Mente abierta

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Me siento caminar sobre el fino hilo de la inconsciencia. Estoy aturdida y mi cuerpo no responde a ninguna de mis órdenes. Es como intentar salir de un sueño profundo que me arrastra más y más hacia él, mientras lucho en vano por volver a la realidad.

«¡Despierta!» Me ordeno inútilmente, una, y otra, y otra vez. Hasta que al fin, poco a poco mis sentidos vuelven a despertar por si solos.

El silencio que me rodea es inquietante, pero puedo reconocer ese fresco aroma a lavanda tan distintivo del ambientador de mi habitación. En cuanto me siento capaz de hacerlo, abro los ojos en toda su plenitud. Si... estoy en mi habitación. Las fotos de Dafne y mías decoran el techo sobre mi cama; son inconfundibles.

Un momento...

¡Dafne!

Pensar en ella desencadena un sin fin de recuerdos borrosos que me resultan inquietantes. Recuerdo a Kenia convertida en una especie de bestia; con el espeso veneno inflamando las venas de su cara hasta llegar a sus ojos y volverlos totalmente negros y perversos. Recuerdo el dolor y el miedo sentido. La agonía. Y después... Después recuerdo a Damián. A Damián con cara de preocupación. A Damián peleando como un salvaje por protegerme. A Damián con... ¡Con alas!

Me levanto de un brinco, tengo que hablar con él, saber más, preguntar hasta entender todo lo que mi sentido común se niega a creer. Pero cuando me incorporo, mis costillas me fustigan con violencia, recordándome el brutal impacto recibido contra pared del cuarto de baño de la discoteca.

- ¡Ah!- grito de dolor. Me llevo las manos a la zona afectada. Como si su presión fuese a calmar ese dolor insoportable.

- ¡Oye! ¿Qué haces de pie?- encorvada, sin poder erguir el cuerpo sin sentir dolor, miro hacia la puerta en busca del rostro de la familiar voz que me está hablando. Dafne. Esta aquí. Entrando por la puerta de mi habitación y acercándose a mí a grandes zancadas.

- Dafne...- suspiro.-Tengo que hablar contigo.

- ¡Túmbate ahora mismo!- ordena, mientras me rodea la cintura entre sus brazos y me obliga recostarme sobre mi cama.

- Dafne, escúchame. Kenia es un monstruo.- suelto atropelladamente. No tiene sentido que me ande con rodeos. Tiene que saber quiénes un monstruo y que es peligrosa.

Dafne abre los ojos como platos, incrédula, y después frunce el ceño como si estuviese decepcionada. Estira la colcha sobre mi cuerpo y se sienta a mi lado.

- ¿No me digas?- suelta con escepticismo. - Ella es un monstruo, vale. ¿Y tú? ¿Sabes que te diste a la fuga?- me reprocha.- ¿En qué nivel de monstruosidad estás tú?

- Pero...

- Pero nada. - me interrumpe y pone una mano frente a mi cara, haciéndome callar.- ¿Qué bebiste? ¿Por qué te fuiste sola?- Dafne me reprende como lo haría una madre; una mezcla entre enfado y preocupación apagaba su habitual sonrisa.

Entiendo que esté enfadada y que se haya preocupado por mi. Conociéndola, imagino que habrá estado toda la noche buscándome, obligando a Axel a movilizar a todo el personal para buscarme hasta en los bolsillos de la gente. Pero ahora no es el momento. Si no le explico lo que pasa, ninguna de las dos vivirá para contarlo.

- ¡Dafne!- chillo.- Kenia es un monstruo. ¡Un demonio!

Soy consciente de que suena ridículo, lo sé, suena increíble e irreal. Disparatado quizá. Pero es la verdad, ella tiene que saberlo lo antes posible y yo no tengo ni la más mínima idea de cómo explicar estas cosas con sutileza.

Dafne abre los ojos y la boca de forma exagerada. Casi pueden oírse las protestas de su mandíbula. Sin decir palabra, sacude la cabeza y se frota la cara con las manos, abrumada, aunque no sé por qué. Puede que sea porque no me cree, o porque me cree y la conmoción es bestial. Ante la duda, prefiero aclararme.

Escala de grises #PGP2024#Donde viven las historias. Descúbrelo ahora