Inmensas e indescriptibles sensaciones eran las que recorrían a Maia. Admirarse en el espejo, con el pianista detrás, la hizo temblar. De una manera erótica, la hizo sentir hermosa y adorada. Venerada. No tenía vergüenza de su desnudez, tampoco se sentía expuesta o exhibicionista.
Ella se sentía amada.
Extraña y curiosa manera de sentirlo, pero él la admiraba de una forma diferente. Su corazón latía frenético en su pecho. Maia podía sentir asco de la manera como él la usó e hizo que se entregara sin condición o protesta. Pero no.
Su respiración estaba entrecortada, acelerada y artificial. Ian no paraba de darle besos en su hombro y espalda, recorriendo centímetro a centímetro su piel, conociendo y descubriendo. Ella gemía de placer y de comodidad. No hacía falta que se volteara para buscar una conexión con su mirada. Ya tenían el espejo.
—Quiero estar dentro de ti, Maia —admitió él—. Sin nada de por medio.
Ella bien sabía a lo que se refería. Era una locura decir que sí, ella estaba muy clara en ello, pero nada más pudo asentir con la cabeza. De igual manera ella tomaba la píldora y por ser precavidos, tomaría la pastilla del día después. Un profundo deseo le incitaba a no negarse.
—Voy a hacerlo, cariño. —Acarició sus costillas con las palmas de sus manos, hasta la barriga, y ascendió hasta sus pechos, deteniéndose ahí para provocarlos con toques parsimoniosos—. Y me vas a sentir muy dentro. ¿Quieres?
«¿De dónde salió este hombre?», pensó para sí.
No era que no le gustaba, claro que sí. Eso demostraba que, los hombres pueden ser serios en el día a día, pero en la cama...
—Sí —suspiró de placer. Recostándose en la erección de él que crecía de nuevo.
En un abrir y cerrar de ojos, las manos de él se detuvieron. Ella buscó a través del espejo una respuesta, pero él se alejó un paso. Iba a girarse para encararlo, de pronto, comenzó a enfriarse. Ian no se lo permitió, le dedicó una sonrisa pícara, que hizo que volviera a respirar. Giró para colocarse frente al espejo y así seguir todos y cada uno de sus movimientos.
En sus cosas agarró un pañuelo de seda, mostrándoselo con una sonrisa enigmática. Todo su cuerpo desnudo, ella temblaba excitada por la expectativa, anhelando que hiciera algo para calmar el dolor entre sus piernas. Llegó a su espalda, alzando el pañuelo, pidiendo un permiso silencioso a través de sus reflejos. Accedió, cerrando los ojos y dejándose hacer. Sintió el frío de la tela chocar con su caliente piel y suspiró.
Una vez el pañuelo se quedó firme sobre sus ojos, los entreabrió para verificar que no había ni un destello de luz. Sus sentidos se intensificaron. Excitada y casi desesperada por algo de contacto. Aspiró el olor almizclado y masculino de Ian. La habitación inundada de música de fondo, para armonizar lo que hacían, se mezclaba con sus respiraciones entrecortadas y artificiales. No respingó cuando las yemas de los dedos del pianista descendieron hacia su cuello, nuca, clavícula y hombros. Pero respondía a su tacto.
Siguieron bajando por su columna vertebral hasta los hoyuelos de su espalda baja. Maia se quedó sin respiración, esperando. Sin embargo, Ian continuó su recorrido por sus costillas, incitándola. La castaña tembló desde la punta de sus dedos, hasta la coronilla, cada roce de los dedos le activaba una especie de electricidad que recorría su torrente sanguíneo.
Ahuecó sus grandes y calientes manos en sus pechos, pasando el pulgar por sus duros pezones. El placer era tan intenso que se estremecía, ahogando jadeos. Pronto, sintió besos húmedos recorriendo su hombro, ligados con pequeños mordiscos. Coló su erección en el trasero de ella y más allá de sentir desprecio o temor, se dejó hacer.
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GlissandoTe
RomanceEl introvertido pianista Ian Hudson, es totalmente opuesto a la extrovertida e intrépida Maia Paterson. Pero así como en el piano hay teclas blancas y negras, que juntas se complementan creando las más hermosas e inolvidables melodías, cuando las al...