Madre Eudith

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Internado para señoritas del Sagrado Corazón de Jesús. Otoño 2002

La conocí el primer día en el internado. La quise como madre, hermana, amiga y mujer. Fue mi primer beso con amor, mi primera caricia tierna, mi primer estremecimiento. Con ella no tenía miedo. Con ella todo estaba bien. Quería vivir con ella, despertar con ella, comer con ella, reír y llorar con ella.

Una vez me dijo en secreto que llevaba un tiempo esperando algo que no sabía bien a bien que era, pero que en cuanto me vio supo que era a mí a quien esperaba. Jamás imaginé conocer a alguien como ella.

Cuando llegué al internado le encargaron mostrarme el lugar y darme las indicaciones necesarias. Me asignaron a la lavandería y sin pensarlo mucho se ofreció a enseñarme lo que tenía que hacer. Era la maestra de español y sus clases eran las más esperadas todos los días.

Tenía la cara redonda llena de pecas que contrastaban con su piel tan blanca y el cabello negro que usaba con corte de niño. Sus ojos eran color aceituna, iluminados, redondos y grandes, en cambio su nariz y sus labios eran muy pequeñitos. Era delgada y muy bajita para alguien de su edad. Ella tenía 27 años. Yo 14.

Yo usaba el uniforme obligatorio del internado: Falda blanca hasta los tobillos, blusa de manga larga, chaleco azul y zapatos negros con calcetas hasta las rodillas. Ella usaba una túnica azul sujeta por un ceñidor, zapatos negros sin tacón, toca blanca sobre la frente y manto negro desde la cabeza a los pies.

Se fue un día sin despedirse y me dejó sola para siempre. Mi psicólogo dice que confundí la necesidad de sustituir a mi madre con el amor de pareja, pero yo creo que está equivocado. Fue mi primer amor.

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