Quince

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Algo no estaba bien y él lo sabía. Inexplicablemente —como todo lo que pasaba entre él y Maia últimamente—, no lograba encontrar una explicación a su angustia y desesperación. Sentía una enorme necesidad de buscar a su chica y abrazarla.

«Su chica», pensó con asombro.

Nada más pensarlo lo llenaba de una extraña calma y orgullo. Pero estaba seguro como el significado de la palabra Unicordio que ella no estaba bien. Las llamadas eran evasivas, carentes de lo que sea que había estado creciendo en ambos. Y mentiría si dijese que no se sentía excluido y triste hasta la mierda.

Pasaron días, donde consideró pertinente darle espacio. Sopesó, que quizás necesitaba un poco de distancia entre ellos e involuntariamente se lo tomó personal.

Recordó un libro "de sabiduría tolteca" que una vez leyó mientras buscaba refugio en cualquier distracción que lo hiciera olvidar todo el dolor, y el lamento que albergaba su corazón tras la partida de ella. Ian suspiró a la nada. Los cuatro acuerdos, era el nombre de la literatura —aunque, dudaba que eso sea de la verdadera—. En dicho texto, el autor exponía que para conseguir el "equilibrio personal, emocional, mental y social", la persona tenía que domesticarse a sí misma mediante cuatro acuerdos. De manera que se lograse disipar el miedo y conseguir una superación y quizás alcanzar la felicidad.

El primer acuerdo que el escritor recomendaba fue: Sé impecable con tus palabras, una tarea que describía el porqué era necesario el buen uso de la lengua y el léxico. Lo importante que es no olvidar el peso de las mismas. En infinitas ocasiones personas se encuentran envueltos en discusiones. No controlan —ni piensan— en lo que dicen y cómo puede afectar al otro.

Llevando entonces el segundo acuerdo: No te tomes nada personalmente. Ese acuerdo va dirigido a la opinión ajena. Inquiere que para tener una mejor calidad de vida, es importante hacer caso omiso al qué dirán. No todo el mundo conspira en contra de una persona. Y los seres humanos, a pesar de nacer como seres sociales y necesitar interacción. Se consideran destructivos.

El tercero decía: No hacer suposiciones. Éste era el peor de todos aquellos pasados que Ian no podía cumplir. Era muy complicado no sacar conclusiones apresuradas sin saber los hechos. Pensó en Maia —una vez más— y llevó sus manos a su rostro, frotando sus ojos, lleno de desesperación y zozobra. Inconscientemente, aunque luego de leer el libro haya pensado que eran patrañas, comenzó a aplicarlo —a nivel personal—. Llevándose a sí mismo a cumplir el último acuerdo: Haz siempre lo máximo que puedas. Podía tropezarse, podía equivocarse. Era humano, no era perfecto. Era más que consciente de eso. Durante años se juzgó a sí mismo, se culpó, se adueñó de un dolor tan profundo que dudaba que un día pudiese salir del hueco que él mismo cavaba día a día.

Logró, mediante su música, su amigo y su trabajo, ver la luz al final del túnel y aferrarse a la esperanza que un día, el dolor cesaría. Amaba pensar, pasaba horas en conversaciones internas consigo mismo, motivándose a no juzgarse.

Hasta entonces comprendió que dejar de sentir tristeza o dolor dependía de él. No quería ensimismarse en su propio mundo, o envolverse en una oscuridad absurda por lo que pasó. Durante el tiempo que ella estuvo con él, fue feliz. Y nadie negaría nunca que ella también lo fue. Sería un mejor hombre, buscaría un nuevo camino que lo llevara a su paz —mental y emocional—. No estaba dentro de esos acuerdos leídos.

Era su propio acuerdo.

Actualmente se sentía de manos atadas. No quería pensar lo peor. Pero estaba convencido que a Maia algo le pasaba. Y él no quería ser un inútil. Nunca había puesto carácter, nunca la había presionado. No era lo correcto. Pero como sabía que el infierno era malo, sabía que ella no estaba bien y no quería dejarla sola. De su centro surgía una urgente y primitiva necesidad de protegerla... reclamarla. Y su instinto —casi animal— le gritaba que exigiera su lugar.

GlissandoTeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora