La he visto cada día de estas últimas semanas. Cada día sin falta -eso sin contar los fines de semana. ¡Pero qué maravilloso sería poder verla toda la semana entera!-. Sigo viéndola solamente, de lejos, con miedo, porque, para mi maldita suerte, ni ella ni yo tomamos el valor para acercarnos al otro y dirigirle aunque sea unas palabras. Patética situación. Por el momento, sólo por un momento más, puedo conformarme con verla caminando por ahí. Aunque muera por que estemos juntos; podré soportar tener que verla lejos de mí; y así, observar su sonrisa, y perderme en ella a pesar de la distancia. Y es que esa sonrisa, sin importar los metros a los que la vea, me estremece de un modo tan intrínseco que juraría que la tengo enfrente. Sonrisa sublime, que causa una extraña sensación de felicidad en mí. Su sonrisa, con una curva perfecta, que es adornada por grandes y blancos dientes, gruesos labios. Sonrisa de un ángel postrada en la perfecta provocación del diablo.
¿Por qué tiene que sonreír de esa manera?, ¿cómo hace para sonreír de un modo dulce y a la vez provocador?, ¿sabe ella cuán hermosa es cuando sonríe? Tal vez ella no es consciente de que con esa sonrisa que posee, tiene la capacidad de conquistar el mundo... o al menos ya lo hizo con el mío.