Veinticinco

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¿Dije que era el fin? ¿No?

Oh. Bueno ¡Sorpresa! Hemos llegado al final. Siempre imaginé esta historia corta y sin demasiado drama entre los protagonistas. La historia entre Ian y Maia no sería tan tormentosa y llena de baches entre ellos. Ambos, han sido maduros y han pasado por mucho. Añadir más, sería enturbiarla. 

Cuando emergió a la superficie la buscó como poseso

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Cuando emergió a la superficie la buscó como poseso. No era nada impaciente, pero tenía tanto miedo que gritó con todas sus fuerzas. La había rescatado, la tenía en sus brazos... tan cerca. Estaban a pocos metros de la orilla y se les había acabado el tiempo. La frente le ardía, al igual que la pierna, posiblemente se había fracturado algo, pero eso era lo de menos.

Giró sobre sí mismo, nadando en el río para buscarla, pero no la vio. Entonces se hundió y nadó... no supo cómo aguantó la respiración, posiblemente él se había convertido en pez para salvarla. Después de lo que pareció una eternidad, la vio llegando al fondo del río. Ian debía hacer algo. No iba a perderla.

Ella tenía los ojos abiertos y él temió lo peor. Se abrió, despertó su empatía y la sintió. Su corazón latía débil, estaba rindiéndose. Ian no iba a permitirlo. No iba a dejarla morir. Sabía que no podía caminar bien, pero no podía dejarla. No quería.

Recuerdos de su pasado le avivaron la memoria. Lo golpeaban como flashbacks sin piedad, clavándole dagas en su corazón y su mente. Recordó a Vanessa. Todo lo que pasó con ella, la culpa la tristeza... y como una revelación mística, tal vez una obra divina o algo producto de su imaginación, la escuchó en su mente: No fue tu culpa, Ian. Perdónate. Yo no tengo nada que perdonarte. Vive y sé feliz.

Incrédulo ante lo inesperado, sostuvo su mano y la jaló para subir junto a ella a la superficie. No prestó más atención a la moto, dedicó su vida a salvar a su mujer, que respiraba con superficialidad.

Llegaron a la orilla y, tras hacerle respiración boca a boca y conseguir que soltara el agua que había tragado, la montó en el auto de su amigo que mágicamente estaba encendido y ronroneando.

Con extrema delicadeza la subió al asiento de copiloto, le abrochó el cinturón, prácticamente se lanzó a su puerta. Arrancó como el vengador fantasma: Sin piedad y quemando todo a su paso.

—¿Están bien? —preguntó su amiga con preocupación.

Ian la miró con ojos angustiados. Apretó los labios y sacudió la cabeza.

—Yo sí, ella no lo sé. Tiene el pulso débil.

La mujer tomó aire con fuerza.

—Vuela al hospital. Trataré de que los semáforos estén a tu favor.

No dijo nada más. No hacía falta. Necesitaba salvar a su chica y toda la ayuda era bien recibida. Sea legal o no.

—Gracias, Merlina —musitó sincero.

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