La fiesta

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Llego vestida de antro a una fiesta que no es fiesta. Es una pequeña reunión casera. Diez o doce personas máximo. Maldición. Esta mañana, en la universidad, me abordó un chico para invitarme a una fiesta. Y aquí estoy, y él no está, y apenas llegué y ya quiero salir huyendo.

Pasé horas de angustia pensando qué ponerme hasta que una chica de la pensión me prestó algo de ropa. La minifalda negra apenas me cubre el trasero y estoy segura que el escote de la blusa debe estar prohibido en algunos países. Parezco puta de mercado. En la oscuridad del antro y entre tanta gente nadie lo notará. -me dijo. De noche todos los gatos son pardos ¿O no?. Pues no. Ni está oscuro, ni es un antro. Es una casa de familia y todos los gatos me miran a mí. Demonios. Es incómodo.

Los últimos días han sido terribles. No conozco a nadie en esta ciudad. Vivo en una casa miserable con gente horrible que come caldo de patas de pollo. Para poder venir a la "fiesta" tuve que escapar por una ventana de la habitación porque la señora de la casa, mejor conocida como 'Bruja Dos' -la Uno es mi mamá-, ha prohibido las salidas después de las nueve de la noche.

Lo más jodido es que el taxi que me trajo hasta acá cobró una pequeña fortuna y me ha dejado sin dinero. Seguramente se dio cuenta que soy de provincia. - ¿Por dónde me voy, señorita? ¡Y yo cómo demonios voy a saber!

Bueno, ya estoy aquí. Es la oportunidad de hacer amigos. A eso vine ¿No? Saludo a todos con una sonrisa mientras me siento en un lugar apartado intentando controlar los nervios. En el sillón encuentro un pequeño cojín rojo que utilizo para taparme las piernas, pero también como escudo para ocultar las inseguridades.

Tan pronto como reanudan la plática me doy cuenta que papá sería feliz con estos chicos. Hablan de libros antiguos y sus autores antiguos mientras toman vino caro y fuman como si en eso les fuera la vida. De todas las fiestas que hay este fin de semana me invitaron a la más aburrida. Un chico me ofrece algo de tomar y entre las opciones elijo el tequila. Necesito algo fuerte para relajarme. Son las 10:40.

A las 11:20 ya he tomado ocho tequilas. Una chica muy delgada, de ojos grandes y cabello marrón se acerca con una sonrisa en los labios. Me pregunta si me siento bien. Cualquiera diría que te quieres acabar todo el alcohol antes de que termine la noche. Su comentario me parece ofensivo. Le contesto de mala manera que allá de donde vengo la gente toma mucho alcohol, así que estoy acostumbrada.

Mi actitud no le gusta. Su sonrisa desaparece. Se queda con cara de que tenía planeado decir algo más pero ya no se atreve. Se da media vuelta y se va al comedor donde está un grupo de chicos. Quizá fui un poco grosera con ella.

Antes de media hora ya estoy borracha como una cuba. Debe ser por la altura de la ciudad. El aparato de música toca una canción que conozco. ¡Suede! Voy hasta el parlante, me quito los tacones y me pongo a bailar. Nada muy llamativo, solo un pequeño movimiento de cadera al ritmo de la música, mientras tarareo... "Oh, here they come, the beautiful ones, the beautiful ones... la, la, la, la..."

Cuando acaba la canción voy a la cocina por otro tequila pero no encuentro por ningún lado la botella. Dicen que se acabó. Es sospechoso. Creo que la escondieron. Me doy cuenta de que cuando hablo todos se quedan callados y me observan como a un bicho raro. Me siento mal. En lugar de estar haciendo amigos estoy haciendo el ridículo.

Voy a las escaleras que van al segundo piso. Subo dos o tres escalones y me siento a observar los grupos de gente que hay aquí y allá. Al primer chico que pasa frente a mí le pregunto si me puede conseguir un vodka. Ya no hay. ¿Whisky? Tampoco. ¿Seguro que ya no hay tequila? Escucho risas y una frase que termina con "...la Chupitos" Todos ríen. ¿De mí? No lo sé, pero verlos reír me hace gracia y río con ellos.

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