Siempre tuve dudas que me carcomían el alma. Las cosas que imaginaba y deseaba me hacían sentir culpable, como si hubiera algo malo en mí. Fue una época de caos, de temor a mí misma, a que se me notara, a ser descubierta y juzgada por mi familia y amigos.
Pensaba que era lesbiana porque me gustaba ver mujeres y soñaba romances imposibles con compañeras del colegio. Sé que esto no me pasaba por casualidad. De pequeña había jugado al amor con mis primas. Nos habíamos tocado y besado, pero había sido solo un juego, nunca algo sentimental. Además, éramos tan pequeñas que ni siquiera sabíamos bien lo que hacíamos o hasta dónde podíamos llegar con esos juegos.
A los catorce años me expulsaron del colegio por besar a una chica. Una experiencia que me marcó para toda la vida. No sólo porque me descubrieron, sino porque el juicio más duro fue el de mi mamá. Como consecuencia pasé un tiempo en el internado del Sagrado Corazón de Jesús. Un lugar muy oscuro y triste que es utilizado para disciplinar niñas rebeldes, pero que iluminó para mí, con amor maternal, obsesivo e ilícito, la madre Eudith.
Cuando regresé a casa estaba decidida a hacer a un lado mi deseo prohibido. El temor a ser descubierta nuevamente era más grande que mi curiosidad. Solo pensar lo que diría mi madre me deprimía al punto de no querer vivir. También estaba la cuestión de la sociedad, siempre dispuesta a señalar, acusar y juzgar con ideologías retrógradas. Pero bueno, la verdad es que esto que me pasaba ni yo misma lo comprendía.
Por otra parte, también me sentía atraída por los hombres mayores que yo. Nunca me interesaron los chicos de mi edad, así que durante un tiempo me enfoqué solamente en los hombres, intentando dormir esa parte de mí que sentía atracción hacia las mujeres. Pero es que tampoco había muchas oportunidades de hacer realidad mis deseos. ¿A quién le iba a pedir que experimentara conmigo?
Internet me dio otra perspectiva de las cosas y la oportunidad de explorar mi sexualidad de una manera diferente. Pasaba noches enteras en chats para adultos. A esa edad ya tenía la imaginación muy desarrollada y me inventaba personajes que a los hombres les gustaban. Eso sí, si había otra mujer en la sala intentaba llamar su atención descaradamente. Era difícil, porque la mayoría de los que estaban ahí eran hombres, los demás eran hombres que se hacían pasar por mujeres y las que sí eran mujeres dudaban que yo fuera mujer. De cualquier manera mis noches ahí eran divertidas y excitantes.
Una de esas noches conocí en el chat a LaReinaCarapan. Una mujer mayor que yo, pero que pensaba como yo y vivía en la misma ciudad. Mentí sobre mi edad para que no me rechazara. Al principio desconfiaba un poco de mí, pero la conversación fue agradable y todo salió bien. La noche siguiente regresé al chat y ahí estaba ella, esperándome. Platicamos esa noche y muchas noches más. Hablábamos de todo, de cualquier cosa, no solo de sexo, sino de cosas de nuestra vida, nuestros días, nuestros gustos y hasta de hombres, libros y telenovelas.
Un día dijo que quería conocerme y propuso encontrarnos en algún lugar. La idea me frikeó mucho porque hasta entonces había querido mantenerme en el plano cibernético, donde todo es fantasía. Además ella era mayor que yo. Intenté un par de evasivas pero al final no pude negarme. Había buena química entre nosotras, me sentía muy identificada con ella y también quería ver cómo era físicamente. Le dije a mi madre que después del colegio iría a estudiar a la casa de una amiga. Sabía que cuando se trataba de asuntos de la escuela nunca me negaba los permisos.
Caminé unas tres cuadras desde el colegio hasta el lugar donde habíamos quedado. Iba cargando el bolso con los libros escolares y hacía un calor de los mil demonios. Cuando llegué tenía la ropa pegada al cuerpo por el sudor y estuve a punto de darme la vuelta e irme a casa, pero encontré el Nissan rojo bajo la sombra de un árbol y quise echar un vistazo antes.
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La Desventura
Short StoryLa vida cotidiana, encuentros y desencuentros, drogas, amigos, sexo, fantasía, humor y amor en relatos cortos.