Veintitrés

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No podría decirse jamás que Ian era un sicario o un mercenario. Pero ahora, bajo las circunstancias, se encontraba sediento de venganza; una que sabía que podía cumplir.
Su mujer estaba secuestrada y él tenía que buscar la manera de sacarla de donde sea que la tenían. Maia lo necesitaba y él no iba a fallar. Ésta vez, iba a hacer todo para salvarla; no cometería los mismos errores. La salvaría, por él y por Leia.

Se había reunido con Braddley, quien, a su vez, le facilitó contactos, muchos.  Hicieron llamadas telefónicas desde el hospital, mientras la pequeña se recuperaba.

No sabía hasta qué punto la policía estaría comprometida, tampoco era algo que quería averiguar, así que lo que hizo, fue tirar de sus hilos de empresario y pianista reconocido para buscar sus respuestas.

—No sé qué vas a hacer con toda la información que obtuviste, Hudson —musitó su amigo de pie frente a él, apoyado sobre el marco de la puerta de brazos cruzados sobre su pecho—. Es como una enredadera toda esta mierda.

Ian lo miraba desde abajo, debido a que se encontraba sentado en el sofá de la sala de espera afuera de la habitación de Leia. Sus codos apoyados sobre las rodillas, se frotaba la barbilla, el cabello y el rostro con impaciencia; su presencia estaba desaliñada. Aún así, la sangre le corría por sus venas con fuerza y determinación.

—Sacarla de ahí —dijo sin más. Como quien saca una jarra de agua de la nevera sin problemas.

Estaba loco, era un plan improvisado y demente, pero ella lo valía.

—Pero es un riesgo, príncipe —intentó razonar con él. Sabía que no lo iba a hacer cambiar de opinión, pero nada perdía con intentar—. Puedes dar el chivatazo a la policía, ellos pueden hacer algo.

Sus ojos se oscurecieron al fulminarlo con impaciencia.

—Desconocemos quiénes son los buenos y quienes los malos, Braddley —expuso hablando lento y pausado—. Estoy a una llamada de saber su localización. No voy a quedarme aquí sentado sin hacer nada. —Apretó los labios, apartando la mirada—. No otra vez.

Su amigo hundió los hombros, comprendiendo.

—Entiendo lo que dices, créeme que lo hago. —Sus ojos brillaron con comprensión y reconocimiento—. Pero no sabes quienes o cuántas personas están con él.

El pianista volvió a frotar su rostro con ambas manos, ahogando un resoplido de impotencia. Era demasiado difícil volver a sentirse maniatado.

«¿Hasta cuándo agentes externos iban a entorpecer su vida, su futuro? ¿Qué clase de Karma debía pagar? ¿Se debía a la muerte de su ex?».

Lo bueno de conocer al amigo del amigo de tu amigo que tiene un contacto, es que puedes mover piezas entre todos y conseguir buenos resultados. Como había tocado en interminables obras benéficas, también había dado conciertos para gente tiquismiquis. Ian había estrechado buenas relaciones. El conocido de un contacto que es poseedor de algún alto cargo público, logró controlar por cámara web todo lo ocurrido afuera del apartamento de su mujer, y a su vez rastrear la placa del auto... eso le daría un destino final.
Esperaba esa condenada dirección y también un maldito reconocimiento facial.

—Mientras me voy, ¿puedes hacerte cargo de Leia? —pidió muy serio.

A Bradd casi se le salen los ojos de órbitas. Jamás se imaginó que quedaría de nana de una pequeña que ni siquiera conocía... ¡que a él no le gustaban demasiado los niños!

—Ian... —dijo en voz de advertencia—. Sabes que mi relación con los críos es parecida a la de un puercoespín enamorado de un cactus. Los repelo.

GlissandoTeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora