Capítulo I: La profecía y la llave de piedra

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El tiempo pasa tan lentamente ante nosotros que no le podemos ver. Las cosas cambian, las personas olvidan y cuando creemos que el pasado se ha ido y no volverá jamás, él como si razonara vuelve a nosotros con el nombre de futuro porque todos nuestros actos y palabras tienen consecuencias, buenas o malas, pero al final consecuencias, ya que lo que hicimos o dejamos de hacer en el pasado marcará nuestro futuro.

Han pasado ya dos mil años desde que Drakon el señor de los dragones o también llamado por sus crueles actos llenos de odio irracional como la Última Sombra hizo la guerra, dos mil años desde que la gran guerra muriera y con ella el mal así como sus crueles actos sepultados dentro de la Ciudad Oscura la cual fue sellada y olvidada. O al menos eso era lo que todos creían.

Ante la caída de la Ciudad Oscura y la creación de la estrella más brillante del firmamento con la muerte de la señora de las Oris, muchas reliquias de Drakon fueron escondidas dentro de los castillos del Sauce Blanco, al menos todas las que encontraron, las sellaron en un salón al cual se le dio el nombre de "el salón de la magia negra" tras una puerta oscura e invisible a la vista.

Dentro de éste salón se encontraba un gran libro negro y su contenido solo tres seres lo conocían, también habían muchas profecías, las cuales fueron hechas hace ya muchas edades y bastantes de ellas que no habían sido escritas o grabadas fueron olvidadas, sólo una de ellas pudo subsistir a pesar de los efectos de la distracción que el tiempo provoca en las personas, una que fue contada de padres a hijos y estos a sus hijos, así por largas generaciones durante dos eras.

Ese día estuvo brillante y tibio dentro de los dominios del Sauce Blanco, fuera de sus límites el frío de invierno era crudo, fue un muy extraño día de invierno, lleno de colores y aromas, algunas flores que solo muestran su rostro en primavera habían florecido bajo el helado manto de nieve derritiéndola y haciéndola caer de la hojas de los árboles o deslizarse por sus troncos, corrían en el suelo sobre las piedras grises, marrones, rojas y verdes grisáceas cubiertas de musgo invernal formando pequeñas cascadas de vapor frío que al ser absorbido por las plantas más pequeñas tomaban un brillo invernal, un resplandor plateado como si estuvieran muy cerca de la luz de la luna y las estrellas.

Las aves desplegaron sus congeladas alas ante la tibieza del día y del viento que conforme avanzaba el día se hacía más cálido.

La noche en todas las naciones era de color blanquecino por el intenso del plenilunio como si todo lo que estaba debajo de la luna fuese un claro y tranquilo río que reflejaba el brillante plata, los magos maravillados, los elfos felices, las Lumen Oris en espera, los duendes desconcertados, gnomos perplejos como las demás criaturas ante tal luz hermosa, la luna no estuvo sola esa noche, la Aurora Brillante la acompañaba mostrando juntas su majestuosidad, el viento hacía danzar las hojas que se habían caído de los árboles, ellos cantaban suavemente al revoloteo del viento en sus follajes.

Una noche así, no había sido vista en edades pasadas. 

Paz en la oscuridad porque lejos de la gran ciudad del Sauce Blanco hacia el noreste, en la cumbre de la cascada azul, en los lindes de la aldea Gemmis, dentro de una pequeña choza de madera con techo de hojas y palmas delicadamente bordadas, bajo la sombra de aquella enramada nació una hermosa niña de tez clara, ojos brillantes y dulces como la miel, de cabellos negros con perfectas ondulaciones. Al momento que la niña nació en vez de un llanto, de sus pequeños labios brotó el cálido sonido de una risita que resonó por todo el lugar. 

Momentos después llegaron al lugar dos magos, eran hermanos, amos y señores de la Ciudad del Sauce Blanco, Ráfagus el mayor y Rufergus el menor. Electro Ráfagus es el nombre completo del Rey quien es el señor más grande del Sauce Blanco, era alto y vestía túnicas largas hasta el suelo de colores plateados, azules, blancos y tonalidades de mar, de cuello alto, algunas veces de lado, usaba las mangas muy amplias con un cíngulo a la cintura y otras veces sin él, de mirada suave, cabello largo y ondulado ya algunos hilos de color plata se dejaban ver en sus cabellos, su barba larga y recogida, en ocasiones portaba una capucha y su voz... firme.

EL CETRO Y LA GEMA. La SagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora