Diecinueve

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Si al pianista le hubiesen dicho hace dos semanas que viviría esto, no se lo hubiese creído. Las punzadas en su cabeza eran cada vez más fuertes, dándole un aviso que una migraña se aproximaba. No quería abrir los ojos. No quería asumir nada de lo que pasaba a su alrededor. Todo era tan confuso.

Hasta que sintió otro golpe en su costado y una fuerte bofetada en su mejilla, junto a un balde de agua fría que lo estremeció de cabeza a los pies. Abriendo los ojos de golpe. Ian nunca entendió como un golpe puede noquearte, y a la vez otro puede traerte de nuevo a la realidad.

Solo habían pasado horas... o quizás minutos desde que se habían llevado a Maia. Desde su perspectiva, no entendía nada. Pero al verla ahí, ver su rostro, lleno de culpa... y cuando los separaron, ella abrió su alma, un poco más, mostrándole que ella se lo esperaba. Jadeó y escupió, de cuatro patas en el suelo, escupiendo sangre y saliva espesa.

—Es buena la puta, ¿eh? —Uno de los matones habló. Ian ni se inmutó. De pequeño aprendió a no caer en provocaciones. No obstante, una fuerte mano lo abofeteó, una vez más—. Contéstame, perro. ¿O te comieron la lengua los ratones?

El castaño apretó la mandíbula. Era su chica, aunque todavía no entendía qué demonios hablaba cuando se refería a Rita, su hija.

«¿Tenía acaso Maia Paterson una hija que él desconocía?». Estaba desesperado por saber.

Arañó el pavimento. Todavía se encontraban frente al edificio de ella.

«¿Por qué? ¿Qué querían de ellos? ¿Quiénes eran?», necesitaba respuestas. En el fondo de su mente supo que esto tenía que ver con su ex pareja.

—Déjala en paz —siseó alzando la cara.

Daría la cara por ella. Era mujer. Su misteriosa mujer.

—Esa mujer me ha dado más dolores de cabeza que toda la mierda que he hecho en toda mi vida —escupió un hombre, con voz fuerte y siniestra. Ian le detalló una enorme cicatriz en su rostro—. Mira, niño bonito. La cosa está así. Voy a permitir que te vayas y busques a la pequeña Leia y te la lleves de aquí... Porque no soy tan malo como para hacerle algo a esa pobre niña... ya sufrió demasiado. —Negó con la cabeza, pero asomó una diabólica sonrisa que hizo al pianista temblar—. Entonces te voy a dar diez minutos y te largas de aquí, por Maia no te preocupes, ella estará más que bien.

«¿Más que bien? », pensó irónico. Sobre su cadáver muerto y achicharrado se iba a quedar sin hacer nada.

Ian era inteligente, aprovecharía esos cinco minutos al máximo, buscaría a Leia —que al parecer era la hija de Maia— y se la llevaría para ponerla a salvo; sin embargo, no iba a quedarse de brazos cruzados. Tenía contactos, contactos que nunca había querido utilizar, pero había llegado su momento.

—¿Estamos claros, estirado? —Presionó el matón de cara cortada—. Y más te vale no fastidiar tú, bonito. Nada de policías... aunque bueno, puedes intentarlo. Ahí también tengo infiltrados.

El pianista sacudió la cabeza afirmativamente. Él buscaría a la pequeña y luego armaría su plan de ataque. Por el rabillo del ojos observó las camionetas eran blancas y plateadas. Lo que todavía no se explicaba era cómo mierda nadie se había dado cuenta de lo que pasaba. Estaban en Nueva York, siempre había gente en la ciudad a toda hora. ¿Cuánto tiempo había pasado?

Intentó incorporarse, pero una patada en su columna lo dejó clavado en el pavimento. Un quejido se escapó de su garganta. Los oídos le pitaban de dolor. Sus párpados yacían pesados por el dolor. Inspiró aire lentamente, controlando su dolor.

—Sí —musitó, con una exhalación.

El peso del pie en su espalda desapareció. Lo próximo que supo fue que lo habían noqueado, una vez más.

GlissandoTeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora