Flos continuó llevando las riendas cabalgando a toda velocidad, no podía voltear porque el camino se hacía cada vez más estrecho y con muchos árboles flanqueando los costados. No muy lejos se encontraba una encrucijada; Flos tenía que elegir uno de los dos caminos, de repente gritó —¡sujétense!
Tomó el camino del este sintiendo el aire fresco, respiró un suave aroma que le tranquilizó el corazón y se llenó de valor, su broche de tres oros brilló, entonces, supo que la Rosa Purpura estaba cerca, Flos tenía una pasión única por las flores.
Siguieron cabalgando y los duendes que los seguían se perdieron de vista, poco antes de llegar a un pequeño puente de madera que se elevaba sobre un poco profundo vado, los duendes les volvieron a dar alcance de manera misteriosa, en un costado del puente estaba de píe un hombre alto y muy erguido como una estatua tallada en defensa del lugar, estaba vestido de blando con un cíngulo ceñido a la cintura, su cabello y barba blanca caían en forma de cascadas de espuma que el aire movía con muy poco estrépito.
El armatoste pasó a un costado del viejo mago blanco igual a un rayo y Flos gritó —¡a un lado anciano!
El hechicero blanco se movió con la misma velocidad, y una vez que el armatoste cruzó el puente, el mago levantó la mano derecha frente a él y el anillo de tres gemas que portaba en el dedo índice brilló tan fuerte bajo la luz del sol la cual arrasó con todos sus enemigos como peces bajo una gran ola, los árboles crujieron, las aves volaron aterradas y en el aire se escuchó un susurro que ni siquiera Avis pudo entender, pero Rufergus sí —abire servílitatis umbrae —abire servílitatis umbrae —abire servílitatis umbrae. No quedó rastro de los duendes.
Flos tiró con fuerza de las riendas hasta que los caballos se detuvieron no muy lejos del mago blanco. Rufergus y Flos bajaron a toda prisa con sus armas en la mano.
—Muchas gracias —Dijo Rufergus un tanto desconcertado. —¿Quién eres y por qué nos has ayudado?
—El tiempo ha pasado y veo que no lo ha hecho en vano, cambió mucho mi rostro ante tus ojos Rufergus y ante los míos tu rostro no se ha hecho ni viejo ni sabio. —Objetó el mago blanco.
—¿Elidon? ¿Eres tú? —Preguntó Rufergus.
—Así es Rufergus, príncipe mayor del Sauce Blanco. —Aclaró el mago blanco.
Los demás magos lo miraron fijamente y notaron en él mucha sabiduría y un aire de un rey antaño élfico, pero mucho más grande, eso es lo que ellos creían, puesto que, jamás habían visto a un rey elfo, ese precisamente era el porte que Elidon tenía.
Elidon los volteó a ver a todos y les sonrió mientras les decía —Bienvenidos a mí morada. No hablaremos aquí ni haremos presentación alguna en este sitio, es un lugar seguro por ahora. Nunca un duende ha logrado poner un pie dentro de mis dominios o alguna otra criatura que sirva a la oscuridad. Síganme.
Todos subieron de nuevo al armatoste que avanzaba a paso lento de caballo, Elidon no se subió, sino que, caminó junto al carro, a pesar de verse tan viejo y ahora encorvado caminaba desmesuradamente rápido e iba platicando con los jóvenes magos que asomaban las cabezas por las ventanillas.
El sol ya se estaba poniendo y un hermoso arrebol naranja adornaba el cielo del oeste, no habían notado el paso del tiempo durante todo el camino que duró varias horas, se dieron cuenta de ello cuando estaban frente a una hermosa puerta de madera en color purpura que el arrebol intensificaba; esta se abrió sola, al menos eso creyeron los jóvenes magos que estaban maravillados con lo que sus ojos podían ver. Una vez pasada la puerta Elidon dijo –bienvenidos a mi morada, dominio de la Rosa Purpura.
Frente a ellos estaba un gran jardín con algunas flores otoñales dividido en dos por un camino cubierto con piedras y más adelante una fuente que a su vez abría el camino en dos, detrás de ella una hermosa casa de madera de varios niveles de alto con muchas luces, mientras pasaban por medio del jardín vieron que de entre las plantas salían pequeñas criaturas de no más de cuarenta centímetros de alto, eran de rostros amables y divertidos, se vestían siempre de colores primaverales, eran los guardianes del jardín, Elidon los llamaba Custodis Viridárium.
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EL CETRO Y LA GEMA. La Saga
FantasyEn un principio, cuando nada existía, sólo tinieblas y vacío en el mundo, nació la luz y tomó forma de mujer, ella lo creó todo, el tiempo, toda forma de vida, el sol, la luna y les dio brillo...