Trece

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¿Nervioso? Para nada.

Ian estaba que se hacía en los pantalones. Frotaba sus manos sudorosas en el asiento de atrás cada dos segundos. Iban de camino a buscar a Maia. A medida que avanzaban a través del camino, se sentía a punto de vomitar de nervios.

Era domingo, día de la gala benéfica. Se encontraba muy ansioso, incluso más que la vez que se presentó por primera vez. El pianista estaba acostumbrado a asistir a ese tipo de eventos, era común que lo llamaran e invitaran a tocar para diferentes organizaciones, bodas, fiestas formales y casuales. Pero ese día era diferente, Maia lo acompañaría y lo vería tocar.

En sus treinta y tres años nunca había dudado de su capacidad ni su don, pero ahora se sentía como adolescente a punto de dar una serenata bajo el balcón de su novia. Completamente inseguro y con temblores incontrolables. El par de días que duró con sus padres en "La tierra de Dios", los pudo tolerar solo porque estaba hablando con ella.

Parecían dos críos. Se mensajeaban a cada rato y se llamaban antes de dormir, para desearse dulces sueños. La noche de fin de año, quiso con todas las fuerzas de su corazón estar con ella. Se imaginó que pasarían la noche viendo la bola de Time Square caer. Quizás le agarraría de la mano con dulzura y anhelos. La besaría con fervor cuando dieran las doce en punto. La miraría solo a ella. Estaba seguro que el brillo de las luces de navidad la bañarían de un halo espectacular.

Sí, estaba perdidamente idiotizado por aquella castaña.

Pudo sobrellevar los reproches de su padre con tranquilidad, no fue necesario caer en discusión, al menos él evitó a toda costa responderle de mala manera. Prefirió callar y pensar en ella.

Demonios. ¿Quién iba a pensar que esa mujer lo pondría así? En realidad, la pregunta era ¿Qué le estaba haciendo esa mujer? Porque con nadie se sintió así. Y nadie, es nadie. Ni siquiera la mujer de su pasado. Quizás había madurado, o probablemente su perspectiva le había cambiado su manera de ver la vida. O tal vez; solo tal vez, empezaba realmente a vivir.

Francesco anunció que quedaba poco camino hasta la casa de la señorita Paterson. Eso en vez de calmarlo, lo aceleró más. El repique de su corazón se asemejaba al aleteo de un colibrí. Ian asintió y murmuró un gracias a su amigo. Secó por enésima vez las palmas de sus manos en el asiento y miró por la ventana.

Nunca fue fanático de épocas decembrinas, no le encontraba el atractivo a nada de lo que la gente celebraba. Aunque sonara contradictorio, por haberse criado en El Edén, la gente del pueblo le añadía el matiz religioso; y es tradición celebrar la misa antes y después del nacimiento del niño Dios. Mientras que el treinta y uno de diciembre, se daba eucaristía a las nueve. Al día siguiente, amanecían a las siete de la mañana para celebrar la bienvenida del nuevo año.

Ian iba obligado por su madre, hasta que cumplió la mayoría de edad y fue capaz de plantarle cara y decirle que no asistiría más. Acontecimiento que a la susodicha no le hizo gracia, le cayó como un balde de agua fría, pero le respetó. No tenía más autoridad sobre él.

Es impresionante cómo las cosas han cambiado tanto. Las personas cambian tanto y el capitalismo se ha consumido prácticamente la humanidad. De cualquier fecha se aprovechan para sacar dinero... y eso añadió el plus, para que Ian terminara de desencantarse con las fechas. Las tiendas hacen rebajas de invierno, pero antes o después de los días que son realmente importantes... Siempre hay gente en la calle, vendiendo o haciendo promociones para que se compre más y "se pague menos".

El quid de la cuestión se encontraba en que cuando vives en un pueblo pequeño, como el Edén, a pesar de ser todos vecinos y conocidos, se aprovechan de la época y hacen cualquier actividad con la finalidad de sacar dinero; esa es "La Tierra de Dios".

GlissandoTeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora