Ocho

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Era un día frío. Maia lograba sentir cómo el corazón se le helaba y la piel se le ponía de gallina con el paso de los segundos. Era una sensación como de tener un hielo seco dentro de su pecho, quemaba. Vestida completamente de negro, caminaba al lado de su madre, quien igual que ella, lloraba en silencio.

Al lado de la urna de su hermana, avanzaba toda la familia al entierro. Luego de un triste y desolado funeral, donde ella, lo único que podía pensar era en todo y a la vez en nada.

«¿Qué fue lo que pasó? ¿Cómo falló así? ¿John en realidad estaba muerto? ¿Dónde se encontraba su cuerpo? ¿Qué mafia era esa?», no podía parar de recriminarse a sí misma.

«¿Cómo pudo ella ser tan estúpida y no saber con quién estaba comprometida? ¿Acaso había señales que ella nunca notó? ¿Lo soportará madre? ¿Y Leia? ¿Dónde estaba su pequeña sobrina de tan solo dos años? ¿Qué iba a pasar con ella?».

¡Era solo una niña, su sobrina!

No merecía tanto dolor.

Había notado cuando vio a su madre, que no se encontraba completamente bien de la mente, había quedado un poco paranoica después de todo. No podía escuchar la puerta cerrarse, porque se echaba al suelo. Si sonaba el teléfono o el timbre, se tapaba los oídos y se mecía en silencio por unos segundos, cuando reaccionaba, hacía como si nada pasara.

Eso la angustiaba demasiado. Cada momento junto a ella se daba cuenta que comenzaba a sentir un peso sobre los hombros. Y Leia. De la pequeña no sabían nada, las mandaron a esperar la llamada de servicios sociales para obtener respuestas.

La castaña aún no lograba entender cómo por las noches ella sentía una ligera tranquilidad. No se explicaba el porqué en algunas horas específicas, ella era capaz de sentir calma y su apretado corazón conseguía palpitar en serenidad, que por supuesto, aprovechaba para dormir y soñaba... con él.

Ya eran dos madrugadas que despertaba jadeando por sueños. Tenía una necesidad casi sobrenatural, de buscarlo. Su mirada la llamaba. Muy dentro de ella, sabía que él lo hacía y eso la atemorizaba.

«¿Por qué soñaba con él? O en realidad, ¿por qué ella soñaba que él le tocaba el piano para calmar su dolor? Si ni siquiera sabía qué pasaba en su vida. No la conocía y por ende, ella tampoco a él. ¿De dónde salía esa necesidad de conocerlo? Peor aún... ¿de ir a buscarlo? ¿Era posible que estuvieran conectados en cierta manera?», pensó.

Sacudió su cabeza cuando se dio cuenta que Merlina, su latina y loca amiga del trabajo, le agarraba la mano con fuerza para darle sus condolencias.

—Ay, Maia ¡Cómo lo siento! —exclamó torciendo sus labios en una mueca triste.

Le apretó la mano y asintió a modo de respuesta. No tenía ganas de nada, no quería nada. Casi había hecho un voto de silencio por el dolor. No le gustaban los funerales, ni los entierros o cremaciones. Se sentía incómoda y fuera de lugar. Nunca sabía qué responder cuando le decían "Sentido pésame" o "Lo siento mucho".

—¿Estás bien? —insistió Merlina, luego de unos segundos.

Por supuesto que esa mujer no se cansaría. Haría y diría cualquier cosa para sacarle a su amiga sus sentimientos, aunque fuera con cucharita y hasta que no escuchara un suspiro de alivio por parte de ella, no desistiría.

—No creo que pueda estar bien nunca más, Merlina.

Empezaba a sentir el nudo en la garganta y sus ojos empañarse. Ya iba a llorar de nuevo y no quería seguir haciéndolo. No más, sentía que cada día se secaba más por dentro.

Y nada más peligroso que eso.

Merlina se acercó más a su amiga y cuchicheó:

—Sé que no es el momento, amiga. Pero desde que pasó todo lo que te pasó no he podido no investigar un poco al respecto. Ya sabes que la vena de periodista se me alborota.

GlissandoTeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora