Prólogo: La Muerte de Angewomon

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     Todo estaba destruido, la Ciudad del Origen había sido aniquilada.

     Parecía no haber sobrevivientes de aquella catástrofe y, considerando los daños, era imposible que los hubiera. Una silueta humana comenzó a pasear entre los restos, usaba zapatos de tacón y se movía con cierta gracia. Usaba una ondeante capa negra que arrastraba tras de ella, como el velo de un vestido de novia. Unos hermosos bucles rubios caían sobre sus hombros como una cascada, usaba gafas redondas de montura dorada y vestía con colores obscuros. En la mano llevaba un objeto extraño de color negro que emitía cierta bruma purpura.

     Se detuvo ante un montón de escombros y un objeto semejante a una cuna que estaba volcada hacia abajo. Escuchó algo semejante a un gemido y con un fluido movimiento apartó la cuna, dejando al descubierto a dos extrañas creaturas. Una tenía largas barbas blancas y la otra, era de color negro con ojos amarillos, muy peluda. Los miró con desprecio y chasqueó los dedos, haciendo que otra figura se acercara a ella. Era semejante a un payaso que llevaba cuatro espaldas en la espalda y habría sido imposible mirarlo de frente mucho tiempo, ya que su aspecto era perturbador en mayor parte.

     —Mátalos —ordenó la chica.

     El payaso se dispuso a acercarse a las dos pequeñas creaturas, pero una voz lo detuvo. A sus espaldas se escuchó la voz de una mujer que decía, jadeante pero con firmeza:

     — ¡No te atrevas!

     La chica y el payaso miraron a la recién llegada. Era semejante a un ángel y tenía golpes y heridas por todo el cuerpo. Se veía muy cansada, como si estuviese a punto de caer inconsciente.

     La mujer rió con frialdad.

     — ¿Sigues viva, Angewomon?  —dijo la mujer.

     El ángel cayó de bruces, perdía sus energías a cada segundo y ya no podía luchar más.

     Detrás de ella aparecieron otras tres figuras humanas, que vestían igual que la mujer rubia. Iban también acompañados de tres creaturas extrañas: una gigantesca serpiente marina que parecía hecha de metal, con una especie de cañón en la cabeza; una marioneta hecha de madera que usaba un gorro rojo; y un gigantesco robot, una mole de metal.

     Eran dos hombres y otra mujer.

     —No permitiré que... Dañes a más...Digimons inocentes… ———dijo el ángel, jadeante y con la mirada agachada—. Pelearé... Seguiré luchando contra ustedes...

     — ¿Acaso no te ha quedado claro que no tienes ventaja sobre nosotros?  —dijo la mujer con la misma frialdad. Tomó al pequeño monstruo de barbas blancas con ambas manos, él soltó un sonido semejante a un chillido. Miró de nuevo al ángel y añadió—: ¿Qué caso tiene pelear, Angewomon?

     — Acábala de una vez, Clarisse —dijo la otra mujer con tono demandante. Era morena y vestía igual que su compañera.

     — ¿Cuál es la prisa, Nanami?  —Dijo Clarisse—. ¿Quién piensas que vendría a detenernos? ¿Los Niños Elegidos?

     Eso último provocó una sonora carcajada proveniente de los cuatro invasores que habían provocado aquella catástrofe. Angewomon pareció turbarse con aquel sonido.

     —Ellos vendrán... —aseguró. A decir verdad, su voz demostraba que confiaba plenamente en sus palabras—. Los Niños Elegidos siempre aparecen cuando hay problemas en nuestro mundo...

     — ¿Los mismos Elegidos que no han aparecido en casi dos siglos?  —dijo Clarisse pero esta vez nadie rió—. ¿Quién piensas que los llamará ahora que no queda ninguno de los Tres Ángeles que regían el Digimundo?

     —Quedo yo... —dijo Angewomon con firmeza.

     — ¿Tú? —Dijo Nanami—. ¿Tú, Angewomon, que no has podido Digievolucionar?

     —Para poder llamarte uno de los Tres Ángeles, deberías Digievolucionar en Ophanimon —dijo Clarisse—. ¿No es así, Angewomon?

     —Podré... —dijo Angewomon—. Podré hacerlo...

     — ¿Y cómo lo harás si te mataremos aquí y ahora? —dijo Clarisse y lanzó lejos a la creatura de barbas blancas.

     La serpiente marina de metal pareció entender aquello como una señal pues del cañón que llevaba en su cabeza salió un rayo de luz que hizo añicos a la pequeña creatura.

     — ¡NO!  —Chilló Angewomon aterrada—. ¡Por favor, deténganse!  —suplicó—. Son Digimons en Etapa Bebé. ¡No pueden lastimarlos!

     —Claro que podemos —dijo uno de los muchachos, era el más alto y destacaba porque su cabello era de una tonalidad plateada.

     —Angewomon, has peleado contra los Cuatro Amos Obscuros y no has podido acabar a ninguno —dijo Clarisse con tono hiriente, como si quisiera ridiculizar a Angewomon—. ¿De verdad quieres continuar con la lucha, ahora que te has quedado sin energias?

     — ¡Detente!  —seguía diciendo Angewomon.

     Clarisse tomó a la creatura peluda y negra, al mismo tiempo que ordenaba:

     —Mátala, Piedmon.

     El payaso se acercó a Angewomon y tomando sus cuatro espadas con ambas manos, dijo:

     — ¡Espadas del Triunfo!

     Angewomon soltó un último grito antes de ser atravesada por las cuatro espadas y ser reducida a Datos, que se elevaron en el cielo. Sin embargo, al estar destruida la Ciudad del Origen, los Datos desaparecieron en el aire. Clarisse dejó de nuevo a la pequeña creatura negra en el suelo y con una última mirada despectiva, lo aplastó con el pie, acabándolo al instante.

Digimon A.D.N AdventureDonde viven las historias. Descúbrelo ahora