Después de todo tal vez ella tenga razón: no estoy enamorado, sino cegado. Tal vez tiene razón al decir que solamente estuve enamorado de las cosas buenas que vi en ella, y no de lo malo. ¿Pero qué era lo malo en ella? Jamás encontré un error, algo de qué quejarme; me enamoré de todas sus virtudes y tomé sus defectos sin pensar que lo eran. Me enamoré del modo tan tonto e infantil en el que hacía un drama por cualquier cosa. Me enamoré de sus celos, sus berrinches, de sus reclamos y su estado de ánimo que cambia constantemente. Me enamoré de su manera tan rara y difícil de pensar y actuar algunas veces, de su manera de llorar, de su modo de llamar «estúpida» a las demás personas, de su modo tan sutil de odiar a todo el mundo. Me enamoré de sus anécdotas sin sentido, de sus problemas, de las discusiones, del modo tan suyo de no hacerme caso e ignorar todos mis malditos mensajes. Me enamoré de su lado inmaduro, indiferente, arrogante, del más grosero y odioso, de su orgullo. Me enamoré, aunque a ella no le importe.