¡Lo he tirado por la ventana!

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Siento una ligera brisa acariciándome la cara. Destemplada, subo la colcha hasta cubrirme los labios, entreabro los ojos y miro hacia la ventana, descubriendo que está abierta. Esta de par en par, y la cortina cae peligrosamente tirante hacia un lateral, atrapada entre el cristal y la pared. Aún es de noche, así que no puedo ver más allá de lo que la luz de la luna me permite.

¿Qué hora es?

Adormilada, estiro la mano y palmeo la mesita de noche y enciendo la lámpara. En cuanto se hace la luz, pehobtal grito que casi se me sale el corazón del pecho.

— ¡Joder!

Damián está aquí, sentado en la silla de mi escritorio. Con una sonrisa burlona en la cara y vestido con un chándal negro. ¿Qué narices hace en mi habitación? ¿Cómo sabe cuál es mi habitación?

— Buenos días.— anuncia con voz cantarina. Si cara refleja la inocencia de no haber sido el causante de mi susto.

Aún sin poder hablar y siendo presa de mi desconcierto, veo que se levantar de la silla y va directamente hacia mi armario. Se detiene frente a él, me dedica una mirada rápida, y, sin pedirme permiso alguno, abre la puerta. Un largo silbido sustituye lo que sea que tenga que decir acerca de mi desorden.

— ¿Qué cojones haces aquí y quién te crees que eres para invadir mi intimidad?— bufo. Me levanto de la cama y me acerco rápidamente a cerrar el armario.

Damián se ríe, pero no dice. Vuelve tras sus pasos y se sienta en mi cama.

— En serio, ¿no te resulta difícil encontrar las cosas entre todo ese desorden?— señala mi armario con la cabeza.

— Mi desorden está perfectamente ordenado.— ladro.— ¿Y bien? Ahora que has invadido mi intimidad y hasta te has atrevido a hacer un comentario al respecto, ¿Me vas a decir qué coño haces aquí?

Damián sonríe de medio lado, se acerca hacia mi escritorio y coge mi chándal del internado. El cual, por cierto, yo no dejé ahí ayer.

— Te dije que te enseñaría a luchar, ¿cierto?— sacude el chándal frente a mi cara.— Pues venga, a correr sea dicho.

— ¿Qué? ¡Estás loco! Ni siquiera es de día.— mi mirada vuela hacia el despertar de la mesilla de noche.—¡Son las tres de la madrugada!

¿Es que este tío no duerme?

Lo miro esperando encontrar aunque sea una pizca de cansancio en su preciosa cara cincelada, algo que me indique que puedo tirar de ese hilo y convencerlo de que es demasiado pronto hasta respirar, y que él también está agotado. Pero el puñetero está perfecto, fresco y más despierto que a la hora de comer. ¡Está como una puta rosa!

Sin embargo, yo... Estoy hecha un asco.

Gracias a todo lo que me contó ayer, me pasé toda la noche comiéndome la cabeza, dando vueltas en la cama y sin poder pegar ojo. Ni siquiera sé cuándo me he quedado dormida.

— Ni lo sueñes.

Damián frunce el ceño, se yerge en su totalidad, y, aun con mi chándal en la mano, cruza sus fuertes brazos sobre su pecho. Me obligo mantener la vista en su cara y su ceño de cabreo, evitando distraerme con el volumen de sus tentadores brazos. Pero... Joder ... Si es que todo él es una distracción.

— Está bien... Tú lo has querido; te abandonaré a tu suerte. Dejaré que Lucy haga que Kenia te reclute.— su tono es de total indiferencia, y encima lo refuerza con un encogimiento de hombros. Deja mi chándal sobre el escritorio y se dirige hacia la ventana.

Lo miré un tanto inquieta. Ya no solo por lo que acaba de decirme, sino porque se está subiendo a la repisa de la ventana, y parece totalmente dispuesto a saltar. Vale que mi habitación esté en un primer piso, pero aun así es una altura mas que suficiente como para partirte una pierna.

Escala de grises #PGP2024#Donde viven las historias. Descúbrelo ahora