Capítulo XIII : El segundo nacido

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Después de la coronación de Rufergus como el alto rey de la Ciudad Oscura y que se autonombrara el Rey Sombra comenzó una nueva era, una época llena de misterios, muerte, oscuridad y héroes, pero el misterio más grande sería saber cuánto tiempo perduraría.

Rufergus había mandado a Tharlon y a otros de sus magos junto con los duendes a reclutar para su ejército, tenía a su servicio todo tipo de criaturas mágicas, gigantes, duendes, magos, Umbrae Ignis, centauros, entre otras criaturas. Pero una de las razas que más le interesaban eran los dragones aunque hacía mucho, pero mucho tiempo que no se habían avistado ni uno de los dragones.

El dragón occidental con su impenetrable piel blanca seguía capturado en las montañas de ciudad Escondida, muy al este. El dragón negro estaba enfrascado en el anillo dragón el cual yacía dentro de los muros del Sauce Blanco, mientras que el dragón rojo según las mentes de muchos estaba muerto, eso era lo que se creía, pero lo cierto quizás es que continúe con vida. Y acerca del dragón azul nadie sabía de su existencia, nunca nadie lo había visto jamás, sólo las Oris sabían de él.

Para ese entonces, el rey del Sauce Blanco había estudiado muy bien todos los libros que hablaban acerca del pasado del mundo de la magia, pero había puesto toda su atención en la profecía de los dos nacidos. Intentaba descubrir la fecha y el lugar donde nacería el segundo de la profecía. Intercambiaba cartas de información con Elidon Prophemy.

Ráfagus había leído unas cartas escritas por Damgus, una de ellas decía <<cuando el sol oculte su rostro a pleno día, y una joya sin valor para los que buscan el valor de los metales escondidos bajo tierra sea arrebatada de su igual, ese día de la tierra misma se levantará el destino del mundo en la matriz de una joven mujer que lava sus cabellos con la espuma del mar y el árbol blanco que protege su morada brillará o caerá>>.

El rey no entendía del todo lo que esas palabras querían decir, pero en su mente escuchó una palabras que decían <<hijo mío, no desmayes tus fuerzas. Usa la luz de tus ojos y mira lo que hay detrás de lo que estás viendo, no veas lo que quieres ver sino lo que debes de leer>>. Volvió a leer todas las líneas una vez más.

Él estaba de píe y cuando terminó de leer se dejó caer de golpe en la silla que estaba detrás suyo, con los ojos muy abiertos como sorprendido despidió un suspiro sin dejar de mirar el humo y el fuego de la chimenea, así se quedó por un rato hasta que vio de entre las leves llamas rojas las olas espumeantes de la costa Eneb-Rho bajo el sol de mediodía que agonizaba entre tinieblas, después vio una casa grande muy hermosa y muy fina que se elevaba sobre una enorme roca que a simple vista parecía un cerro.

En otro vistazo ya estaba dentro de la casa, en la cual yacía un varoncito acostado en una hermosa cuna que no cesaba de mecerse, después se detuvo y los ojos de Ráfagus se posaron sobre el niño que dormía muy plácidamente, después el infante abrió los ojos los cuales estaban infinitamente oscuros, en ellos vio un árbol, pero no cualquier árbol, se trataba de un sauce blanco y precisamente el que estaba en su ciudad, vio como el árbol se secaba y se partía en pedazos mientras ardía y se convertía en cenizas. En el otro ojo vio un árbol dorado que perdía todas sus hojas y de entre el tallo escurría la sabia que le daba vida.

La leña que mantenía vivo el fuego se movió y la llama se extinguió, fue entonces cuando Ráfagus volvió en sí y supo que había tenido una revelación, no cualquier develamiento sino una en la cual estaba encerrado el destino del mundo.

Lo que Ráfagus había visto, lo que ahora sabía era que el segundo nacido de la profecía ya había llegado al mundo, también conocía dónde había nacido y el destino que el niño llevaba en sus manos, el cual era simplemente la vida o la muerte de todos los grandes reinos de magos, el Sauce Blanco y Áurum, si ellos caían, la luz y la paz quedarían pendiendo de un delgadísimo hilo.

EL CETRO Y LA GEMA. La SagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora