Doce

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«¿Qué infiernos estaba haciendo?», se preguntó en un reproche mental.

No, eso no debería estar pasando. Demasiado tiempo había pasado desde que se encontraron la última vez. Tiempo que pasó cuidando a Leia, organizando su vida, su trabajo.

Demonios, sí. Ella había pensado en él todos los días.

Soñaba con él, lo escuchaba en sueños. Y se malditamente moría por volverlo a ver. Se arrepentía día sí y día también por haber olvidado su teléfono en aquella habitación de hotel y se reprendió mentalmente por ser tan despistada y olvidar hacer una copia de seguridad de sus contactos más recientes.

Tenía tantas cosas que hacer...

A Maia le había cambiado la vida en un abrir y cerrar de ojos; convirtiéndose en mamá, sin planearlo, de una niña maravillosa y llena de sonrisas.

Pero cómo dolía...

Se le hacía un nudo en la garganta al mirarla y detallar esos pequeños gestos de la criatura que le recordaban a su hermana... a su otra mitad, esa que sin permiso le arrebataron.

Como cuando sonreía, que se le arrugaban las comisuras de sus ojitos, formándose unas arruguitas que, sin lugar a duda, eran iguales a los de su hermana. O cuando comía algo que le gustaba, ronroneaba sin darse cuenta, igual a ella. Por más que estaba feliz de compartir con la pequeña... y más en navidades, aún existía el luto de su pérdida.

Imposible arrepentirse de la decisión que tomó. Esa pequeña saltamontes suplantó la tristeza por alegría y sobre todo, futuro. Maia sabía que le quedaba mucho —demasiado— camino por recorrer. Y que Leia la necesitaba fuerte. Nunca fue una mujer de echarse a llorar en cada esquina; tampoco lo sería ahora.

Iban a salir de ésta; y para atrás, ni para coger impulso.

Maia nunca se imaginó ver a Ian cruzar la calle. Pensó, por un momento, que se trataba de una ilusión, que su cabeza le estaba jugando sucio como otras veces había hecho. Y diablos, se sentía estúpida... se sentía estúpida por ceder así tan fácil, sin explicaciones. Pero muy dentro de ella, su sexto sentido no le gritaba peligro. Inexplicablemente, sabía que estaba segura.

No bajaría la guardia, por supuesto que no lo haría. Contradictorio, porque su corazón le gritaba que se dejara llevar, que él la podía proteger y su mente racional se burlaba de su ingenuidad...

«¿En serio, Maia?, ¿crees que aceptará lo que te pasó sin pensar que tú también estás involucrada? ¿Serías tan ilusa al soñar que ese hombre va a aceptar que ahora no se trata solo de ti? Además de que no sabes quién es. No sabes qué quiere de ti».

Y entonces lo vio...

¿Era realmente posible sentirse así?

Es decir, ella creía en el amor. Maia creía, y ciegamente, en que en la vida uno tiene su igual... su alma gemela. No obstante, nunca creyó que ella la encontrarí. Por eso, ella simplemente siguió con su vida y tomó la errónea decisión de casarse con el innombrable.

Las mariposas, gorriones, elefantes, tigres, leones... o mejor dicho, el zoo que tenía dormido en su estómago, despertó. Haciendo que se le trancara la respiración hasta el punto de casi, casi perder la cordura.

Y ese beso.

Ese maldito beso que ella lo inició y juró por su difunta hermana no quería terminarlo. Disfrutó colocando casi todos sus sentidos en él, sin importarle que ahora, nunca olería, escucharía, vería y degustará a nadie como a él, nunca más.

Inconscientemente, Maia le dio a Ian el don de poseer. Sin él ser consciente, la mayoría de sus sentidos... ¿Era un error? No lo sabía. De lo que sí estaba segura era que en ese momento nada más importaba. Se había olvidado hasta de su nombre.

GlissandoTeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora