Capítulo 10 | Un demonio del paraíso

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Puedo sentir suelo frío y duro. El ambiente se siente vacío pero oscuro a la vez. Una bruma cubre mi cuerpo como si fuera una roca entre la neblina. Abro mis ojos lentamente, pero mis parpados se vuelven torpes y van de uno en uno. Unas pequeñas convulsiones hacen que mí vista este limitada.

Puedo ver mis piernas ligeramente dobladas frente a mí. Veo como mi pantalón esta rasgado y lleno de tierra. Tengo un pie desnudo pero el otro sigue conservando el calzado. Mi cabeza está dando vueltas. Incluso la poca luz que llega por las diminutas ventanas me molesta.

Aclaro mi mente y mis ojos. Estoy en un cuarto gris. Es amplio como si fuera un pequeño almacén. Todo es concreto sólido. En las paredes hay como pequeñas estanterías, típicas de las que hay en algún mercado, pero llenas de polvo. En las paredes, casi pegadas al techo, hay pequeñas ventanas rectangulares de donde solo se logra percibir un destello blanco. Es completamente gris y ninguna pintura que lo resalte; solo un pequeño agujero, de esos donde se colocan los focos. Intento girar mi cuerpo, pero las cadenas en mis muñecas me impiden.

Se sienten como cadenas normales abrazando mis articulaciones. Están sujetas a algún objeto que no me deja ni mover los brazos algún centímetro. Apenas mi espalda puede curvearse cuando siento a alguien o algo extraño tocando mis omoplatos.

Intento voltear un poco la cabeza, pero mi cuerpo está muy limitado a las cadenas que me están amarrando. Aun así, mi vista logra apreciar que mi espada ya no está, además de un pequeño bulto castaño sobre una piel blanquecina. Además, mi oído puede alcanzar a escuchar una débil respiración. Es Loyd quien me acompaña.

Empujo mi espalda contra la suya, enfrentando la movilidad escasa que me han puesto personas desconocidas. Apenas logro mover mis piernas y levantar mi torso. Mi voz, por suerte, sigue funcionado; sin cadenas ni nada que lo limite.

-Loyd -Lo empujo levemente con mi espalda-. Despierta rápido.

Sus débiles gemidos me dan la esperanza de que sigue vivo. Siento su cuello moverse con rigidez. Su voz trata de salir de su boca, pero algo le impide hablar fuerte.

-¿Dónde... estamos? -Su ligereza es muy dominante.

-En alguna especie de cuarto, en alguna ubicación desconocida -Intento analizar el entorno nuevamente-. ¿Cómo estás?

-Lo siento -Esas palabras quebradas dan el inicio de sonidos de jadeos y sollozos. No necesito preguntarle si de su rostro brotan lágrimas-. De veras lo siento. Lo intente, en serio. Lo intente. Lo intente.

-¿Por qué? ¿De qué hablas?

-Perdóname. Di lo mejor de mí. Tú confiaste en mí y te falle.

-¿Por qué lo sientes? -Le hablo más fuerte para que pueda escucharme-. ¿Qué fue lo que paso donde estaban ustedes?

-Conducía el camión. Nos atacaron muchos de ellos. Nos rodearon -Su entrecortada voz hacia que sonara muy inentendible. Me está desesperando un poco.

-Loyd, por favor cálmate. Respira hondo y explícame lo que paso.

Comienza a respirar profundamente. Su frecuencia disminuye con cada aspiración que hace después de las exhalaciones. Lanza un último y largo suspiro y puedo entenderle mejor a sus palabras.

-Después de que nos hayamos separado a distintas direcciones, a unas cuadras más adelante, me emboscaron en un buen número de radicales. Como me había dado cuenta, tuve que detener el camión firmemente e ir a pelear con los que hubiera ido a atacarme con sus armas. Le había dicho a la pareja que se quedara dentro del camión y que no salieran, que todo iba a salir bien. Al principio todo iba bien, pero ellos continuaban llegando y nos rodeaban cada vez más. Había visto a Agus acercándose rápidamente hacia nosotros en su moto, pero fue interceptado por ellos también. Yo seguí en la lucha, y apenas lograba mantenerme en pie con mis piernas hasta que lograron derribarme. Lo último que recuerdo fue los ruidosos gritos de la mujer que lanzaba desde su boca y una pequeña bolsa cubría mi cara con tela negra.

Tormenta escarlata Vol. 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora