— Raysa.— La áspera voz de la directora Lawrence suena lejana.— Raysa, cariño.
Lucho con todas mis fuerzas para volver a la realidad, pero la inconsciencia no parece querer soltarme. Me tiene atrapada, absorbida. Siento como si estuviese subiendo una cuesta arriba cargando una mochila llena de piedras. Al fin, tras varios intentos fallidos y una continua insistencia por parte de la directora Lawrence dándome suaves meneos, logro entreabrir los ojos.
Tengo la visión desenfocada; Lawrence no es nada más que una mancha nítida, en la cual apenas se diferencia su cara larga entre el gris muerto de su uniforme y el gris amarillento de su pelo. Parpadeo repetidas veces, intentado deshacerme de esa especie de velo que me impide ver con claridad, y me remuevo perezosa en la cama.
— Raysa. ¿Estás bien, cielo?— pregunta preocupada. El pestazo de su aliento me envuelve la nariz. Es una asquerosa mezcla fuerte y desagradable de tabaco y café que la persigue a todas horas.
Arrugo la nariz en respuesta y, con mucho disimulo, giro la cara en busca de aire fresco y limpio.
— Que... ¿Qué ha pasado?— pregunto en un bostezo, confusa. Que la directora esté en mi habitación, preocupada y, sobre todo, amable, me desconcierta muchísimo.
— ¡Que qué ha pasado! No sé. Cuéntamelo tú.— chilla de golpe. Se levanta de la cama, se planta frente a mí con los brazos cruzados, y su cara se arruga como una pasa. Frunce el ceño hasta convertir sus espesas cejas en una sola.
Trago saliva, nerviosa. Aquí está la bruja que yo conozco. Sí, sí, la anciana antipática que se pasa los días gritando e imponiendo castigos que rozan el límite del maltrato. A veces me pregunto en qué narices estaba pensando el abogado de mis padres cuando, tras su trágico fallecimiento, nombró a Lawrence como nuestra tutora legal. A mi hermano no parece importarle, de hecho, Mikael sabe evadir los problemas, pero yo no. Y está claro que para ella soy un grano en el culo.
— Yo... Yo...— balbuco.
— ¡Tú qué!— grita. Se inclina sobre la cama y su nariz aguileña roza la punta de la nariz pequeña y perfilada que heredé de mi madre.
A simple vista, Lawrence no impone mucho. Es solo una anciana descuidada, con los conocimientos básicos sobre higiene personal, y un escaso metro treinta de alto. Pero yo sé de primera mano, que el hecho de que tenga el cuerpo escuálido, no le impide ser un auténtico ogro.
— ¡Qué cojones hacíais ahí!— grita elevando las manos al techo de la habitación, como si las respuestas estuviesen allí arriba.— ¡¿Es que no podéis quedaros por el pueblo?! ¡¿Qué narices hacíais en Richmond?! ¡Y encima en una discoteca!
Y como si sus gritos fuesen una ráfaga de viento, liberan mis recuerdos de la espesa niebla que parecía haberlos cubierto hasta ahora. Igual que una luz sobre la sombra de mis recuerdos. Recuerdo el local, al atractivo Damián, la pelea, el humo, el griterío seguido de violentos empujones, y, después... Después...
— ¡Vi un cadáver!— chillo escandalizada.
— ¿Que viste qué?— ella ni siquiera se molesta en disimular su incredulidad.
Vale, dicho en voz alta suena peor que en mi cabeza. Pero es cierto, y no estoy dispuesta a quedar como una mentirosa. Salto de la cama, totalmente decidida a explicar lo sucedido exponiendo los hechos. Por extraños que le puedan parecer a esta vieja bruja con complejo de coronel, sé que es verdad lo que tengo decir.
— Lo vi. Estoy segura. Todo se llenó de humo y después cayó a mis pies y...— me callo. ¿Cómo voy a explicar que me atacó una sombra con garras, que otra me defendió, y que el cadáver apareció y despareció sin más?
ESTÁS LEYENDO
Escala de grises #PGP2024#
Teen FictionUna vida triste, pérdidas que duelen, y amores que matan. Sí... matan. Jamás pensé que mi vida pudiera resumirse a una simple frase construida a base de un juego de palabras. Pero, sobre todo, lo que jamás me hubiera esperado, era que aquella frase...