SEPTIEMBRE 29, 2015

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Caminaba una vez más por los pasillos de la escuela -es que no hay nada más que hacer en esta mierda-. Caminaba, ensimismado, pensando en nada, sintiendo nada, caminando sólo por inercia, sin ver siquiera el camino. Caminaba tranquilamente, hasta que la misma chica del auditorio apareció a unos metros frente a mí. No sé de dónde salió, pero ahí estaba. Caminaba hacia a mí, pero la imaginé como un ángel, que casi la vi volar. Su presencia ante mí fue tan imponente que me sentí casi del mismo modo que la primera vez que la había visto. Sentí a mi corazón acelerarse, cada vez más, con cada paso que ella daba; mis piernas se quedaron sin fuerza, la voz huyó de mí, mis oídos dejaron de escuchar cualquier cosa que no fuera al viento moviendo su cabello, mis ojos no veían más que a esa mujer caminando tan lentamente por el pasillo gris. Las sensaciones aumentaron cada vez más hasta que estuvo a unos centímetros de mí. No le hablé, no pude dar aunque sea un saludo por amabilidad, ni siquiera pude mantener la mirada en la suya. Sólo la vi pasar. La vi irse con mi corazón. La sentí tan mía cuando pasó a mi lado. Sentí al tiempo detenerse, a la gente desaparecer, escuché cómo el viento cantaba canciones de amor; nos sentí a nosotros dos, solos, en medio de la nada, dispuestos a hacer un todo.

Cuando por fin pasó, sentí la realidad caer sobre mí. El viento ahora sólo se llevaba las hojas secas, el pasillo ya estaba lleno de gente, mi corazón estaba muriendo, mis ojos ya no brillaron cuando la vi alejarse.

OCTUBREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora