Capítulo 8.

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La respuesta me sorprendió. Le dio un giro a las cosas, y mi cara era un poema. ¿Nathan no había estado con una chica nunca?

-No oficialmente. –Añadió. –Solo son chicas a las que les intereso por mi físico o por mi dinero, y eso es lo que quieren. Yo no tengo que mantener a una chica que no le intereso por mi personalidad, ¿sabes? –En cierto modo, entendía su punto de ver las cosas.

-Hay gente que no es así, Nathan. –Mi tono de voz era bajo, pero sé que Nathan lo había escuchado porque escuché un suspiro. Seguí dibujando en mi libreta. –Yo no tengo amigos porque tenga dinero o sea guapa, sino porque me quieren tal y como soy.

-Lo sé, por eso me encantas. –Su voz sonaba rasgada y mis mejillas se pusieron del color de mi libreta: lo más rojas posibles. –Me encanta cuando te pones así, ¿sabes?

-Para ya. –Le repliqué, poniéndome más roja todavía.

-Y por si te interesa, Amanda es una entre otras. No tiene nada de especial, es una chica más que busca diversión de vez en cuando.

-Y tú se la das.

Nathan apretó los labios y el silencio se inundó entre nosotros. Era un silencio incómodo. Amanda lo había hecho otra vez: me había jodido desde lo más profundo.

-¿Qué te pasó con ella? –Preguntó él, interesado.

-Que las chicas que no solo buscamos diversión parecen ser aburridas. –Bajé la cabeza, recordando el tema de Josh. No sé por qué lo estaba haciendo, contándoselo todo a Nathan, pero sabía que podía confiar en él de alguna forma. –En el verano, salía con un chico, Josh Smith, y bueno… -Hice una pausa para aclararme la garganta. –Él prefirió no esperar a que estuviese preparada, y a Amanda parece que le encanta divertirse.

Se me quedó mirando, como si quisiera consolarme pero no supiera cómo. Solo unas palabras que salieron de su boca, hicieran que mi rostro se iluminase.

-Yo no te haría eso, Ally.

-No has estado con nadie. –Le repliqué.

-Es que si saliera con alguna chica, no sería para engañarla con otra. Para eso no salgo con ninguna chica y ya está. –Se rió un poco.

-Ese chico de verdad que me gustaba.

-Pues él no sabe lo que se ha perdido, ¿sabes?

Le miré a los ojos y de nuevo nuestras miradas se volvieron a cruzar. Sus ojos marrones, con su maravilloso toque verde hacían que me perdiese en ellos como en un laberinto en el que no me podía encontrar. Su cara se acercó a la mía mientras yo también me acerqué a él. Nuestras caras estaban a punto de rozarse y nuestros labios a punto de tocarse. Deseaba besar esos labios como si los necesitase y los hubiese deseado desde hace mucho tiempo.

Un sonido desternillante detrás nuestro volvió a sonar interrumpiéndonos de nuevo el beso que tanto deseaba. Miré a la señora de la biblioteca que estaba alzando las cejas en modo de explicación, pero a mí solo me apetecía levantarme y empujarla para que nos dejara en paz y continuar con lo que estábamos haciendo. Pero cuando quise dirigirme a Nathan, éste ya estaba recogiendo.

-¿Adónde vas? –Pregunté, indignada. Me había vuelto a dejar con las ganas de besarle.

-Me voy a casa. –Contestó, sin mirarme tan siquiera–. Hablamos mañana, ¿vale?

Y sin mirarme, salió de la biblioteca rápidamente. Mi sonrisa apareció en mi rostro: por primera vez, había puesto nervioso a Nathan Stiles.

Al día siguiente, después de las mil súplicas de Ann, volvimos a darnos un abrazo e hicimos como si nada hubiese pasado entre nosotras. Sabía que no podía estar enfadada con ella ni un día, aunque me hubiese dolido lo que había dicho, pero yo siempre me ponía muy mal cuando nos enfadábamos. Le conté todo lo que había pasado con Nathan la tarde anterior, aunque solo recibí a cambio saltitos y aplausos: como una pequeña a la que le habían dado un caramelo.

Amor contradictorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora