Que qué lado de la cama quieres

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Siento el gélido viento acariciando mi cuerpo. Me retuerzo sobre mí y, aún sumida en ese punto intermedio entre el sueño y la consciencia, atrapo la colcha y me escondo bajo su cálido tacto. Lo malo es que ya es tarde; para cuándo quiero volver a entrar en calor, ya estoy despierta.

Suspiro y me doy la vuelta. Y como si el karma, el destino, o quién sabe qué, se hubiera propuesto asustarme para espantar cualquier atisbo de sueño en mí, el ulular de un búho llega a mis oídos casi al mismo tiempo en el que descubro la ventana de mi habitación abierta de par en par.

Esa ventana... Si. Esa cosa que se me ha ocurrido abrir antes de acostarme porque venía acalorada como un pavo. ¿En qué momento me ha parecido buena idea? ¡Joder! Kenia está ahí fuera, y aunque una ventana cerrada dudo mucho que pueda retenerla, al menos haría algo más que teniéndola abierta de par en par, ¿no?

En un acto totalmente infantil, estiro la colcha hasta esconder la cabeza por completo. Sé que es algo inútil, pero recuerdo que, cuando era niña, hacer esto me ayudaba a mantener el miedo alejado de mí hasta que el sueño vencía mi estado de alerta.

Pero claro... Ahora que ya no soy una niña, y, sabiendo lo que sé sobre todo lo paranormal que ronda a mi alrededor... ¿Quién narices puede dormir y planchar la oreja en paz? Yo, desde luego que no.

Me agarro con dedos férreos al borde de la colcha, asustada y agarrotada, respirando lenta y silenciosamente, como si así fuese a impedir que alguien me viese.

Sé que soy estúpida por hacer esto, y más aún, porque sé que saldré corriendo como una loca de mi habitación en cuanto oiga o sienta algo que no me guste un pelo.

Tres, dos, uno... ¡Plaf!

He distinguido el ruido de la ventana golpear contra el marco, posiblemente, zarandeada por el viento. Pero me da igual, ya estoy corriendo por el pasillo. En pijama, y bajando las escaleras de dos en dos como una loca.

Mis pies me arrastran hasta la puerta de la directora. Quizá haya sido algún tipo de conexión entre mis recuerdos de niña y los músculos de mis piernas, no lo sé. Pero aquí estoy, frente a la puerta de Lawrence, cargadadita de miedo, y temblando como cuando era niña.

Respiro hondo un segundo. Recapacitando sobre lo que estoy a punto de hacer. ¿De verdad puedo presentarme ahora, a mis 17 años de edad, en plena madrugada, frente a la puerta de Lawrence y con la excusa de que tengo miedo de dormir sola?

Ni. De. Coña.

Lamentablemente, cuando mi intención es volver a la habitación, comportarme como una adulta y afrontar mis miedos, me descubro arrastrando los pies hacia el lado contrario del edificio.

Se me había pasado una leve idea, algo a lo que no le he dado demasiada importancia y que me he asegurado de descartar al instante. Pero, por lo visto, mis piernas no sólo están conectadas con mis recuerdos de la infancia, sino también con un sentido común ligeramente suicida.

Mientras más cerca me encuentro del lugar al que me llevan mis pies, menos segura estoy de lo que estoy haciendo. Pero, oye, ahora que lo pienso bien, ¿quién mejor que él para protegerme de quién temo? Hasta donde yo sé, solo él y su hermano saben cómo protegerme de Kenia y... Ni de broma pienso meterme en la habitación de Axel pidiendo ayuda.

Abro el portón de roble macizo que da acceso al interminable pasillo de las habitaciones de los chicos. Ahora que lo pienso detenidamente, hay un pequeño detalle que no he tenido en cuenta al venir aquí, y es que no sé cuál es su habitación.

Me arrastro despacio, en silencio, deslizando la mano por la puerta de mi la habitación de mi hermano, y descartando al instante la idea de buscar protección en él. Si Kenia viene a por mí, mi hermano no solo no podrá protegerme, sino que también lo estaré poniendo en peligro.

Escala de grises #PGP2024#Donde viven las historias. Descúbrelo ahora