pero tus leucocitos y trombocitos están normales. Todo no está tan bien como debería. Pero yo me asegurare de cuidarte bien.

—¿Usted es la médico?

—Así es. Ahora quiero saber tu tipo de sangre —Casi en un instante, toma mi brazo izquierdo y lo azota bruscamente contra la mesa. Toma el bisturí y me pincha un dedo. Lo aprieta desde su raíz hasta que brota una gota de sangre. Toma mi dedo y lo chupa. Con mi sangre en su lengua, comienza a saborearla como un vampiro—. Difícil. Tiene un sabor dulce de A, pero también agrio de B. Eres B y por la solubilidad diría que es negativo.

Puedo escuchar el monitor soltando pequeños bips agudos rápidamente. Mis latidos son doscientos diecinueve. Esta chica enserio quiere matarme. Ya se a lo que se refería mi hermana al decir que no me asustara.

—¿Dónde estoy?

—Tranquilo. Es el hospital del Wiseman. Todo estará bien. Y si te preguntas, no te sacamos sangre —Comienza a retirar la aguja que estaba en mi antebrazo y la venda—. Te donamos medio litro debido a la baja cantidad de glóbulos rojos que tenías. Esto te ayudará a recuperarte. Ahora no te muevas. Toma mi antebrazo con las dos manos —Obedezco y la tomo con ambas palmas.

Siento su brazo delgado, su hueso y músculos finos. En un parpadeo, usa su extremidad para apretarlo contra mi cuello. Decir que coloque sus manos fue para que no las use en contra. Me está ahorcando.

Tormenta escarlata Vol. 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora