Mi mar de agonías

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El ruidoso despertador me recuerda que la asquerosa de mi rutina me espera. Estoy tanto o más cansada que ayer, y mientras me arrastro cual gusano, siento como si dejase el alma entre las sábanas. Sopeso la idea de volver a refugiarme en la cama, pero la realidad me golpea con fuerza en cuanto una voz arrastrada penetra en mi mente.

«Mierda, las voces, otra vez.»

Recojo todo lo necesario y me deslizo por el pasillo hacia el vestuario. Necesito una ducha para despertar.

Es curioso, todas las mañanas me pasa lo mismo. He aprendido que si mantengo la mente ocupada, las voces se camuflan hasta el punto de resultar casi inexistentes. Pero claro, a estás horas de la mañana, cuando me es imposible andar y frotarme un ojo al mismo tiempo, no puedo pretender ahuyentar esas voces de mi mente sin hacer más esfuerzo de lo normal.

— Y vuelta a empezar... Menuda mierda.— me quejo en un murmullo.

Por irónico que parezca, mientras me aseo, me visto y escondo el dichoso tatuaje bajo las medias, decido mantener las voces ha raya pensando justamente en ellas. Aún no sé qué son, qué significan, y a veces, ni siquiera entiendo lo que dicen. He llegado a la conclusión de que puede que sean mensajes de mi conciencia, o que mis propios estados de ánimo hayan encontrado su propia voz, pero no hay quien los entienda, la verdad. Además, aún sigo pensando en haber escuchado a Lawrence amenazar a Damián aquel día en el aula, sin haber abierto la boca. Quizá fuese casualidad, o que la conozco lo suficientemente bien como saber que podría haber dicho algo así.

Joder... Esto es una mierda. Si no encuentro respuestas rápido, creo que me voy a volver loca. Ya no solo por las voces, sino también por el tatuaje, el ángel, su pluma... Todo. Todo es una locura que tengo que aclarar cuanto antes. Aunque si algo bueno tengo que decir, es que últimamente, quizá por el exceso de problemas que tengo en mi cabeza, no tengo tiempo ni para enfadarme. Y eso es bueno por infinidad de razones, lo es sobre todo por una en concreto: mi yo oscura no ha vuelto.

Hace días, semanas, que no siento despertar a esa yo temeraria y agresiva. Quizá sea porque también llevo días sin tener que soportar las tonterías y humillaciones de Kenia. A decir verdad, casi ni he sabido nada de ella ni de Christian. Desde que el rumor de que Damián y yo estamos saliendo ha llegado a todas las esquinas del internado, ambos parecen haber decidido dejarme en paz; ella sin volver a molestarme con palabras y amenazas, y él, no volviendo a intentar hablar conmigo.

La mañana se me hace eterna. Reboto de un aula a otra deseando que llegue pronto el momento de poder dormir, de no tener que ver la cara de nadie indeseable como Damián, y de que el día termine en un chasqueo de dedos. Pero, por desgracia, no es así y la mañana se me hace eterna. Después de lo que se me antoja mas largo que una semana en ayunas, me encuentro aferrada al brazo de Dafne camino al comedor.

— Ya casi no nos queda nada, Ray. Las últimas horas de la tarde y ya esta.— me anima.

Por fin ha llegado la hora de comer, y entre lo dormida que estoy y el hambre que tengo, no puedo ni fingir que no estoy utilizando a Dafne para que me arrastre. En serio, si no fuera por ella, no tendría fuerzas para dar ni un miserable paso.

Llegamos al comedor, recogemos nuestras bandejas y nos dirigimos a la mesa donde las gemelas ya nos están esperando. Me siento junto a Dafne, y minutos después, Mikael se sienta frente a mí, junto a las gemelas. Ivana, por supuesto, no duda ni un segundo en dejarle un sitio a su lado. Percibo que le pone ojitos, creo que le gusta, y aunque no es algo que me disguste, he de reconocer que no me veo teniéndola como parte de mi familia. Es mi amiga, nada más.

— ¿Cómo es que no te sientas con él? — pregunta Mik, refiriéndose a Damián.

— Hoy estoy agotada.— me encojo de hombros.

Escala de grises #PGP2024#Donde viven las historias. Descúbrelo ahora