La castaña sabía que salir de ahí por su cuenta iba a ser una misión imposible. Sin embargo, no podía resignarse, tampoco dejarse hacer la mierda que sea que John quería de ella, ni iba a permitir romperse por culpa de un degenerado. No veía nada, su cabeza volvía a estar cubierta con una capucha negra. Le escocían las muñecas por la atadura. Le picaba la espalda por las gotas de sudor espeso que corría por su columna vertebral, y además los mosquitos en la zona se la estaban literalmente comiendo viva. Intentó dispersar sus pensamientos, alejando sus propias molestias, de manera que ella pudiese apaciguar su frustración.
En su mente viajó a la confesión que le había roto el alma en mil pedazos, de eso no había quedado la menor duda. Saber que ella solo había sido un medio para un fin la hizo sentir tan poca cosa... No obstante, la ira, dolor, tristeza... una liga de emociones y sentimientos que hacía años no experimentaba, iban en crescendo.
Pero no por ella.
Sino por los dos amores de su vida.
Lloraba en silencio lanzando plegarias al cielo rogando que, lo que sea que hubiese hecho John con Ian y Leia, no hubiese tenido éxito. Aunque, si algo malo hubiese pasado, tal vez, ella lo sabría... porque desde que conoció a su pianista, lo sentía en el corazón. Su ira, su frustración, el dolor no expresado, la culpa, la carga...
«¿Qué te hicieron, Ian?», se cuestionaba.
Maia no encontraba el momento justo para conversar sobre sus vidas y lo lamentaba. Ahora, tal vez no tuvieran la oportunidad de hacer lo que ambos quisieran hacer juntos o formar una familia, también juntos.
Se preguntó cuál habría sido la reacción de Ian al conocer a su pequeña Leia. También, se sentía culpable de haberle ocultado esa información, pero no se arrepentía. Por la seguridad de su pequeña, hubiese hecho lo que sea. Aunque tal vez no valió de nada, por la situación en la que se encontraba ahora.
Agudizó el oído cuando escuchó el sonido de unas puertas abrirse, y luego otras cerrarse. Maia quería trazar un buen plan para escapar. Nunca fue del tipo de chica que esperaba que alguien hiciese algo por ella. Todo lo contrario; había llegado a donde ella estaba gracias a su perseverancia y trabajo. No era millonaria, eso también quiere decir que no poseía lujos, ni nada que se le pareciese.Lo único verdaderamente valioso que tenía era a su sobrina, ahora hija.
Mentalmente, estudió las posibilidades y probabilidades de salir de ahí. ¿Qué podía hacer o decir que causara que John bajase la guardia y así ella liberarse? Era difícil, puesto que lo que ya había percibido, era que su ex prometido tenía muy escondido —si no perdido— ese lado humano y sensible. Definitivamente en la vida, hay personas así, que no sienten nada. Las llaman sociópatas.
Asimismo, ella lucharía y buscaría la forma de entrar. Bien podía usar a su fallecida hermana como escudo.
La sola idea era repulsiva, la hacía sentirse sucia y baja; sin poder evitarlo arrugó la nariz.
¿Qué pasaba con el mundo que estaba tan insano?
Escuchó unos pasos acercarse a ella. Su cuerpo entero se estremeció cuando unos largos y finos dedos la tocaron por el brazo, subiendo hasta la curva de su cuello sobre aquella tela negra. Esos dedos descendieron por sus pechos, sin tocarlos. Maia tragó saliva nerviosa. Tembló cuando aquella mano continuó su abusivo recorrido por sus hombros y el borde de su columna vertebral. Al estar atada, sentada a una superficie de madera, se sentía más incómoda que nunca. Todo su cuerpo estaba dormido, con dolores y calambres por estar en la misma posición. No se inmutó, trató de no respirar, rogando al cielo que quien quiera que estuviera jugando con ella y su cuerpo, se largara de una buena vez o como mínimo detuviera las caricias indeseadas.
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GlissandoTe
RomanceEl introvertido pianista Ian Hudson, es totalmente opuesto a la extrovertida e intrépida Maia Paterson. Pero así como en el piano hay teclas blancas y negras, que juntas se complementan creando las más hermosas e inolvidables melodías, cuando las al...